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Visita relámpago a la Gran Manzana

Para una ciudad como Nueva York, ocho años son más que suficiente para recibir con cara renovada a los viajeros no frecuentes. En una ciudad tan bulliciosa y activa donde cada semana abren nuevos restaurantes y llega gente de todo el mundo, la calle por momentos toma tintes caóticos. Nuestra primera parada después de registrarnos en el lujoso Hotel New York Palace, fue Rockefeller Plaza. María y yo moríamos de hambre a si que nos dispusimos a buscar un lugar donde saciarnos. Llegamos a Morrell Wine, Bar & Café. Ambiente relajado con una abundante lista de vinos por copeo entre ellos un Chateau Carbonnieux blanco 2004, que por veintidós dólares la copa pude haber comprado la botella completa en una tienda. Herbáceo limpio pero algo ligero en boca.

Más tarde pedí un Chinon, Jean Maurice Raffault 2004, vino algo cerrado poco amable al paladar, áspero y de aromas térreos. Las viandas, quesos y carnes frías, nada especial, los precios insultantes, aunque merece la pena una visita.

Nos enfilamos a Broadway para comprar dos boletos de teatro, de regreso al hotel recorrimos algunas tiendas. Esa noche descansamos unos minutos antes de ir a la función. Mamma Mia es una obra divertida y con esa música que nos remonta a viejos tiempos, quién no recuerda al grupo Abba. Después nos dirigimos a la 57 casi esquina con Park Ave. para cenar en BLK Steak House, cuyo propietario es el reconocido chef Laurent Tourondel. Aunque parezca extraño estaba cerrada la cocina a las once. Nos preguntamos si estábamos en la Gran Manzana, ya que al juzgar por los horarios parecía un domingo en España. Sin éxito en otros dos restaurantes incluido el famoso Guilt, que se encuentra en el mismo hotel, ya resignados a dormir con el estómago vacío, nos recomendaron de último momento un steak house a unas pocas cuadras, que permanece abierto hasta pasada la media noche.

A la mañana siguiente abrí las cortinas para deleitarme con la formidable vista de la iglesia neogótica de San Patricio, ni siquiera el hecho de estar rodeada de rascacielos la opacan un solo instante. Uno de los principales propósitos de esta visita a Manhattan fue conocer en persona a mi buen amigo Manuel Camblor, así que de manera previa le anuncié nuestro viaje.

Ese día él estaba muy ocupado comprando y preparando la cena para el esperado Jeebus, sus dotes culinarios son de muchos ya conocidos. La invitación fue a las diecinueve en punto. Esto nos permitió recorrer los alrededores y estirar las piernas en el calor sahariano de esta ciudad en pleno verano.

Llegamos a la cita con puntualidad inglesa, recibidos por Manuel y Josie como si ya nos conociéramos de mucho tiempo atrás. Sentados muy cómodos en la sala, nos sirvieron la primera de la tarde un Clos Des Briords 2005 con algo de cítricos y flores y un final muy mineral, nada menos que la primera copa que nos compartían los anfitriones. Para el Gaston Chiquet Blanc de Blancs, ya había llegado todo el elenco restante: Jay, Jayson, Jorge y Zoe, gente amable y abierta que comparte cada uno el amor por el vino en diferentes niveles.

El Gaston resultó algo cansino, corroborado por Manuel: “En algún momento de su vida no fue óptimamente guardado”. La segunda botella de champán: Guy Larmandier, Brut Grand Cru Blanc de Blancs de Cramant “Cuvée prestige” 1998, algo largo de definir aunque resultó muy joven, con muchos cítricos y una buena dosis de tiza; descrita por Manuel de manera elocuente; “un golpe en la cara con el borrador de la pizarra”.

De repente nuestro anfitrión salió de la cocina con unas cucharas de porcelana China que contenían una porción del mejor ceviche que he probado en mi vida, en ese momento sólo sabía que estaba preparado con vieiras y tres cítricos. ¡Exquisito! Siguiendo con champán artesanal le tocó el turno a una botella de Egly- Ouriet, Brut Rosé. Fruta roja, fresas silvestres y unas notas minerales que hacen de esta botella algo muy interesante.

Después apareció un decantador con un Domaine Rougeot, Mersault “Charmes” 1er Cru 1999. De color oro con notas ahumadas y de madera, que como bien dijeron los invitados “podría ser un chardonnay californiano” está todo dicho.

El Francois Pinon “Cuvée Tradition”, Vovray 2005, remató la tanda de blancos, y de que manera; Abocado, con toronja roja, pera y notas anisadas, muy sabroso. Pasamos a la mesa, donde estaban dispuestos platos con salmón y couscous preparado con chorizo, azafrán y otros condimentos que hacían una guarnición deliciosa con el salmón.

Entramos a los tintos con el pie izquierdo, un Chinon 1990 de Olga Raffault “Les Picasses” tenía brett con olor muy intenso a establo y no precisamente a lácteos sino a lo que dejan los caballos regado por todos lados. Me gustó mucho el siguiente tinto, un Fléurie, Beajolais 1999 de Coudert- Clos de la Roilette. A cada momento que abría y se hacía más complejo y sabroso. Siguiendo más al norte por la Borgoña un Grotte- Chambertin de Joseph Drouhin 2000, al anfitrión no le agrado del todo, esperaba más de este grand cru. A mi me gustó su acidez y frescura aunque pienso que le faltaba mucha botella.

