Dorado intenso evolucionado, ligera presencia de precipitados.

En nariz y tras una cierta aireación (se abrió la noche anterior), se muestra con buena intensidad, con una franqueza y complejidad que sencillamente estremecen. Aparecen notas de flores marchitas, una gama de frutas maduras, toques de orejones, una serie de hierbas aromáticas, especias, mieles, café en grano. Con más aire, el vino va cambiando y notamos frutos secos, almendras, recuerdos minerales, incluso algunos toques volátiles. Evoluciona constantemente en copa no decayendo en ningún momento ni en intensidad ni en profundidad. Una maravilla.

En boca este vino alcanza ese ideal que podemos definir como la perfección, al menos para mi gusto. Redondo en el paso, con peso y concentración, con una maravillosa acidez, es largo y tremendamente placentero en el final, tras el que quedan sensaciones de frutas maduras, frutos secos y minerales y un dulzor muy contenido. Persistencia eterna. Queda en el recuerdo. Da la sensación de que es un vino mucho más joven, sin apenas rasgos de evolución, pero con ese alma, ese bouquet que solo los vinos muy añejos son capaces de transmitirte. Un compañero lo definió como la perfecta conjunción entre una vieja Szcencia de Tokaj y un misterioso oloroso jerezano. Ahí queda eso.

Un vino para el recuerdo, para la galería de inolvidables. Si ya un Clos de Bourg del 71 nos marcó, este lo ha hecho mucho más. Es la perfección de un vino que ha alcanzado su más gloriosa madurez a los 64 de edad, a punto de jubilarse. Yo firmo ahora mismo llegar a la jubilación con esta frescura y lucidez. La frescura y lucidez de un vino inolvidable que esperemos podamos volver a probar algún día. Que así sea.