Latas de verano para vino fresquito y dulzón
El vino se sirve a una temperatura de 12 grados. Yo prefiero la copa ancha, la capullona, para meter todo el morro, nada sísmica y con el tallo para hacer virguerías. Es que hay ese punto de azucar que se puede pegar en el indice y colgar su melaza para descubrir lo alargado que puede ser un sorbo de auslese, con el tambor de su núcleo dando nota de melocotón, el dignísimo toque salino que a veces me trae este MSR, la brillantez del fino matiz mineral, el equilibrio entre riesling y su terroir y la madurez espectral.
No hay rivales. Hay notas de pastelería, un curioso y llamativo sabor a rábano, la fluidez en boca es genial, la piel de cítricos aparece en un distinguido aroma que mueve otros de flores blancas, nueces y membrillo.
La cosa de la acidez es como una conversación en el ascensor, cuenta lo poderoso, beber es una recompensa.
En el plato la casi emulsión de AOVE y vinagre, como un trazo de acuarela, el mejillón adobado, el pizco de enebro para matizar sus taninos, dulce; el laurel y la semilla de mostaza muestran la sal del mar (otra vez) y la combinación de sabores contra la flor del limón abre un sabor denso, boletos y sotobosque majado con el trozo de alce guisado (arandanos, grosellas negras, especias, un poco harina de guisante, permitiendo al bolo se cuaje bien) y el vino restituye sensaciones. Una inconfundible combinación para exponer en el vistazo panorámico de nuestras cosas diarias.
El vino pasa muy bien. Luego o antes se ha maridado con una garnacha de la ancha Castilla del Norte y del Sur y seguir con la tertulia.
Y eso que en nariz parece mucho un soleado Pfalz con el puñado de flores secas perfumando el armario de la ropa blanca.
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en respuesta a EuSaenz Ver mensaje de EuSaenz Gracias, Eugenio. Mucha pereza.