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Allá vamos, Pte. 4: Riojanas-Contino-Viña Real

3.1. Bodegas Riojanas: La casa en el risco...

El jueves once de noviembre comenzó muy mal para mí. Me desperté con el cuerpo hecho un asco, adolorido, tosiendo violentamente y sin nada de energía. Parecía que iba a caerme encima la madre de todas las gripes. Lo extraño era que, pese a la potencia de la tos, mi nariz no estaba congestionada. De poder zafarme las sábanas y ducharme, quizás sacaría fuerzas de flaqueza para lidiar con la cargada agenda del día.

Camilo, diligente amigo y tipo recursivo donde los haya, se había acordado de traer entre sus nécessaires unas capsulitas azules que, según me informó, me aliviarían el malestar al menos durante algunas horas. No hice preguntas. Me metí un par de las cápsulas, me metí bajo una ducha hirviente y luego bajé al comedor del hotel para ingerir grandes cantidades de cafeína. Pasada una hora, me sentía mucho mejor.

Y eso de “mejor” era crucial. Nos dirigíamos esa mañana hacia la Rioja Alavesa, al pueblo de Cenicero, a visitar Bodegas Riojanas. En l tarde teníamos planeado comer con Jesús Madrazo en Contino y, un poco más tarde, darnos un garbeo por la nueva joya en la corona de CVNE, la gran bodega de Viña Real en Laguardia.

A Riojanas llegamos a tiempo y me dio por pensar que había hecho otra como la de la visita a López de Heredia. En el vestíbulo de la bodega no había absolutamente nadie. Tocamos un par de puertas y emitimos un par de “holas” hasta que al fin apareció un joven a preguntar lo que se nos ofrecía. Yo le dije quien era y que tenía una cita. Me miró como si yo fuese un marciano, se dió la vuelta y desapareció, dejándonos a Camilo y a mí solos en la recepción.

Pasaron unos minutos y apareció otro joven, acompañado por un señor en bata de laboratorio. Me dijeron que lamentaban las demoras en el recibimiento. En efecto, se suponía que alguien estuviese esperándome, pero mi contacto por correo electrónico había sido con las oficinas de la compañía en Madrid y, al parecer, el anuncio de mi visita tomado algún viraje equivocado entre la Capital y Cenicero. En fin, a alguien se le olvidó mencionar algo, o se traspapeló el memorándum, o lo que fuera. Total, no pasaba nada, ya estábamos ahí. El caballero de la bata blanca era Felipe Nalda, director técnico de la bodega. El se encargaría de dirigir nuestra visita.

Cuando ves de frente el edificio principal de Bodegas Riojanas, no te parece especialmente grande u ostentoso. Al entrar, no tienes idea de que tras la fachada hay todo un laberinto de salones y túneles. En este caso, esos salones y túneles tienen la peculiaridad de haber sido excavados en la empinada cara de un risco. Llegas de un nivel de la bodega a otro en ascensor lo que después de un rato acaba por desorientarte. Pero según Felipe nos explicara, el haber ampliado la bodega en niveles múltiples a lo largo de los años tiene grandes ventajas. En especial, esta distribución permite utilizar la gravedad al máximo a la hora de hacer y mover el vino.

Nuestra primera parada fue en la sala de fermentación. En Riojanas se utiliza una mayoría de fermentadoras de acero inoxidable, aunque se mantienen también algunas de concreto. Probando muestras de depósito, al fin pude hacerme de una primera idea sobre la cosecha del 2004, algo que no había podido obtener ni en López de Heredia, ni en La Rioja Alta; en esas bodegas las únicas pistas sobre vicios y virtudes en la añada habían sido números. Y es de todos sabido lo malo que soy yo con los números... El alcohol parece haber alcanzado niveles riesgosos en el 2004. muestras pre-malolácticas de vinos de graciano, mazuelo y tempranillo destinados a mezclas rondaban el 15% de alcohol por volumen. Los caldos eran potentes y untuosos, incluso en una etapa tan temprana de su desarrollo. Le manifesté a Felipe algunas dudas sobre si eran manejables unos niveles tan exorbitantes de alcohol, pero él me respondió confiado que probablemente no habría problema ninguno y que se lograría algo bueno, nivelando los alcoholes eventualmente a base de mezcla y remezcla.

