Francesa por España

Esas dichosas copas de vino

Hace tiempo que no he escrito nada. La pandemia ha hecho estragos en mis ganas de escribir. Es como si las palabras, al ponerlas en negro sobre blanco salieran más tristes, cansadas, sin ganas. Lo he intentado, que conste, varias veces, al menos tres que me vengan a la cabeza, pero en ninguna de ellas pasé de unas cuantas malas líneas.

Si estás leyendo esto es porque he superado esa barrera. Algo es algo.

Me ha llevado al ordenador una conversación que tuve ayer con una buena amiga. Me envió una wasap: “Estoy harta” Nada más. Sabía que el mensaje esperaba una reacción por mi parte. Marqué su número.  Una voz y unos oídos suelen ayudar mucho más que un intercambio de mensajitos.

La hartura es compartida por todos, pero su expresión es diferente. A mi amiga le dio por romper sus copas de vino. Por lo que me contó no lo pensó mucho. Focalizó su cansancio mental en algo frágil, algo estruendoso. Según me contó abrió la vitrina y las cogió una a una con una mano mientras la dejaba caer con la otra.

  • ¡Qué lástima! -Le dije-.¡ Unas copas de vino! Si me dices unos platos.
  • Eran malas, de las de a un Euro. Estaba muy irritada, pero si hubieran sido copas de las buenas seguro que me iba a por los vasos.

Soltamos unas carcajadas por el comentario. ¡Que bien sienta reírse! Tanto casi como un trago de un buen vino en el momento adecuado.

A mi amiga lo que le pasaba era fácil de explicar. Lo había dejado con su chico. Igual vuelven, quien sabe, pero esas copas no volverán a presenciar un brindis entre ellos. El corte se ha llevado las copas de vino. Me pregunto si las copas hubieran sufrido igual destino si la separación no hubiera estado metida en la niebla pesada y agobiante de la pandemia. Es posible que no. Los nervios están más a flor de piel y las reacciones son más violentas, un tanto desquiciadas cuando el límite de la paciencia colma su propio vaso… o su copa.

  • Pues si eran malas mejor. Las copas malas son para vinos malos – Le dije buscando animarla un poco
  • Pues eso mismo pienso yo. Esas copas de vino eran una Mierda, y a allí mismo las mandé – Y se echó a reír, una risa contagiosa que nos dejó a las dos con la mano en el teléfono un buen rato, sin mediar palabra, sólo riendo y pensando en la caída, la decapitación y el estruendo de esas (ahora las falto al respeto incluso yo) malditas copas de vino

Está claro que soltar alguna palabrota, aunque sea pequeña, seguro que también ayuda a expulsar las malas vibraciones. No sé si alguien habrá hecho algún estudio recientemente del impacto de la pandemia en el número de palabrotas que se dicen. Yo creo que se deben decir muchas más, ¿El doble? Podría ser, pero sin duda bastantes más.

Vitrina de copas de vino

  • Que quieres que te diga, las copas se lo merecían. Habíamos brindado muchas veces con ellas, y verlas me ponía nerviosa.
  • Pues has hecho muy bien y ahora que lo dices creo que te había comentado yo antes que tenías que cambiar de copas. Un día en tu casa. ¡Dichosas copas de vino! Es verdad, eran feas y malas. - Mis palabras eran ciertas, no sólo buscaba alegrarla: me había venido el recuerdo de aquellas copas.
  • Y además te aseguro que me ha resultado bastante placentero romperlas. Seguro que es tema de terapia. Eso, y ahora hablar contigo y echarse unas risas me ha venido de maravilla
  • Deberías escribir un libro – Le dije
  • Pues si no fuera porque no soy escritora lo haría

Y nos volvimos a reír sin parar, no sé muy bien porque, pero la realidad es que la conversación había entrado en una dinámica un poco loca que nos sentaba de maravilla a las dos.

A mi cuando me harto lo que mejor me viene es gritar. Pero lo malo es que no se puede gritar normalmente. Me refiero a gritar sin hablar con nadie. No gritar a alguien a la cara, sólo gritar, sin más. Un grito enorme, que haga parecer que el cuerpo se puede partir. Los mejores gritos los he hecho en el medio de un campo grande. Es una gozada.

Lo que estoy casi segura es que a mi no me daría por romper mis copas de vino, ni siquiera las peores que tengo. Pero no las buenas. Y no es que sean unas copas Riedel de las muy caras, ni Schott Zwiesel,  pero son unas copas buenas, porque para mi las copas son un tema muy delicado. Y no porque sean de cristal. Yo respeto mucho al vino. Mi amiga lo bebe, pero igual que puede beber una cerveza o una copa. Para mi es distinto.

En mi caso las copas de vino han sido ayuda durante la pandemia. He escuchado de gente a la que le ha dado por consumir más vino en casa para compensar por el vino no consumido al salir. No es mi caso. Yo bebo poco, pero casi todos los días. Una copa, no más. El contacto del vino con la boca me aporta una sensación demasiado agradable como para destrozar y hacer añicos a su portador y mensajero. No, yo no podría destruir mis copas.

Copa de vino a punto de caer

Le he mandado a mi amiga un thread de Verema con información de copas. También he quedado con mi ella y hemos dicho que la voy a echar una mano para pasar un poco tiempo juntas y, de paso, comprar unas copas de vino. Pero creo que esperaré un poco a que cierre su herida, no sea que le dé por romper las nuevas también. Las nuevas copas no le recordaran a su pareja, pero igual verlas en la vitrina sí le trae esos recuerdos. No sé, es mejor no arriesgar.

Eso sí, la tengo que convencer para que invierta un poco. Veo en la desaparición de las antiguas copas la oportunidad para que valore más las nuevas, pero sobre todo para que valore más su contenido. De todo hay que intentar sacar una conclusión positiva. De esas copas destrozadas hemos sacado unas buenas risas y seguro que saldrá un mayor interés por el vino. De esas copas de vino rotas han salido también mis ganas por escribir estas líneas. No está mal a fin de cuentas y la verdad es que eran unas copas en las que apetecía sinceramente bien poco beber vino. ¡Salud! Qué buen deseo siempre para acompañar un brindis.

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  1. #1

    Josep_Gallego

    Estamos de acuerdo, para mí son un objeto de culto, especialmente las mías y no creo que nada me llevara a romperlas.

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