Blog Bodega Ateneo

Resumen de mi expedición por el Salón de los Mejores Vinos de España de Guía Peñín 2022

Entrada original en el blog.

Hasta el último momento no tuve claro si esta vez bajaría a Madrid a acudir, por primera vez, al Salón de los Mejores Vinos de España de la Guía Peñín, este pasado 28 de noviembre a IFEMA. Pero ese espíritu aventurero que todo aficionado al vino debe tener, me animaba a formar parte, al menos por un día, de esa jungla winelover de los grandes eventos enológicos. Madrugué bastante para poder aparcar cómodamente en la fría mañana de Madrid, pensando en cómo se abría tan tarde el telón de la feria, aunque luego lo entendí. Me chocó esa aglomeración inicial, similar a un tumulto, pero como bien me dijo Elena de @yummybull, hay una especie de buitre carroñero que sobrevuela las mesas, nada más abrir, y que con sus movimientos rotatorios sobre las mesas en las que las puntuaciones son máximas, esperan que esa botella, ese unicornio blanco, esa razón de su presencia allí, sea descorchada para poder probarla el primero, sacarle unas fotos, y si es posible repetir, para poder decir que sí, que eran justas sus puntuaciones, y que, durante ese leve lapso de tiempo, en el que el vino viaja por su boca, se sienta inmortal tocando la gloria. Un #winefaker de manual. Una ave viajera que encontrarás en cada uno de estos eventos a los que vayas. Una vez copa en mano (la amabilidad de la gente de IFEMA va por delante, doy gracias), me puse en marcha. Ante mí, varías filas llenas de mesas, y en cada una, al menos dos bodegas, hacían la idea de catar vinos tan excitante, como imposible de abarcar, pero habíamos venido a jugar.

Intentaré no hacerme muy pesado con los vinos y bodegas probadas, ya que puedo ser pedante, y lo peor, aburrido, y ambas cosas no me agradan. Empecé mi viaje por la Bodega Barco del Corneta, desde La Seca. He de decir que su fama de verdejos diferentes está más que lograda, y que lo que explican, sale en la copa, con lo cual fue un acierto, y rara avis en la zona. Probé desde su Cucú, pasando por su Barco del Corneta Verdejo, y acabando con sus vinos La Silleria, Las Envidias y el Judas, siendo Las Envidias el que más me agradó. No seguirles la pista es delito ya. Tras ellos, y de la mano de @Yummybull, probé los vinos blancos de Bodegas Frontonio, desde Valdejalón, donde me fliparon el Microscopio Macabeo y el Frontonio La Loma y los Santos, gran descubrimiento, ojalá pueda cumplir mi deseo de conocerlos a la que vaya a Teruel en 2023. También hice parada en Dominio de Calogía, el nuevo proyecto de Jose Manuel Pérez Ovejas, al que tenía muchas ganas, del que pude probar sus añadas disponibles, siendo la 2019, algo más asentada y deliciosa. Rendí visita, como siempre que les veo, a Bodegas Ismael Arroyo, donde pude probar su Valsotillo Reserva del 2016, que siempre nos lleva la sonrisa a la boca. Volví por un momento en mi viaje a tierras aragonesas, con los vinos de Bodegas Alto Moncayo, pasando por mi copa una santísima trinidad, el Alto Moncayo, el Veratón y el Aquilón 2016. Vinos que siempre me recuerdan por qué empezamos a escribir, sobre los vinos que nos gustan. Me crucé en mi viaje con la Bodega Pago de Carraovejas, pudiendo tomar una prueba del Carraovejas, pero no quedando gota ya del Cuesta de las Liebres. No negaré mi cierta decepción, ya que últimamente, por una cosa u otra, no nos estamos llevando bien. Puede que nunca vuelva a probar otros Carraovejas como los que disfrutaba en los años 2000.