Otro momento interesante en la sala de fermentación ocurrió cuando Felipe nos presentó un experimento en curso, muy interesante. Viura del 2004 para ser usada en un Viña Albina Blanco estaba comenzando su fermentación maloláctica en tres pares de barricas distintos. Un par era de roble francés nuevo, otro de roble americano nuevo y el último, de acacia. Probamos muestras de cada par de barricas. La de roble francés era un vino firme, con algo de cremosidad en su posgusto. La de roble americano, en contraste, estaba menos estructurada y tenía aromas mucho más presentes. Se sentía mucho más la presencia del roble americano que la del francés. La muestra de acacia fue una extraña sorpresa—aún tan temprano, el vino parecía oxidado a niveles inusuales debido al aire que entra a través de los anchos poros de la madera. Claro, aún ante tal oxidación, el juicio de ese vino y de las demás barricas experimentales o diferiré hasta que pueda probar el vino completamente terminado, porque el diablo son las cosas...

Continuando nuestro “tour” de la bodega, Felipe se nos fue revelando como una fuente valiosísima de datos históricos y anécdotas suculentas de esas que tanto me gustan, así como también de las minucias técnicas de las que tanto nos gusta llenarnos la cabeza a los enochalados. Nos contó de los diversos proyectos de expansión de Bodegas Riojanas, que necesitaron que buena parte de las acciones de la bodega fuesen ofertadas en bolsa. También nos enteramos de las tremendas dificultades inherentes en la construcción de una bodega funcional en la cara de un despeñadero. Al entrar al calado, Felipe me hizo un regalito que atesoraré por mucho tiempo: Me contó las primeras historias que haya podido escuchar de boca de alguien sobre la viticultura y enología en Rioja durante la Guerra Civil, un tema que siempre me ha intrigado y del cual, si las circunstancias se pusieran de mi parte para investigarlo a cabalidad, escribiría un libro. Quizás Felipe, sin saberlo, había llegado brevemente a mi existencia para impulsarme hacia el proyecto. Nos contó que muchas casas, a pesar de la sangrienta contienda en todo el país, no dejaron de hacer vino entre 1936 y 1939. Tenían que hacer milagritos para hallar mano de obra a la hora de la vendimia. Y las cosas en las bodegas tampoco eran fáciles, entre la falta de trabajadores y el constante miedo de una destrucción súbita si alguna batalla se acercaba demasiado.

Riojanas es otra bodega con un inventario saludable de vinos antiguos. En su cementerio Felipe me preguntó si había alguno en específico que quería probar. Yo, como me dan tremendo apuro tan generosísimas propuestas, le dije que eligiese él, que yo estaba más que satisfecho con lo que él me diera a probar. Seleccionó un Bodegas Riojanas, “Monte Real” Gran Reserva, Rioja 1964 porque, según nos contó, ése fue el año en que comenzó a trabajar en la bodega. Además, sacó otra botella de un nicho, algo para hacerme alucinar de veras, el Bodegas Riojanas, “Monte Real” Gran Reserva, Rioja 1948. El Monte Real más viejo que había yo probado hasta aquella mañana era el magnífico 1952. Pero gracias a Felipe, iba a poder ufanarme de conocer aún más de historia.

El 64 fue siempre impresionante en la docena de ocasiones en las que había tenido el privilegio de beberlo anteriormente. Esta vez no nos desencantó en lo más mínimo. Bello color, entre el granate y el yodo, con violeta en el centro y el borde. Aromas de caramelo, arcilla, hojas secas, carne curada, frambuesa negra, ciruela y anís. Pero no es la cantidad de elementos aromáticos lo que impacta en este vino, es la calidad de los mismos... Surgen uno a uno, cantando una nota suavemente, pero con una claridad preciosa. Luego se unen los aromas y cantan todos juntos en una armonía perfecta. El vino es sedoso y opulento en boca, con una deliciosa corriente de salinidad. Muy largo, con un golpe de ciruela fresca y acidez vibrante en el final.

