Dorado, limpio, brillante y con lágrima densa.
Nada más descorcharlo los aromas son tenues, hay que esperar. A las dos horas tampoco notamos nada muy intenso, pero ya empiezan a aparecer tonos sutiles aunque complejos: flores secas, lichi, cítricos que vienen y van, mantequilla, fósforo, plástico quemado y unas notas a piedras asombrosas.
En boca nada es lo que parece, empezamos, nos llevamos el primer sorbo a los labios, pensamos que es dulce, pero no, quizá un poco, no sé... Buen esqueleto, paso que limpia la boca y hace salivar. La acidez merece un capítulo aparte, el único adjetivo que creo que podría definirla es atroz. Me río de ciertos blancos de otras zonas mundiales que presumen de esa virtud, ya que este Felsenberg les deja atrás. Frutas blancas, flores, miel silvestre, caucho y piedras.
Final duradero con recuerdos a flores y piedras.
Un vino que enseña lo que quiere, delineado, bien hecho, fresco, elegante y ácido. Unos 50€, muy buena relación calidad-precio. Me encantaría poder probarlo con mis nietos. La bomba.
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