Emociónense: El último Vals de El Bulli
Hace meses que no abro la ventana de este modesto blog, quizás por dejadez, quizás por falta de motivación o por no encontrar el verdadero formato o sentido que quiero “dotar al mismo”.
Durante este tiempo no he dejado de viajar, de descubrir tremendos vinos, de vivir grandes experiencias gastronómicas, incluso de escribir varios post que no vieron la luz, pero no ha sido hasta hoy cuando he decidido volver a publicar una entrada. La motivación que me ha llevado a ello ha sido la visualización de un video, “El Último Vals”, un documental que recoge la celebración del último día de servicio en el Bulli Restaurante.
Este video me ha vuelto a provocar, me ha hecho recordar, me ha hecho rememorar la emoción que me provoca la gastronomía. Lo cierto es que el video no deja de ser uno de más de tantos que hemos podido ver en los últimos años protagonizados por el que dicen han sido el mejor restaurante del mundo y su alma mater, el idolatrado Ferrán Adriá. Tengo que confesar que me empieza a cansar tanta algarabía y expectación mediática alrededor de el Bulli, reconociendo que yo soy un friki más que ha contribuido a ello, comprando toda la clase de bibliografía y audiovisuales versados en el restaurante de la Cala Montjoi.
Pero el video que hoy veía me ha trasladado a aquel 10 de agosto de 2010 cuando tuve la fortuna de disfrutar junto a 4 grandes amigos de una cena en el Bulli. Como es evidente no fue una cena cualquiera, sin duda fue la mayor experiencia gastronómica que he vivido hasta la fecha, y no por el simple hecho de cenar en el más laureado restaurante del mundo, sino porque me permitió descubrir (exteriorizar) un concepto de vital importancia para mi, la "Emoción gastronómica”, ese argumento que consolida la idea que la Gastronomía es un Arte más, una sensación semejante a la que percibes al escuchar esa canción o melodía que te hace vibrar, la profundidad de un verso, la sutileza de una pincelada.
Coincide que esta semana uno de los libros que ha pasado por mi mesilla de noche ha sido “La Cocina al Desnudo” del añorado Santi Santamaría, un recomendable ensayo en el que el controvertido e irreemplazable cocinero de Sant Celoni (desgraciadamente desaparecido recientemente) hace balance y trata de abrir un debate sobre el presente y el futuro de la Gastronomía, en la que el autor percibe una renuncia de la ciudadanía a la calidad y al gusto por la comida. Lo cierto es que el libro quizás se centra en exceso en tratar de desmitificar la cocina “adrianista” y exponer los perjuicios que esta revolución está provocando sobre la cocina tradicional, de mercado, de pie calle, así como los efectos poco saludables que esto puede originar. La publicación de este ensayo provoco un gran maremágnum que hizo temblar los cimientos de la cocina española, provocando la aparición de firmes detractores (la mayoría de los grandes chefs nacionales y la prensa especializada) de las tesis de Santamaría y algunos sólidos defensores de su pensamiento, abogando por una vuelta a las raíces.
Pretendía mojarme y tratar de decantarme por una las vertientes, pero el final de la lectura del libro en la pasada madrugada y los recuerdos aflorados con “El Último Vals”, me llevan a ratificar que mientras haya verdad y emoción todo vale (y sin jugar con la salud del comensal como es evidente). Lo cierto es que el ciudadano de a pie, suele disfrutar más con la cocina más tradicional, la que se sustenta en la calidad del producto y en el amor a la hora de elaborarlo, dejando solo para los más entendidos o para determinadas ocasiones especiales la cocina más vanguardista (la molecular, la del nitrógeno líquido, … la tecnoemocional que diría el periodista Pau Arenós). Pero no podemos ser cerriles, no podemos perder la oportunidad de emocionarnos con los verdaderos artistas que encontramos en muchas cocinas de nuestro país, que apoyándose en la calidad de los productos y el empleo de las últimas tecnologías están encumbrando a la cocina española a las más altas cotas de la coquinaria mundial. Eso sí no dejemos de expurgar, como en todas las disciplinas profesionales hay mucho cantamañanas que se sube al carro de las nuevas tendencias y pretenden abrir restaurantes en los que sus platos sean una secuencia de “espuma de ….” “ esferificación de ….” sin haber aprendido siquiera a cuajar una tortilla de patatas.
Aprovechémonos de la diversidad de cocinas y materias primas con los que contamos en nuestro país, consumámoslos en la que medida que cada uno pueda, quedémonos con lo mejor de cada estilo y sobre todo ¡¡Emociónense!!
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Álvaro ¡no nos dejes! Ya te estaba echando de menos así que ya estás poniéndote a currar ahora mismo.
Me pareció una documental "más humano" de lo que nos tenía acostumbrado Adriá y todo su equipo de comunicación. Tal vez por eso este me gustó mucho más que cualquier otro que haya visto.
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La verdad que el documental estuvo realmente interesante y para los afortunados que vivieron aquello debió ser algo muy especial. Al igual que tú, tuve la fortuna de haber podido vivir la experiencia de cenar allí y qué duda cabe de que fue inolvidable, de que detrás del mito hay una realidad. Y conste que de aquel día, lo que más me impresionó del restaurante fue la coordinación del servicio, al fin y al cabo con 42 creaciones hay cosas que te emocionan, otras que gustan mucho y otras que gustan menos, pero por encima de todo te das cuenta del enorme trabajo que hay detrás de todo esto, de que todo está pensado, medido y estudiado hasta sus últimas consecuencias. Gran documental y sabias reflexiones, amigo. Y a ver si te prodigas más.
Saludos,
Eugenio. -
Estoy de acuerdo con tus comentarios en general y en particular con esa expresión "mientras haya verdad y emoción todo vale". Soy partidario, como tú, Alvaro, de acercar distintas posturas gastronómicas y zanjar controversias sin sentido.
Gran artículo.
Saludos -
en respuesta a Mar Galvan Ver mensaje de Mar Galvan Mil gracias Mar, me alegro que gustará.
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en respuesta a Tabanquero Ver mensaje de Tabanquero Mil gracias Tabanquero, di que si, disfrutemos más y regañemos menos.
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