Ghislaine Barthod, Chambolle- Musigny, 1er Cru “Aux Meaux Bruns” 2000. El mejor tinto hasta ese momento, de nariz intensa estructurado, de taninos mullidos y muy redondo. El siguiente Borgoña estaba corchado, una pena, se trataba de un Gevrey- Chambertin 1990 de Joseph Roty. Por más que esperamos jamás se limpió. Por previa petición mía Manuel descorchó un Chateau d´ Oupia, “Hommage á Poupette” 2004. Este Minervois, el nuevo cuvée del maestro Iché, es una garantía con una relación calidad-precio insuperable.

Por último cerramos con una tabla de quesos y un Alzinger, Riesling Smaragd Trocken “Loibner Loibenberg” 2002. Comprobando la teoría Cambloriana, de que nada mejor va para cerrar con quesos que un vino austriaco. Sus 13.5% no se notaban por ningún lado, un buen ejemplo de la integración del alcohol al conjunto. Una gran noche que agradezco a Manuel, Josie y todos sus invitados que hayan compartido con los mexican geeks.

El sábado hubo una tregua para reponer energías y cargar las baterías. Aunque eso para las mujeres signifique ir de compras. Por la tarde visité con Manuel dos tiendas muy distintas una de la otra sin dejar de ser muy interesantes, por un lado está Chambers Street Wines, muy cerca de donde se encontraban las Torres Gemelas. Una tienda donde se puede comprobar la inmensa oferta de vinos que existe en Nueva York, en algunos casos me decía que no hace falta ver la etiqueta si en la contra etiqueta los importadores son: Joe Dressner , Terry Theise o Neal Rosenthal. De todas formas sólo puedo pasar la aduana mexicana con tres litros por persona, así que sumando las de mí esposa escogí un Lafite 1970 en 220 dólares, un regalo, y las otras siete las dejé a su elección. Pude probar dentro de la tienda un Nieva Blanco 2005 y un Xchacoli muy mineral y refrescante, entre otras muestras.

La otra tienda está más al norte de, Crush, con marcado aspecto modernista donde las botellas están dispuestas de forma horizontal sostenidas por unas ménsulas onduladas. Para entrar a donde están los “vinos de culto” hace falta un abrigo de oso y unas pastillas para el corazón, Dominio de Pingus, no recuerdo la añada pero los 500 verdes que piden me dejaron todavía más frío. En muchos casos los precios son un poco más altos que en Chambers. Después de completar las ocho botellas de rigor, me dirigí al hotel a descansar un poco, ya que estaba pendiente la cena de despedida.

Ya por la noche, después de recorrer parte de Park Avenue, llegamos a la 20, donde se encuentran varios restaurantes de postín entre los que destacan: Gramercy Tavern, Craft y Veritas. Nosotros teníamos reservación en Veritas, un lugar encantador, donde el Chef Scott Bryan hace maravillas, incluso para otros chefs de Manhattan. Todo es excelente desde el trato al llegar y durante toda la cena hasta la kilométrica carta de vinos, donde destacan algunos borgoñas además de un Bosconia 1932, por 700 dólares.

Manuel fue el encargado de escoger el vino y debo decir que hizo muy buena elección. Empezamos con un Pouilly Fuissé, Domaine Barraud “La Roche” 2002 un vino delicioso, limpio, estructurado con excelente fruta, sedoso y muy integrado, que acompañaron unos espárragos de maravilla. Para el segundo plato un Tender Braised Short-Ribs, la especialidad de la casa, unas costillas ya sin hueso, la carne no podía estar más suave y jugosa,acompañadas de puré de chirivía, champiñones y zanahorias glaseadas.Con este plato nos bebimos una botella de Côte-Rôtie, Jasmin 1998, si con “s”, vino aún joven pero que deja ver su estructura y profundidad.

De postre una tabla de quesos deliciosos acompañados de un D’Oliveira, Bual, Madeira 1968, un vino con mucho carácter que va muy bien con los quesos. Las últimas horas del domingo antes de nuestro regreso, las reservamos para visitar el Museo Guggenheim, diseñado por uno de los más grandes arquitectos norteamericanos, Frank Lloyd Wright. Por desgracia no se podía apreciar su singular fachada, ya que está en remodelación, varias fracturas están siendo analizadas con láser. Estos trabajos terminarán el año próximo para poder lucir en todo su esplendor para sus primeros cincuenta años de vida.

Además de algunas obras de Kandisky, Pollok, Renoir, Picasso entre otras, conocimos una abundante muestra temporal de los bocetos, plantas y maquetas de la famosa arquitecta Británica de origen Iraquí Zaha Hadid, ganadora del Premio Pritzker 2004. Hablando de vinos y bodegas Zaha Hadid es quien diseño la nueva tienda de López Heredia en ese espacio histórico, cuyo diseño contrasta con el de la bodega pero que al final hace maridaje, como el queso azul a un buen Sauternes.

Desafortunadamente todo acaba, y este viaje no es la excepción. Un fin de semana pleno de descubrimientos culinarios, enológicos y que decir de la oportunidad de compartir con Josie y Manuel la sal y el vino. Espero volver a verlos en tierras aztecas muy pronto, ya han dicho que en la primera oportunidad lo harán.


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