Tras probar otros vinos que no mencionaré aquí, planté mi vivac en una bodega a la que tenía muchas ganas, y que por fin tenía cara a cara. Desde Serrada, Bodegas de Alberto. El año pasado pude participar como parte del jurado de los premios de la Academia de Castilla y León de Gastronomía, y esta bodega fue premiada como la mejor, y me ratifico en su calidad. Desde su verdejo De Alberto sobre lías 2020, pasando por sus vinos De Alberto Pálido y De Alberto Dulce, su calidad te abofetea sin piedad, siendo sin duda una de las bodegas más interesantes de Castilla y León. Hice un pequeño paso por los restos que quedaban de Dominio del Águila, quedándome con su Dominio del Águila Reserva 2018. Recordé viejos tiempos con María Añibarro de Bodegas Losada Vinos de Finca, uno de los bierzos que más me gustan, disfrutando de su Losada Godello, y de sus parcelarios Altos de Losada La Bienquerida y Altos de Losada El Cepón, y su Villa de San Lorenzo, deliciosos y directos. Me fui un poco más al sur y volví a la ribera del Duero, pero a una bodega muy especial, muy singular, como es Abadia de Retuerta. No todos los días puedes probar y gozar con Le Domaine, su Selección Especial, y su tridente Valdebellón, Garduña y Petit Verdot. Solo por volver a ellos ya merecía la pena el viaje.

Pero aún me quedaban varias sorpresas, y la primera me llevó directamente a una bodega de Cebreros, que me habían recomendado, e ilusamente, aún no había pasado por mi boca. Bodegas Soto Manrique, sus garnachas y albillos no dejan indiferente, y mantienen ese punto de rusticidad tan castellano que te devuelve directamente al calor de casa. Probé con solaz casi toda su gama, desde La Viña de Ayer, su Naranjas Azules, y sus parcelarios Las Loberas, Las Violetas ( tropecientos puntos en mi libreta), La Cruz Verde, Alto de la Estrella y quizás el vino que más me impacto de la jornada, el Soto Manrique La Mira. Espectacular. Un lujo conocer a Chuchi Soto y espero también poder pronto hacerme presente allí, las ganas me pierden. Volví a la Ribera del Duero de la mano de Bodegas Real Sitio de Ventosilla, y mano a mano con mi amigo Fernando Rodriguez, probé su Adaro, su PradoRey Finca La Mina Reserva 2018 (buenisimo) y sus vinos más especiales, el Buen Alfarero y el Retablo III. Es el camino correcto, y ellos lo saben. No pude evitar una parada en Bodegas Campo Eliseo, donde probé las nuevas añadas del Cuvee Alegre, uno de mis verdejos de cabecera, y su Campo Eliseo Verdejo. Breve también mi parada por Dominio de Atauta, donde también el vino ya era complicado de encontrar, pero había que disfrutarlo, sobre todo con el Parada de Atauta 2019.

La luz del sol parecía apagarse y uno debía volver al norte, a su Castilla, intentando al menos hacer parte del viaje de día, y cuando ya mis pasos se acercaban al último control de seguridad, vi que en mi Twitter se me reclamaba en una mesa, y uno se giró, y volvió al recinto. Era la mesa de Bodegas Montebaco, desde el extremo oeste de la Ribera del Duero, donde pude disfrutar de varios vinos, quedándome con ese Montebaco Cara Norte 2019 que es un auténtico pepino, y también su Montebaco Selección Especial 2018. Fue un momento fantástico, y un genial fin de fiesta. Era también espectacular como a la que yo me iba, me crucé con mucha buena gente que acudía ya a media tarde, casi con la campana, no entendiendo muy bien qué puede uno probar ya, salvo que el fin de su presencia fuera otro más mundano, beber hasta no poder más. Antes hablaba de los “buitres”, pero en más de una parada me encontré con el “insaciable”, ese que dice al bodeguero “échame un poco más, anda”, seguramente el culpable de la existencia del buitre.

Más allá de las bromas, lo cierto es que disfrute mucho de los vinos y de las bodegas, y si a los dioses place, seguramente repita el año que viene. Una jornada en la que estrenamos los labios manchados de vino de Madrid. Que los dioses me sean propicios.

R.

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