Pisando la tierra del sueño

Nos subimos de nuevo al coche de Alberto con el corazón palpitando fuerte por la emoción que sentíamos al saber que por fin íbamos a ir al inicio, al origen, a la viña… por fin pisaríamos esa tierra “casi” sagrada y podríamos tocar esos frutos con nuestras propias manos.

La tarde ya estaba medio avanzada cuando llegamos y la luz iba adquiriendo esa tonalidad que se va transparentando como la que emite una lámpara graduable. Los hermosos viñedos eran acariciados por esa luz de finales de agosto y se erguían orgullosos mostrando las arrugas de su vejez, la tortuosidad de la experiencia buscando esa esquiva gota de agua que le ayude a sobrevivir en estos terrenos secos. Precisamente la escasez de esas gotas de agua serán claves a la hora de producir esos prietos racimos de fruta pequeña en tamaño, pero de inmenso contenido.

Descendemos del coche y dejamos que Alberto se adelante unos pasos. Llegado a un punto determinado marcado por unas barricas de roble a la sombra de una gran copa de árbol, Alberto se para, vuelca una de esas barricas y se agacha.

Con curiosidad le seguimos a poca distancia y cuál es nuestra sorpresa cuando le vemos casi desenterrar una caja de madera. Tras reponernos del sobresalto pocas dudas albergábamos ya del contenido de esa caja. Alberto no nos torturó con una espera innecesaria y desencajando la tapa nos mostró tres botellas. Respiramos hondo, sabíamos que nos estaba presentando a sus tres hijos:

• Sentencia Coupage Experimental: 2006, 2007 y 2008
• Sentencia 2009
• Sentencia 2010, sin etiquetar todavía.

Nos pregunta qué botella queremos abrir para catar allí en los viñedos, expresándonos su deseo de que aceptáramos las otras dos como obsequio para degustar en casa. Nos negamos rotundamente: ¡o probábamos las tres botellas allí con él o no probábamos ninguna!

Sonriendo ante nuestra determinación, abre y nos sirve la primera botella que no podía ser otra que el hijo mayor, el Coupage Experimental 2006, 2007 y 2008, vino ya imposible de conseguir pues si no recuerdo mal nos dijo que además de ésa que tenía en sus manos tan sólo le quedaban dos más.

Era la primera vez que probábamos éste su primer hijo: es de una profundidad tremenda, oscuro, mucha fruta negra compotada, sedoso… y con guiños constantes de especie como el clavo y la pimienta negra.

Vamos y volvemos de la barrica a la viña donde Alberto nos va mostrando sus características, nos muestra sus nudos, sus frutos, exuda amor por su vid por todos sus poros. Nosotros atentos, somos testigos de esta lección de viticultura que jamás olvidaremos.

Esa tarde paseamos primero entre las viñas de la bobal centenaria que plantó su bisabuelo, parándonos ante las más viejas y hermosas.

De vuelta a la barrica de cata probaríamos el vino sin vestir, sin etiquetar, una botella despertada del sueño de los justos en la bodega, el todavía inédito Sentencia 2010: La fruta fresca es protagonista y su acidez despierta y viva, pero las notas de concentración frutal se van colando al igual que tímidas notas de madera. Pero si nos esperábamos un vino agradable y corto, nos equivocamos, porque el Sentencia 2010 tiene desarrollo, buen recorrido y esa pequeña explosión que a mí me encanta justo antes de tragarlo, dejando un placentero postgusto. Creo que a partir del 2013 va a estar impresionante.

Más tarde recorreríamos las cepas de garnacha y culminamos nuestro paseo admirando la juventud, fuerza y agarre de las benjaminas syrah.

Mientras íbamos y volvíamos, la tarde iba pasando, las copas se iban llenando y las botellas vaciando. Ya no sólo hablábamos de vino, ya hablábamos de nuestras vidas, de nuestros sueños y anhelos, de lo que nos había costado a los tres llegar a este punto tan importante en nuestras vidas.

Ahora le tocaba el turno a nuestro descubrimiento del año, volver a nuestro amigo, a quien nos había traído aquí, el culpable de todo: Sentencia 2009

Se hacía de noche, estábamos anocheciendo entre viñas, las sombras nocturnas empezaban a a acariciarnos y susurrarnos al oído que era el momento de irse, que ahora ellas cuidarían de esos tesoros.

Inolvidable, irrepetible, mágico, de ensueño, son meramente palabras, sólo adjetivos. Algo así hay que vivirlo, al menos, una vez en la vida.