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De visita al doctor

Una visita que no tuvo nada que ver con motivos de salud sino por hedonismo puro. Aprovechando la permanente invitación de Valente, a pocos días de la vendimia, decidí tomar rumbo norte con mi familia. Conocer la parte vitivinícola de Baja California era una tarea pendiente desde hacía mucho tiempo.

Tijuana es una ciudad llena de contrastes, punto estratégico para gozar unas vacaciones variadas: a un paso de San Diego, a tres horas de Anaheim, donde vive Mickey Mouse, a unos minutos de la playa y a hora y media del Valle de Guadalupe, santuario mexicano de la producción de vino.

Después de instalarnos en el céntrico hotel Camino Real, y de tener un breve descanso, bajamos a “María Bonita”, un bar cuyo tema principal es la famosa artista mexicana María Felix, destaca un mural que representa su rostro, formado por azulejos venecianos.

Un Zinfandel de L.A. Cetto para abrir boca, color salmón con mucho durazno y mandarina, acidez justa y final abocado ideal para el momento. Ya en la entrada principal fuimos recibidos calurosamente por Adriana y Valente. Como ya era un poco tarde y no habíamos comido nos enfilamos a la zona del río, al restaurante Villa Saverios, ambiente mediterráneo y acentos toscanos, con botelleros por varios rincones que hacían suponer la abundante selección de vinos, lo que nunca imaginé fue la cantidad de caldos mexicanos que existen.

Valente llevó para la ocasión un Chasselas del Mogor, vino que descorchamos al principio y que refleja su lugar de origen con esas notas herbáceas y salinas, una tabla de quesos le fue de maravilla.

La carta de vinos de Saverios es impresionante en el renglón de los Bajacalifornianos. Escogí un Otello 2005, no sé por qué, ya que Valente tampoco lo había probado. Siete meses en roble francés y 13.3 grados de alcohol bastante bien ensamblados. Aromas persistentes a laca de uñas, aceite de oliva y mentoles, en boca se notaba más la madera y un tanino granuloso.

El segundo de la tarde fue un “15 líneas 2005” de la bodega Vinos y Terruños, con sus discretos 12.5 maridó de maravilla con una costilla de res al horno, su preparación requiere de seis horas, todo a fuego lento en salsa de Cabernet Sauvignon de la región… ¿algo más?

El postre: un café expreso, un habano y un cosecha tardía; Gran Divino de Chateau Camou, nunca ha sido de mis preferidos, pero tampoco me desagrada, quizá le falte acidez.

Al otro día por la mañana cruzamos la frontera para gastar los pocos dólares que traíamos en la bolsa. San Diego es una ciudad de medianas proporciones pero en un punto estratégico como puerto con una oferta de centros comerciales variada.

En la noche ya de regreso en Tijuana nos reunimos en La Querencia con: Adriana, Valente, su amigo Manuel y su esposa. Lugar muy peculiar, con varios utensilios de cocina antiguos y algunas piezas de caza colgados en los muros, pasamos una velada maravillosa. Manuel llevó un Chateau Ballan – Larquette 2005, muy frutal con notas de lavanda y taninos suaves. La entrada fueron unos camarones salteados con frijol de soya; originales y muy sabrosos, el segundo tiempo: una sardinera salteada con verduras en cama de lentejas con un Jalá 2004, uno de mis vinos preferidos de estas tierras; al principio olía a barniz con notas mentoladas pero después la fruta fue la protagonista, maridando de maravilla con un cordero y pato en mermelada de frambuesa que todos disfrutamos.

El martes visité con mi esposa y mis hijos el Valle de Guadalupe, ubicado al sur de Tijuana a poco más de cien kilómetros y al noroeste de Ensenada, aunque parece más bajo tiene una altura de 320 metros sobre el nivel del mar y sus viñedos se extienden a lo largo de veinticinco kilómetros.

Después de pasar el Municipio de San Antonio de Las Minas y meterme en el corazón del valle, mi primera impresión fue la dispersión de las bodegas, esto también me lleva a pensar que hay suficientes tierras para que crezca el número de ellas.

Esa mañana el calor quemaba la piel, claro que no es de extrañarse en una zona tan calurosa y en pleno verano. Por momentos me hizo recordar Almería, con esa diferencia entre la montaña desértica y el infinito mar.

A una semana de las fiestas de la vendimia los bodegueros no estaban del todo dispuestos a recibir visita, fue el caso de Monte Xanic y Adobe de Guadalupe, aunque en esta última había que hacer cita previa.

Después de varias vueltas nos metimos a Chateau Camou, bodega minimalista rayando en la austeridad, con su marco de piedra en la puerta, emblema de la casa. Por no dejar de probar algo pagué 50 pesos, el equivalente a 3 euros por cuatro copas diferentes: Un Blanc de Blancs 2005 ( Chenin y Chardonnay ), un Savignon Blanc bastante herbáceo y un Viñas de Camou 98 algo austero, el último un Gran Vino Tinto 2002 de tanino áspero y notas a establo.