Inicialmente, el 48 resulta muy reductivo. Pero se le pasa... Aparecen notas sutiles de caramelo, nueces tostadas, hojas secas, sándalo, manzana asada, clavo dulce y canela. Por un momento me engaña, haciéndome pensar que está ya cansado, pero es una impresión que me dura poco. El vino se expande imparablemente en la copa. Emergen aromas de ciruela negra y cereza frescas. En boca es sedoso, elegantísimo y profundo. Sorprende en el paladar medio con notas de cáscara de naranja, té negro y dulce de membrillo. El posgusto es largo y torna un poco seco, lo que me hace pensar que, en efecto, quizás este vino haya visto mejores momentos. Peor aún se mantiene muy erguido y con garbo.

Habiendo probado esos dos grandes vinos, le pregunté al hombre de la bata de laboratorio si Riojanas tenía proyectos o ideas que cambiarían el estilo de sus vinos tradicionales. La pregunta me parecía justa, pues el salón de cata se encontraba al lado de un laboratorio muy moderno y serio de apariencia. Felipe comenzó a sacar botellas. Iba a mostrarme, no a decirme.

El nombre del juego para muchas de las grandes bodegas de Rioja parece ser “diversificación”. Lo que Felipe quería darme a probar a continuación era una serie de vinos de Toro. Riojanas ha instalado allí una bodega llamada Torreduero.

Primer tocaba un Bodegas Torreduero, “Peñamonte” Cosecha, Toro 2003. Grande, maduro, sencillo y dulcemente aframbuesado. Los aromas y sabores de frambuesa negra, ciruela y cassis tienen algo detrás que me recuerda a la antracita y que da mucho interés al vino.

Siguió el Bodegas Torreduero, “Peñamonte” ‘3 Meses en barrica,’ Toro 2002. Un vino más trabajado, suave y redondo que el anterior, con buena diferenciación entre su aromas de frutas negras y tierra. Mediano de cuerpo, masticable y con abundante frambuesa y mora en boca. Acentos de caramelo y carne asada en un final medio. Con comida me parece que se portaría muy bien.

Ultimo en la sequencia de Toro fue el Bodegas Torreduero, “Marqués de Peñamonte” Crianza, Toro 2000. De entrada tiene demasiado de pasificación para mi gusto. Y el roble distrae bastante de la verdadera sustancia del vino, pero no suficiente como para que uno la pierda de vista. Un vino amplio, con mucha ciruela y taninos recios. EL final seca un poquito, dejando una impresión como de polvo. Se deja beber, pero no creo que salga corriendo yo a comprarlo.

Habiéndonos enterado más o menos sobre el proyecto de Toro, volvimos a riojas de Riojanas. Probamos a continuación el Bodegas Riojanas, “Gran Albina,” Rioja 1998. Hará ya unos añitos desde aquella noche en Madrid en la que Víctor de la Serna me diera a probar el Gran Albina 1996. Recuerdo que el vino me gustó muy poco, pues me lo encontré sobresaturado de roble nuevo y sin enfoque. Lamentablemente, el 98 es más de lo mismo. No es mi gusto. Si por alguna circunstancia de la vida este vino estuviese privando de la mejor fruta de Riojanas a los Viña Albina y Monte Real, mi congoja no tendría límites.

Dos viejos amigos míos concluyeron nuestra cata y la visita a Bodegas Riojanas. El primero en aparecer fue el Bodegas Riojanas, “Viña Albina” Gran Reserva, Rioja 1994. Uno aprende algo nuevo cada día. De boca de Felipe, en esta ocasión me enteré de uqe la Albina original, en honor de quien se bautizara la viña principal de Riojanas, fue la esposa de Don Rafael Carreras, uno de los fundadores de la bodega. También me fui rectificado de una vez por todas en cuanto a una creencia errónea que tenía. Resulta que el Monte Real no es el principal entre lso vinos tradicionales de Riojanas, sino el Viña Albina. Ahora ya lo sé.

Aromáticamente, el Albina 94 estaba como suele estar—elegante y sumamente agradable. Huele a frambuesa negra y zarzamora, violetas, tabaco de pipa y tierra. Muy afrutado y de cuerpo medio al entrar en boca, se expande inesperadamente para mostrar taninos potentes en un final largo. Necesita bastante tiempo en botella aún.

