Un monje llamado Aleix
Hace unos meses recibí un correo electrónico a través de este blog. Era de Aleix Puiggalí, uno de mis compañeros de adolescencia en las Escuelas Profesionales Salesianas de Sarriá, donde estudiaba carpintería para seguir los pasos de mi padre. No eran tiempos fáciles para mí ya que después del fracaso escolar en
Muchas veces las personas se cruzan en nuestras vidas y Aleix volvió a cruzarse en la mía. Cuando me escribió Aleix Puiggalí sabía casi todo acerca de mi vida profesional, me seguía a través de Verema. Su correo me conmovió, era el de un amigo de siempre cuya imagen me trae recuerdos de bocadillos de quesitos en el patio del colegio, nostalgia de momentos que no volverán pero que han sido escalones que te han llevado a un presente feliz. Así como yo encuentro mi felicidad paseando por viñedos, degustando vinos, escribiendo ante el ordenador o viajando en tren a la champagne, Aleix ha encontrado la suya en un monasterio, donde vive por y para el Jesucristo del que ya hablaba casi treinta años atrás.
Pilar Rahola le dedicó un interesante artículo en
“Era sábado, misa de las once, día de Sant Francesc d'Assís, la iglesia, bellísima como una novia, rebosaba vida, y entre los centenares de creyentes, algunos descreídos impenitentes participábamos emocionados de la ceremonia. Aleix Puiggalí, un amigo de muchas cuitas, almamáter de la concejalía de Derechos Civiles que creamos cuando llegamos al Ayuntamiento de Barcelona, hacía sus votos temporales para ingresar en la orden de Sant Benet. Se convertía, después de cuatro años de preparación, en "monjo" de Montserrat. El abad Josep Maria Soler, en su emotiva bienvenida al nuevo hermano, aseguró que no caía ningún telón, sino que asistíamos al segundo acto en la vida de Aleix. Es decir, todas sus vidas anteriores –político, actor, doblador, inquieto luchador por los derechos civiles– convergían en la nueva vida que había escogido. Y añadió: “Si en su vida profesional había puesto voz a otros personajes, la amistad con Jesús pide hacerlo al revés: que Jesús ponga la voz, escriba el guión, y el cristiano, el monje, le ponga la vida. No como freno a la libertad personal, sino como medio para encontrar la plenitud del propio ser y su liberación integral”. Ni que decir tiene que fue una de las ceremonias más bellas que he vivido en años. Y que todos, creyentes y no creyentes, nos sentimos muy felices por el hermano Aleix…
…Aleix Puiggalí ha optado por un severo compromiso con sus creencias religiosas, y ese compromiso lo mejora como persona. Y es ahí donde la religión deja de ser una pesada carga, para ser un proceso de liberación. Confieso que personalmente me llevo mal con la trascendencia divina, y que se me escapan las emociones que puede sentir mi amigo Aleix. Racionalista convencida, prefiero espantar la tentación de los dogmas de fe y vivir en la incertidumbre de las dudas. Pero ello no impide que valore la grandeza de un acto religioso cuando busca la profundidad de sentimientos. Las religiones son armas de doble filo, y tanto pueden servir para convertir a un ser humano en un santo como para transformarlo en un suicida. De Santa Teresa de Calcuta a un asesino de Al Qaeda, Dios ha sido usado históricamente para el bien y para el mal. Me dirán los creyentes que Dios no tiene la culpa de las barbaridades que se cometen en su nombre, y es cierto. Pero también es cierto que la historia de la humanidad está plagada de ellas. Y que, en muchos casos, han servido como eficaz martillo de pensamiento único y de represión. Sin embargo, el otro día en Montserrat no percibí fanatismo, ni intransigencia dogmática, ni represión. Percibí una honda espiritualidad, una gran dosis de entrega y un bello acto de amor. Dándose a una vida monacal, el hermano Aleix rindió un gran homenaje a la libertad. Los que no creemos en Dios, pero le amamos a él, nos sentimos muy felices”.
Conocedor de su fe y devoción por