La última bodega que visitamos fue L.A. Cetto tiene todo muy bien montado, en cuanto a mercadotecnia se refiere: estacionamiento amplio, sala para probar los productos comprados en la tienda, sala de degustaciones etc., Una bodega con una producción altísima y muy conocida a nivel internacional.

Después de una ajetreada mañana lo mejor fue llegar al hotel Las Rosas en Ensenada, donde comimos de maravilla. El Timbal de callo de hacha y un pescado “blanco” parecido a la cabrilla hicieron las delicias acompañado de un L.A. Cetto chardonnay, algo amaderado. La vista al mar desde el restaurante es magnífica, son esos paisajes que pueden contemplarse por horas.

A la mañana siguiente y después de visitar a Mickey Mouse, parte del viaje sin importancia gastronómica por lo que pasaré a lo siguiente. No sin antes advertirles que el verano no es el mejor momento para visitar Disney, por el intenso calor pero sobretodo las largas filas.

El jueves volvimos a formarnos en la larga fila de coches para cruzar a San Diego, después de hacer algunas compras en el centro comercial, Horton Plaza, caminé unas cuadras al sur para entrar a Wine Bank, una tienda que me había recomendado mucho Valente. La oferta de vinos no es muy extensa y es algo cara, pero no deja de sorprenderme el encontrar un Contino Reserva 1996. Admirable la excelente atención del dueño y encargado, un ruso poco sonriente pero muy amable. Al preguntar por un taxi, él mismo salió a la calle pidió uno de esos triciclos con dos asientos y piloteados por algún atlético joven. Tratándose de un par de cuadras, no hay mayor problema con los rayos del sol.

Comimos más tarde en Horton Plaza, en un lugar que prometía llamado: Napa Valley Grille, pero que al final resultó de lo más comercial, menos en lo que respecta al precio.

El penúltimo día transcurrió sin grandes novedades, pero volvimos a deleitarnos en Villa Saverios, de los pocos lugares que he visitado donde todavía hacen sentir al cliente como un rey.

El sábado estaba ya todo dispuesto para comer con la familia Pijoan, productores de vino, en el restaurante Manzanilla en Ensenada. Pasé por Valente a su consultorio a medio día. No sólo me mostró los modernos equipos oftalmológicos con los que cuenta sino que me revisó mis fatigados ojos cuarentones, dándome la noticia que ya esperaba oír: “en un par de años necesitarás lentes…”

Antes de enfilarnos a Ensenada hicimos escala en “La Vendimia de Baja California”, una tienda de vinos que no deben dejar de visitar si están en Tijuana, además de la enorme oferta de vinos mexicanos el trato de la familia Salinas es extraordinario. Armé una cajita y con la comodidad de recibirla días después en casa, valió la pena pagar algunos pesos extra.

Valente me presentó a su Señora madre, quien nos honraría con su presencia para ir a comer. El camino a Ensenada es relativamente largo pero se compensa con las maravillosas vistas de la costa del Pacífico que acompañan a los visitantes durante casi todo el trayecto.

El restaurante Manzanilla es tipo taberna, con detalles rústicos y un excelente risotto.

Pau Pijoan, su esposa Leonora y Silvana llegaron poco después. Viñas Pijoan es una bodega cuya producción el año pasado fue de alrededor de 12,000 botellas, la tenacidad y empeño de Pau a dado frutos en poco tiempo.

Abrimos boca con un Silvana 2006, vino que como todos los de la bodega tiene inscrito el nombre de algún miembro de la familia, empatados cada uno con el carácter del familiar en cuestión, en este caso la hija menor. Se trata de un vino fresco con mucho eucalipto, membrillo, té de manzanilla y en boca notas cítricas, un vino puro y directo. Este vino lleva una interesante mezcla de chennin blanc, sauvignon blanc, chardonnay y moscatel, además de no haber visto la madera ni de lejos.

Acompañado con el primer plato de tirado de caricucho, una versión de sashimi de la región.

Después probamos un clarete, Paulinha 2006, este lleva merlot, Petit sirah y barbera, 4 meses en barrica usada. Boca frutal con mucha fresa y frambuesa.

El arroz cremoso de mar es una de las especialidades de la casa, muy recomendable.

El tercero un Domenica 2005 con garnacha de más de 30 años, mucha fruta negra, tabaco rubio y de final algo áspero.

Por último Leonora 2005, un vino con más madera; doce meses en roble francés y americano, algo más complejo con fruta madura, tierra mojada y caja de puros, necesita pulirse en vidrio.

Al platicar con Pau Pijoan me doy cuenta de las penurias que deben pasar los productores para lograr realizar sus sueños, aunque las gratificaciones son aún más grandes. Uno de los aspectos de la “mineralidad” de los vinos de Baja California, mineralidad que en ocasiones raya en lo salado, se debe a los profundos pozos que están obligados a excavar para conseguir agua y regar los viñedos.

De este viaje me quedo en primer lugar con la camaradería de Valente y Adriana. Agradezco todas sus muestras de afecto así como la foto de la opera de París, regalo de Adriana cuya impecable composición es mejor que una postal. Esperamos tenerlos por tierras sureñas muy pronto, aunque no es tierra de vinos, la cava de mi casa esta abierta para todos mis amigos.


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