Nuestro último vino de la mañana fue el Bodegas Riojanas, “Monte Real” Gran Reserva, Rioja 1994, un vio mucho más térreo y goloso que el Albina. En la nariz se sienten agradables notas de carne curada y caramelo. Sorprendentemente ligero y jugoso en boca, con un final largo y bien delineado. Este vino invierte el paradigma habitual, pues usualmente el Albina es un vino más delicado, Pero en el 94, el delicado es definitivamente el Monte Real.

Al despedirnos de Felipe y estábamos tarde para nuestra siguiente cita. Le prometimos que volveríamos pronto, la próxima vez con suficiente tiempo para sentarnos a acompañar los deliciosos Albinas y Mote Reales con cordero... La verdad es que para un tipo que se había levantado al borde de la muerte, me iba bastante bien. Las capsulitas azules de Camilo habían sido un éxito rotundo. Esperaba yo que me mantuvieran en pie unas horas más. Teníamos que dirigirnos hasta Laserna, a visitar a mi buen Madrazo en la bodega que tan magistralmente regentea, Contino.


3.2. Contino y Viña Real

Contino es—por mucho—la más bonita de las bodegas que visité durante mi gira riojana. En el carro, de camino allí, uno pasa por sus impecables viñedos a la orilla del Ebro. Y entonces llega uno a la bella casona señorial cubierta de hiedra que alberga la bodega.

Esta pequeña bodega (bueno, para los estándares de Rioja, por lo menos) surgió por la idea y el esfuerzo de Don José A. Madrazo, el padre de Jesús’ Madrazo, que es el actual enólogo. Según el kit de prensa de Contino, la bodega fue fundada en 1973, “en plena invasión de multinacionales, bancos y empresarios ávidos de montar grandes y rentables bodegas”. Mientras otros se ocupaban de la industrialización del vino en Rioja, Don José, respaldado por el poderío financiero de CVNE, emprendió un proyecto basado en el modelo de un château bordelés. Contino sería una unidad autosuficiente, produciendo artesanalmente vino a partir de fruta de viñedos propios, adyacentes a la bodega. La adopción de este modus operandi hace de Contino la punta de lanza que introdujera nuevos estándares a la región, estándares que los productores de la actual “nueva ola” en Rioja, dos décadas más tarde, asumen como los únicos buenos y válidos. El 73, momento en que gravísimos escándalos estaban a punto de estallar en torno a las prácticas enológicas y comerciales de Burdeos (el famoso Winegate que llevó a varios procesos criminales contra prominentes personajes del négoce de la región y, francamente, pro poco se carga la reputación de la misma por siempre jamás), quizás no era el mejor momento para proclamar las virtudes de modelos “bordeleses”. Pero el triunfo de COntino y su indiscutible influencia son el mejor aval de la sabiduría de su fundador.

Los vinos de Contino siempre fueron diferentes del rioja tradicional. Poseían una frutosidad más pronunciada, algo extra de redondez y poderío... Pero nunca sacrificaban las sutilezas de un gran rioja. Eran y siguen siendo vinos absolutamente individualistas, pero que a la vez no dejan duda alguna de su estirpe riojana.

Jesús Madrazo tomó las riendas como enólogo de Contino a mediados de los noventa. Bajo su tutela, los vinos han asumido un matiz más “de ahora”—mas inmediatez, concentración, roble nuevo, etc. Pero continúan la tradición de elegancia y sofisticación que ha caracterizado al producto de la bodega desde el comienzo. Cuando le pregunto a mi amigo Gerry Dawes—ese veterano y acertadísimo cronista del vino y la gastronomía de España—lo que piensa sobre la manera de trabajar de Jesús Madrazo, invariablemente me contesta: “El muchacho creció bebiendo Imperial. Tienen un verdadero paladar histórico. Jesús sabe muy bien lo que está haciendo”.

Yo, por mi parte, estoy completamente de acuerdo.

