Peña La Verema

Cata de vinos dulces: varietales de Moscatel de Alejandría y Malvasía

No podíamos inaugurar el nuevo siglo de una manera tan especial: con una inédita cata de la peña La Verema, vinos dulces. Si que habíamos disfrutado de vinos dulces en la cena, a los postres, tanto blancos como los de esta ocasión, como tintos, pero nunca catados a ciegas. Paco Higón se desmarcó de este modo de lo habitual y tradicional en nuestra peña causando incialmente reacciones varias y mohines diversos, ya se sabe que ser innovador -¿es innovador una cata de vinos dulces?- es algo difícil a menudo, aunque al final todo fueron beneplácitos para la iniciativa.
No me gustaría quedarme en las merecidas alabanzas al organizador de la velada enológica, o al menos no sólo respecto a la iniciativa de seleccionar los vinos. Creo que es necesario detenerse en los varietales elegidos; no se si estaréis de acuerdo conmigo pero me parecen varietales con nombres de un poder enormemente evocador: Moscatel de Alejandría, Malvasía.
Tienen magia ya sólo al pronunciarlos, siempre me lo ha parecido así, y qué mejor ocasión que ésta para mencionarlo. Conviene recitar los nombres en voz alta para que la evocación funcione en aquellos con los mecanismos de imaginar un tanto oxidados. Si así ocurre, de inmediato eres transportado a Grecia o a Asia Menor, donde están los orígenes de estas vides y de nuestra cultura vinícola y mediterránea. Pasan por nuestra cabeza paisajes de luz cegadora, donde el aire huele a lentisco, a romero, a pino y a salitre.
Cómo se nos va la imaginación al pensar en la Moscatel y casi podemos ver a Ahram el Navegante junto a la esclava Irenia -la vieja sirena que relata magistralmente J.L. Sampedro- en su palacio de la isla de Faros, con sus estupendas vistas de Alejandría desde el banco de los delfines del jardín y con una copa de moscatel en la mano. Por qué no, a Penélope en su isla de Itaca libando un Malvasía que endulce su amarga espera a Ulises y alivie el acoso de todos los pretendientes.
El entorno de la cata era mucho más real, tan real como Mantequerías Castillo. No voy a decir que lamentablemente real como alguno al que la imaginación se le haya ido lejos al pronunciar en voz alta ambos nombres podría pensar; tratándose del lugar donde se celebraba la cata diremos afortunadamente real.
Queriéndolo o no, Paco sabrá, la cata se convirtió en un mano a mano entre moscatel valenciano y malvasía canario. La dulce disputa acabó convirtiéndose en amigable camaradería. Las diferencias de puntuación, no muy sustanciales o al menos no tanto como otras veces, así lo atestiguaron.
Ganó un moscatel valenciano, Fusta Nova, un moscatel de libro de portentosa nariz varietal. Después quedaron los malvasías canarios: El Grifo, sutilidad pura; Carballo, con inconfundible personalidad propia de la vendimia tardía. Por último, Moscatel de Mendoza, un más que original moscatel, diferente y elegante.
 

Notas de cata:

Fusta Nova 1999
Amarillo pajizo.
Impresionante nariz: floral (espliego, lavanda), miel, mosto, cítricos.
Untuoso y con gran lágrima. En boca se muestra largo y amplio.

El Grifo Malvasía Dulce 1999
Amarillo muy pálido.
En nariz es floral y suave. Notas de lichis y de mango maduro.
Untuoso, ligero, limpio.

Carballo Malvasía Dulce 1999
Amarillo dorado, ambarino brillante.
Aroma muy potente: melocotón, caramelo, café, toffe, aunque sin perder fondo frutal.
Sabroso, largo

Moscatel de Mendoza Crianza 1999
Amarillo pajizo claro.
En nariz destacan notas de albaricoque, orejones, almendras y algo de brea.
Punzante, persistente y equilibrado.

En los intermedios de nuestra cata, cuando ya hemos hecho una ronda de cata y pasamos a conocer las características básicas de los vinos que tenemos delante, se aprovechó la ocasión para degustar un maridaje perfecto con este tipo de vinos: el Foie. Sin palabras.
La cena continuó con un Condado de Haza 1998, Conde de Valdemar reserva 1995, Marqués de Velilla crianza 1996, y las incruentas disputas de los que preferían uno u otro vino.
Café, copa de brandy y puro, pusieron punto y final a la cena, que no a la velada. Como ya es tradición inexcusable, el cava Agustí Torelló Nature nos quitó varias horas de sueño del viernes.


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