Blog de Jordi Melendo

Reflexiones entre viñas

La ciudad, los coches, el asfalto, un taxi de casa al aeropuerto de salida y otro del de llegada hasta el hotel… a veces, muchos de nosotros, teniendo la naturaleza cerca, solo la vemos en las fotos. Esta semana, en Navarra, concretamente en Dicastillo, he vivido la vibrante experiencia de caminar por los viñedos, andar por el campo, visitar un antiguo monasterio abandonado, con un viticultor, el amigo Jesús Ángel, quién me iba mostrando cosas a las que tengo acceso en la vida cotidiana. Tocando esas cepas de garnacha con más de sesenta años, Jesús Ángel me explicaba algunos secretos de esta gran casta, algunas que ya había leído en algún libro, pero nunca oído en vivo y con palabras de alguien que las ha vivido tan cerca toda su vida que las conoce como nadie. Este hombre que asegura que los dientes le crecieron en el campo, también me hizo vibrar cuando por un camino pedregoso iba arrancando las hierbas y me hacía olerlas: “Mira Jordi, esto es tomillo, del de tallo corto… y esto es pacharán salvaje… y esto rosal salvaje” me iba diciendo mientras me pasaba los hierbajos por la nariz. “Aquello son zarzamoras y aquellos árboles son acacias…” me iba señalando. Jesús Ángel se detuvo un momento y me habló de “la gran eclosión”, de la magia de la naturaleza: “Estas hierbas, este entorno –me decía-, hace unas semanas estaba todo muerto y en pocos días ha explotado”. La primera reflexión que me vino a la cabeza es que a veces no damos a la naturaleza la importancia que tiene y que el día a día de esta sociedad trepidante y trepadora hace que en demasiadas ocasiones le demos la espalda. Estamos tan habituados a todo lo que sobre el medio ambiente leemos cada día en los periódicos o vemos por televisión, que ya no le damos la importancia que realmente merece.

Después de visitar las ruinas de un antiguo monasterio, volvemos a pasar por viñedo, mientras Jesús Ángel me comenta, con la voz entrecortada, que él ama estos pequeños troncos que con su fruto nos permiten disfrutar de una bebida como el vino. Me explica como los cuida, sean las 6 de la madrugada o las 12 de la noche, haga frío o calor, llueva o nieve, para que sigan su ciclo natural y nos den la mejor esencia de la tierra, de las piedras. Y esa voz entrecortada se acentúa cuando comenta el precio al que en la mayoría de los casos le pagan el kilo de uva, “hay quien prefiere que caiga piedra, porque el seguro les pagará más por la cosecha, pero yo prefiero ver nacer las uvas y crecer los racimos”. Segunda reflexión, no solamente nos olvidamos del campo sino también de quien lo trabaja. En demasiadas zonas vitivinícolas de nuestro país el agricultor no vive con la dignidad que merece. Quizás este también sea uno de los peajes que nos toca pagar en esta “crisis” que vivimos.

Me acordaré mucho de este día y me acordaré mucho de Jesús Ángel. Seguramente de manera consciente cuando piense en Navarra. O posiblemente de manera inconsciente cuando meta la nariz en una copa de vino y encuentre los mismos aromas que él me restregó por la cara.

  1. #1

    Sibaritastur

    Me ha gustado mucho el artículo, cuanta razón tienes, estamos perdiendo muchas cosas

  2. #2

    anonimo

    Jesus Angel,

    viticultor de los de verdad, auténtico,

    con gente como el, en Navarra no hubiera pasado todo lo que ocurrió con las garnachas

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