Camilo y yo estábamos allí para comer con Jesús y con otro enólogo del área de Laguardia. En la tarde, tras comer y beber a saciedad, pensábamos darnos un garbeo por Contino y, con suerte, por alguna otra bodega del área.

El “otro enólogo del área” resultó ser José María Ryan, el jovencísimo encargado de la más neuva y brillante joya en la corona de CVNE, la gigantesca e hipermoderna bodega de Viña Real en Laguardia. Jesús me anunció prontamente la agenda: Tras la comida, José María nos llevaría a ver Viña Real. Luego nos devolvería a Contino al caer la tarde.

Con la comida, probaríamos algunos vinos de Contino y un Viña Real “de otra época histórica”. Comenzamos por ponerme al día en cuanto al vino que ha dado más fama a Jesús, su Viña del Olivo”. Necesitaba ponerme al día porque las importaciones de CVNE y Contino al este de lso Estados Unidos en los últimos años habían sido más bien erráticas. El último “Olivo” que nos llevase el importador oficial a Nueva York fue el de 1996. Desde entonces, no había probado ninguna otra añada.

Mis primeras olisqueadas al Contino, “Viña del Olivo” Reserva, Rioja 1998 envolvieron encuentros con mucha madera nueva. Muchísima. Que el vino se las arregle para llevar bien tanta ebanistería es testamento de las habilidades de Jesús. Aromas y sabores de cassis, frambuesa negra y tierra se ven por momentos perturbados a causa del vociferante roble. Pero no hay udda de que éste integrará y se callará eventualmente. Final largo y generoso. Es éste, por cierto, un vino mucho más accesible ahora mismo que el monumental 96.

El Contino, “Viña del Olivo” Reserva, Rioja 2001, por otra parte, es un vino en modalidad de “duro y parejo”. Su impacto aromático y de sabores es sumamente potente y primario—es un cachorro de San Bernardo que se te tira encima y te tumba, inconsciente de su propia fuerza. Frutas rojas muy maduras y madera nueva dominan. Taninos grandes y carnosos y un poco de calor en el posgusto. Un vino demasiado joven aún. Cuando dejo la copa sobre la mesa, me dan ganas de susurrarle: “Nos vemos en quince años, querido”.

Jesús sacó algo de lo cual llevábamos varios meses discutiendo por correo electrónico: El primer Contino. No el primero que se exportase (el del 75, enviado en diminutas cantidades a Inglaterra). No el primero que se exportase a Estados Unidos (el 76), sino el primer vino producido por Basilio Izquierdo (el gran enólogo de CVNE, quien se encargó de hacer el vino en Contino al principio) bajo el nombre de la bodega. Se trataba del Contino, Reserva, Rioja 1974. Aromas muy atractivos de cedro, ciruela negra, arcilla, ceniza y chocolate, muy “de tono alto” (como diría el gran Michael Broadbent). El vino es ligero en boca, pero de exquisita precisión. Largo final que se presenta en bien definidas capas de chocolate, tabaco y rosas secas. Precioso. Un vio impecable con la comida.

Para que no se dijera que teníamos nada que envidiar a esos ejecutivos americanos que se pegan “almuerzos de a tres martinis”, Jesús nos puso otra otella de las buenas sobre la mesa. El CVNE, “Viña Real” Gran Reserva, Rioja 1982 está aún muy cerrado y tánico. Es un bebé con infinito potencial. Mucha fruta roja y negra, con acentos de violetas, tierra negra y tabaco. Pero se tranca de paso en el posgusto, reprochándonos que le hayamos despertado cuando todavía necesitaba por lo menos veinte años más, dormidito en su botella.

Con este Viña Real, Jesús sacó a colación el tema de una errata que había visto constantemente en lso escritos de cronistas americanos sobre CVNE—yo incluido. Me dio que frecuentemente había hallado referencias a un vino llamado “CVNE ‘Viña Imperial’” y que tal vino no existe. Desde hace ya más de setenta años, CVNE ha estado haciendo un vino al que llama simplemente “Imperial” y cuyo nombre viene, por improbable que parezca, de la pinta imperial británica. Otra cosa que no sabía y ahora sé. Porque se aprende algo nuevo todos los días. Y si hay suerte, hasta vas y aprendes tres o cuatro cosas de un tirón...

