Todo el mundo conoce a Gerardo Méndez, este enólogo superdotado que ha revolucionado la manera de hacer blancos en la D.O. Rías Baixas : espera que la pobredumbre noble ataque una mínima parte de los racimos y elabora su famoso " Cepas Vellas " con la variedad albariño y únicamente en las añadas excepcionales, con viñas viejísimas : las bayas de uva - más pequeñas - producen un mosto concentrado, con un extracto seco rico en azúcar, resina y minerales, lo que permite hacer un vino de guarda mediana.

      Presenta un bello color amarillo sostenido, límpido y reluciente. Viene marcado por una retahila de aromas florales y frutales : flor de viña, flor de limonero, compota casera de manzana verde, quizás de tipo Granny Smith, y ralladura de yuzu. Fresco, tenso, vibrante, denso, amplio, distinguido - levemente graso pero sin exceso - casi cincelado como una estatua de Michelangelo, tiene un chispazo de acidez sobre un telón de fondo afrutadísimo : hay notas de griñón, de toronja, de pera de agua, de guayaba, y de zumo de albaricoque. Se queda enganchado al paladar con un final muy largo y un retronasal en el que no deja de oscilar entre el aporte cítrico, algo que remite a los botes pesqueros y un leve dulzor. La bodega está tocando el techo.

        Vinos como este tienen la virtud de romper esquemas y hacernos pensar en la importancia de una buena garda como factor decisivo para la correcta evolución del vino a lo largo del tiempo. Hoy en día, el consumidor ya no sabe esperar : porque no tiene una buena bodega y porque está influenciado por una expresión muy de moda, " listo para beber. " Como lo escribe Baltasar Gracián : " Tened paciencia y tendréis ciencia." ( PVP : 27 € )

Ya hace tiempo que Alain me recomendó este vinazo.... y ya sé por qué.

Empiezas descubriéndolo por esa nariz, con fruta crujiente, esos aromas a mar, a hierba mojada y flores de azahar, a pimienta blanca y mentolados, a esos toques minerales, de tiza, de polvos de tocador y una suave fragancia cítrica. Es un paseo de sensaciones, de frescura, de juventud... que te hace sonreír mientras olfateas, recordando viajes de juventud.

Cuando ya te lanzas a por él, la manzana verde, la pera y los cítricos, te hacen volver a los sabores de campo de juventud, a esos toques marinos en invierno, con una excelente acidez, un cuerpo jugoso y carnoso, unas notas herbáceas y florales muy refrescantes. Mineral, racial, intenso, con esas notas picantes y de matorral, con un postgusto cítrico y una estructura y amargores que harán que siga creciendo en botella, ya que ahora está en pañales. Es largo, delicioso y que hace que se te quede corta la botella.

Un vino para gozar, para disfrutar y dejarse llevar.

 Amarillo verdoso. Limpio y con brillo.

Perejil, hinojo, pimienta, leves cítricos, uva blanca jugosa, humedad y mar.

Paso fragante, con una cierta corpulencia, graso y con mayor acidez de la que se puede pedir a un albariño al uso. Madera encajada. Ajustado de alcohol igualmente. Apuntes semejantes a los ya enunciados y los que esperaríamos en un vino así.

Postgusto perfumado.

Rico. Muy a tener en cuenta.