Vista: Rojo picota oscuro, de capa alta y con el ribete estrecho diferenciado en tonos violeta. Limpio pero con poco brillo. Lagrima abundante, densa, gruesa y de caída lenta que tinta la copa.

Nariz: Tímida, falta de intensidad, expresividad y persistencia. Con una fruta entrada ya en fase de reducción, con aromas que recuerdan a las uvas pasas. Con una buena crianza de maderas de calidad que aporta un toque de elegancia y poco más.

Boca: Mejora ostensiblemente, aunque tampoco esta al nivel esperado. Aquí si encontramos intensidad, cuerpo y volumen. Conserva una buena estructura, con acidez y taninos notables pero bien compensados. La fruta aparece menos pocha, conservando aún cierta gracia en la que se puede intuir toda la calidad que atesoró en su inicios. De nuevo la elegancia de las buenas maderas que lo han criado, fiel al estilo Allende, que no enmascaran la fruta, aunque esta no acompañe. Postgusto largo y persistente, en el que nos regala un detalle alicorado, sin duda su mejor aportación.

Extraña esta añada 2018 de Gaminde, que registra una evolución prematura. Las primeras botellas abiertas tras su reciente salida al mercado presentaban corchos bastante embebidos, lo que no auguraba nada bueno. Aún así no ha ido por la fregadera, y aún en boca mejora a muchas referencias de la Rioja moderna. La experiencia pasada genera unas expectativas elevadas, que esta añada en general no ha cumplido. Aún así, Allende seguirá siendo una de mis referencias indiscutibles en Rioja, al fin y al cabo, hasta los mejores a veces fallan.