Terminamos la comida y Jesús nso mandó con José María, de paseo por las instalaciones de la nueva Viña Real.

Me habían advertido ya algunos amigos que la bodega es impresionante, pero nada podía haberme preparado para cuan impresionante... En la cara de una colina, la futurista estructura de esta megabodega es mucho más que meramente “impresionante”.

El diseño del complejo es del arquitecto francés Philippe Mazières. “Se ve grande esto, compadre”, le susurré a Camilo. “Sí, y se ve carísimo también”, me respondió. José María nos explicó como se había plantado—o se planeaba plantar—vides de tempranillo en las lomas colindantes a la bodega, incorporando a escala masiva el mismo concepto de château de Contino.

Tanto viñedo nuevo ha motivado la creación de una sub-marca de Viña Real llamada “Pagos de Viña Real”. La oferta es de vinos varietales de tempranillo proveniente de las áreas adyacentes a la bodega. Lo que me sería perfectamente comprensible y hasta atractivo si no fuera porque va directamente en contra de la tradición de Viña Real, que fuera desde los años cuarenta un vino hecho de la combinación de varias variedades de uva, de los propios viñedos de CVNE o compradas a viticultores selectos. Y, según entiendo, esos viticultores no tenían necesariamente que ser los vecinos de al lado de la bodega. Uvas de variedades distintas y de distintos lugares hacían sus contribuciones particulares en una mágica interacción cuyo resultado era uno de los vinos más poderosos, complejos y longevos de la Rioja. Viña Real, como yo lo conocía, no era ni un vino varietal, ni mucho menos un vino de pago. Me atrevería a afirmar, si se me permite tanta negativa en una sola oración, que el no ser ninguna de esas cosas no les restaba absolutamente nada. Pero ésa es sólo mi opinión, porque soy de los que creen en ese decir de que “si no está dañado, ¿para qué arreglarlo?”.

Claro, mientras José María me explicaba todo sobre la nueva filosofía de Viña Real, mis cejas estaban ocupadas haciendo la vigorosísima calistenia que les da por hacer cuando circulan por mi cerebro pensamientos divertidamente escépticos.

Dimos la vuelta al edificio para llegar hasta le área de recepción de uva. Brillaba el acero inoxidable bien pulido por todos lados. Cada pieza de maquinaria daba la impresión deque todo lo que pasara por ella, sin importar la cantidad, iba a ser muy mejorado por la experiencia.

Esa impresión se vió amplificada en el área de fermentación. Camilo exclamó: “¡Diablos, esto parece cosa de una película de James Bond!” Y efectivamente, eso parecía. Una gigantesca grúa robótica carga receptáculos de acero inoxidable llenos de uva para depositarlos en tanques de fermentación que son accesibles desde todos los ángulos e infinitamente controlables por el enólogo. Según me informó José María, a partir de esos tanques de fermentación, la única fuerza que opera sobre el vino es la gravedad.

Indiscreto como siempre, se me ocurrió preguntarle a José María cuanto dinero había costado esa maravilla del diseño y la tecnología que es la bodega de Viña Real. La cifra que me dió tenía tantos ceros que mi mente no la registró, de la misma forma que no registra, por ejemplo, el monto de la deuda externa de los Estados Unidos. Les recuerdo que soy un desastre con los números. Un auténtico desastre...


Bajamos unas escaleras desde la nave de fermentación, adentrándonos en la colina. Pasamos por un almacén circular donde las barricas con vino esperan traslado a los diversos calados de la bodega. Los calados son inmensos túneles excavados en el interior rocoso de la colina, de la misma forma en que se excavan hoy día los túneles de metro. Estos túneles albergan otra cifra de esas gargantuanas que yo... Bueno, ya saben. Para mí mejillones y millones... La cantidad es de barricas y botellas de distintos vinos de CVNE, todos guardados bajo el más riguroso control de temperatura y humedad.

Nos dirigimos de nuevo al almacén circular de barricas para catar algunos de los vinos que José María ha hecho en Viña Real.

