No lo bebía desde agosto de 2022 y las sensaciones siguen siendo muy buenas, al igual que las expectativas. Se trata de un blanco que sin duda quiere emular el estilo de los clásicos riojanos (estoy seguro de que va a ir subiendo el nivel añada tras añada) y que va a progresar muy satisfactoriamente en botella. Es equilibrado, pero tiene un fondo que irá dando mucho más de sí.

Vino presentado en una botella borgoñona que está vestido con una elegante y sencilla etiqueta. Está cerrada con un corcho de calidad y en el que se señalan la añada y nombre de la bodega.

     A la vista un color amarillo con un dèbil dorado. Muy buena, gruesa y lenta lágrima en su recorrido por el cáliz de la copa.

     En nariz, frutas blancas, sus flores y cítricos. La madera de su crianza muy bien integrada. Está en un segundo plano. ¡Mandan las frutas!.

     En boca es muy elegante, sutil, muy sedoso y frutal, pues retornan con agrado y potencia las frutas percibidas en la fase olfativa. Encuentro frutas cítricas y blancas. Mantiene una fresca acidez que invita a beber y que le otorgará años de vida. Untuoso y elegante paso de boca. Es un vino largo. Me da una permanencia de 2,45 minutos.

Un blanco fenomenal de una bodega que hace bien todo lo que toca. Abundantes toques cítricos, anisados, monte bajo y algo de piedra de fusil. En boca observamos algo de madera que no desentona, una buena acidez y un carácter armado pero sujeto por una gran frescura. Al tratarse de un vino que ya nos avisan que es de guarda ya que posee una crianza larga (para lo que es la tendencia actual), estoy seguro de que más de diez años puede no sólo aguantar, sino mejorar sin problema. Apostaría a que además acabará mostrando matices parecidos (salvando las distancias) a aquellos clásicos riojanos que tanto nos gustan.