Reflexiones entre viñas
Después de visitar las ruinas de un antiguo monasterio, volvemos a pasar por viñedo, mientras Jesús Ángel me comenta, con la voz entrecortada, que él ama estos pequeños troncos que con su fruto nos permiten disfrutar de una bebida como el vino. Me explica como los cuida, sean las 6 de la madrugada o las 12 de la noche, haga frío o calor, llueva o nieve, para que sigan su ciclo natural y nos den la mejor esencia de la tierra, de las piedras. Y esa voz entrecortada se acentúa cuando comenta el precio al que en la mayoría de los casos le pagan el kilo de uva, “hay quien prefiere que caiga piedra, porque el seguro les pagará más por la cosecha, pero yo prefiero ver nacer las uvas y crecer los racimos”. Segunda reflexión, no solamente nos olvidamos del campo sino también de quien lo trabaja. En demasiadas zonas vitivinícolas de nuestro país el agricultor no vive con la dignidad que merece. Quizás este también sea uno de los peajes que nos toca pagar en esta “crisis” que vivimos.
Me acordaré mucho de este día y me acordaré mucho de Jesús Ángel. Seguramente de manera consciente cuando piense en Navarra. O posiblemente de manera inconsciente cuando meta la nariz en una copa de vino y encuentre los mismos aromas que él me restregó por la cara.
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Me ha gustado mucho el artículo, cuanta razón tienes, estamos perdiendo muchas cosas
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anonimo
Jesus Angel,
viticultor de los de verdad, auténtico,
con gente como el, en Navarra no hubiera pasado todo lo que ocurrió con las garnachas