Comenzamos con una muestra premaloláctica de barrica de tempranillo del 2004 que—según José María—podría destinarse a Viña Real Reserva, Gran Reserva, o al ”Pagos de Viña Real,” así que sumí que era de los viñedos contiguos a la bodega. Buena presencia varietal, con vibrantes aromas y sabores de frambuesa y cereza. Amplio y muy directo. Si uno se las arregla para ignorar la peste a barrica y la punzada del ácido málico, puede discernir que este va a ser un vino recio, pero de bastante buen beber.

Otra muestra de barrica, el CVNE, “Viña Real Oro,” Rioja 2002 probablemente habrás isdo embotellado justo antes de la publicación de este artículo. Otro vino de 100% tempranillo, todo proveniente de viñedos en Laserna. La barrica domina los aromas ahora mismo, cosa que era de esperarse. Redondo, suave y algo simplista en boca, con una nota de frambuesa negra seguida por un armónico de violetas. Final medio, con taninos masticables.

Una muestra de depósito del CVNE, “Viña Real Oro” Reserva, Rioja 2001 tomada antes de la clarificación del vino con claras de huevo resulta compacta y carnosa. La fruta está muy concentrada, hasta parecer “apretada”. Taninos fuertes y un agradable golpe de acidez en el posgusto. Al final, los taninos se hacen un tanto granulosos, sugiriendo quizás un leve exceso de uso de roble nuevo. Pero a decir verdad, el vino no está nada mal.

Me está clarísimo que José María sabe muy bien lo que está haciendo y se lo dije directamente. Sus vinos están muy bien logrados y estoy seguro de que evolucionarán bien con la guarda. Son vinos de un corte decididamente más “moderno” que los Viña Reales a los que estoy acostumbrado. Como todos los vinos que me dió a catar eran varietales, le pregunté a José María por qué había tomado tal giro, si es bien sabido que los más grandes clásicos de Viña Real contenían un sano porcentaje de garnacha que compartía escenario con la tempranillo. Me daba curiosidad si habían encontrado algo tan erróneo con la antigua receta de Viña Real que no habían tenido más remedio que cambiarla...

Pero la explicación de José María no anduvo por derroteros filosóficos. Me dijo que en estos tiempos CVNE no tiene suficiente garnacha para mantener la vieja fórmula del Viña Real intacta. Me sentí tentado a preguntar por qué se estaba destinando tantísima tierra exclusivamente a tempranillo. ¿No serían las tierras en Laguardia propicias a algo de garnacha? Y si no lo eran, ¿qué de malo había en adquirir garnacha de productores serios para incluirla en los vinos de Viña Real, como se había hecho durante las últimas seis décadas? No es que yo quiera interponerme en el camino del progreso, pero me parece que el Viña Real como vino plurivarietal fue sumamente exitoso, tanto desde el punto de vista enológico como desde el económico. Sé que los tiempos cambian y sesuceden las modas (como, por ejemplo, el empuje a que toda botella de vino en el mercado actual sea orgullosamente monovarietal y ponga el reconocible nombre de su uva claramente en la etiqueta) a las que las compañías deben responder para mantenerse competitivas. Por alguna razón me cuesta trabajo aceptar un vino de 100% tempranillo, criado en barricas nuevas de roble francés, como Viña Real.

Pero todas estas preguntas me las callé. José María es un tipo encantador a quien en verdad no me apetecía someter a mi faceta más polémica.


Era de noche cuando llegamos de vuelta a Contino. Jesús tenía varias botellas esperándome. Los efectos de la medicina que me había dado Camilo ya estaban desapareciendo y yo perdía energía con cada segundo. Mi cabeza comenzaba a pesarme y me ardían los ojos. Tosía violentamente. Por alguna misteriosa razón, lo único que faltaba para que mi mal fuese un gripazo de órdago era congestión nasal. Dado que por lo menos me quedaba eso, decidí seguir probando vinos hasta que mi cuerpo ya no diera más.

Las botellas sobre la mesa eran del vino varietal de graciano hecho por Jesús que tanta buena prensa había ganado. El único Contino Graciano que había podido yo probar en Nueva York era el 98, un vino que Jesús considera fallido y nada característico. De neuvo tenía que ponrme al día.

Ese 98 que bebiera yo en Nueva York era un vino ligerito y herbáceo, en muchas formas reminiscente de un cruce entre un gamay y un pineau d’aunis de Touraine. En base a esa experiencia tenía expectativas de encontrarme con más de lo mismo en otros gracianos de Contino. Nada podía estar más lejos de la realidad de los vinos que probé a continuación.

El Contino, Graciano, Rioja 1996 fue envejecido en mitad roble francés y mitad roble americano, ambos nuevos. Es un vino denso, de color profundo. Aromas y sabores de frambuesa negra y ciruela con notas leves de establo. Gran acidez y aún mayores taninos en un final largo, pero bastante duro.

El Contino, Graciano, Rioja 2000 es también un vinazo musculoso y primario, pero posee algo de hierbas secas y pimienta que encontré en aquel 98. Aromas de cassis y brea con acentos balsámicos. Largo, con notas de anís y tierra. Los taninos se vuelven un poco secantes al final. Da un conjunto raro este vino, pero interesante.

El Contino, Graciano, Rioja 2001 también tiene notas herbáceas entre los potentes aromas de cassis y tierra. Detecté también algo parecido al eneldo (del roble, quizás...). Un monolito gigantesco y redondo de vino. Me recuerda a uno de los poquísimos petites sirahs californianos decentes que he probado en el pasado. Buen largo, con viva acidez y taninos poderosos. Promete, pero necesita bastante tiempo.

La última botella en la mesa era de Contino, Graciano, Rioja 1994, un vino hecho no por Jesús, sino por Basilio Izquierdo. Me cuenta Jesús que este prototipo de Contino Graciano pasó dos años en barricas usadas. Aromas y sabores de azúcar quemada, tomillo, cassis, mora, arándano seco y tierra, con interesantes acentos salados. Un vino mucho más ágil en boca que los tres anteriores. Pero comparte con ellos un cierto “feeling” rústico a causa de sus potentes taninos.

Tras cuatro vinazos de tal potencia, me sentía exhausto. Pero saqué un poquito más de fuerza para dar u paseito por los calados de Contino.

Jesús nos contó unas cuantas historias sobre el trabajo de construcción que izo falta para hacer de la bodega lo que es hoy. En un episodio trágico, una montaña de botellas mal apiladas hizo que una de las paredes divisoras de los nichos se derrumbara. Se perdió mucho vino preciado. Jesús tuvo que idear su propio sistema de apilar las botellas con seguridad, para evitar más pérdidas similares en el futuro.

Nos pusimos a hablar de la cosecha recién terminada y de los generalizados problemas de podredumbre de los que otros productores ya me habían contado. Otros me hablaron además de alcoholes fuera de control. Para Jesús, esto último en particular presenta un reto. Sus vinos, que usualmente andan por 13.5% de alcohol por volumen, en el 2004 andan peligrosamente cerca de 15%. Este problema se complica por la poca cantidad de material de menor graduación con la que se podría equilibrar un nivel tan alto. Para muchos enólogos “modernistas,” 15% de alcohol es algo deseable, que les ganaría raya con los críticos norteamericanos de esos que dan puntos. Pero para Jesús Madrazo, no. Las muestras premalolácticas de barrica de tempranillo de la “Viña del Olivo: que probamos en la bodega andaban subiditas de alcohol. Las de graciano, por el estilo... “Hagas lo que hagas, espero que al final tengas o una obra de arte, o un auténtico milagro”, le dije a Jesús. El 2004 va a ser una añada en la que sus abundantes talentos se verán puestos a prueba.

Jesús es generosísimo y aparentemente incansable. Estoy seguro de que si por él hubiera sido, hubiese estado dándome a probar muestras de barrica y abriendo botellas toda la noche. Pero las quejas de mi cuerpo se estaban haciendo ya imposibles de ignorar. Tenía que irme a la cama pronto. Por suerte, nuestro anfitrión comprendió.

Perdí el conocimiento cuando me senté en el carro. Camilo me despertó cuando llegamos al hotel, en Haro. El viernes, si al viernes llegaba, iba a ser un día muy difícil para mí.

Continuará


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