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Vinoble 2002: Jerez en todos los sentidos


Visitar Jerez es un regalo para los sentidos de quien esto escribe. Sus calles señoriales, el maravilloso color violeta de las avenidas repletas de jacarandas en flor, el olor de La Arboledilla, en Barbadillo, las crujientes y deliciosas tortillas de langostinos sanluqueños o el soberbio gazpacho del restaurante Juan Carlos en la calle Larga, las tapas, el flamenco y por supuesto sus bodegas, las más hermosas y grandiosas del mundo. Por si todo eso fuera poco, en el mes de mayo Jerez ofrece también Vinoble, el salón de vinos nobles y generosos más importante del mundo, que en el año 2002 celebró su tercera edición.

Entre las paredes y patios del Alcázar de Jerez, una fortaleza almohade del siglo XII, se pueden degustar los más maravillosos vinos que se elaboran en el mundo. En torno a una copa de esos néctares la conversación se alarga, se olvidan las preocupaciones y se sueña con que el paraíso sea algo parecido.

En Vinoble tuve el privilegio de reunirme con quienes considero mis maestros, los que me enseñaron casi todo lo que sé sobre el vino y a los que respeto y venero por su sabiduría: Lorenzo Dueñas, enciclopedia viviente, amigo de sus amigos y entrañable profesor, escritor y autor de Vinos de España uno de los libros de referencia del vino en nuestro país. Augusto Berutich, propietario de La Cava de Estrecho, donde ha reunido la mayor representación de jereces del país; es la persona que más sabe de estos vinos y transmite sus conocimientos con verdadero entusiasmo y devoción. Y, por último, Rafael Alonso, de Bodegas Oremus, padre de los nuevos Tokaj, cuya pasión extraordinaria por la docencia sólo es comparable con su amor desatado por la vid. Me sentí entre ellos como el personaje de Adson de Melk en la novela El nombre de la Rosa, pero con tres Fray Guillermo de Baskerville, y no uno solo, todos juntos y tomando vino santo -el Palo Cortado Rare de Osborne, concretamente.

Trataré de mencionar todas las maravillas que pude catar, aunque soy consciente de que tendré que dejar alguna en el tintero muy a mi pesar. El nivel de los vinos era tal que debería mencionarlos a todos, uno por uno, lo cual obviamente es imposible por falta de espacio. Ante estas glorias de la enología no puede uno más que temblar de gozo y soltar hasta alguna lágrima de emoción.

Comenzaré recordando una de las atracciones de Vinoble 2002, que fue un Eiswein (vino de hielo) canadiense llamado Inniskillin, elaborado con vendimias tardías congeladas en la cepa, de modo que el mosto se extrae con una altísima concentración de aromas y azúcares. El Inniskillin es soberbio, expresivo y original. Otra novedad nos vino de la zona de Castilla y León, el Exxencia de Bornos 99, un vino dulce elaborado al 100% con la variedad verdejo con botrytis, toda una rareza. Sólo cada diez años se dan las condiciones óptimas para hacer un vino de estas características. Es complejo y envolvente, con notas de melocotón en almíbar, azafrán y vainilla. Con un final especiado y con finas notas de maderas nobles. Auténtica reliquia el De Muller de 1926, un vino de garnacha que a pesar de su edad se mantiene excelente. Es de color caoba yodado, todavía con mucha vida por delante. Con aromas a bollería, cacao, cierta oxidación, tabaco de pipa. En boca es tremendo, con recuerdos a cacao, a buenos olorosos jerezanos, grano de café, algarroba, balsámicos, suave, voluptuoso, larguísimo.

El imprescindible, cosecha tras cosecha, Chivite Vendimia tardía 99, en la línea de los mejores Sauternes, con una botrytis presente y notable que dulcifica el paladar. Sin duda uno de los mejores vinos dulces del mundo. El Tokaj furmint 1999 de Oremus, que junto con el nuevo Mandolas son dos buenas muestras de lo que se puede hacer con un buen terruño de origen volcánico y unos conocimientos aplicados de élite. Por supuesto que hablar del vino de Tokaj es hablar de los Aszú, su más alta expresión, y dentro de esta categoría los Eszencia de Hétszölö, Pajzos, Dizsnókö y Oremus son la última vuelta de tuerca de la concentración. Auténtico néctar de los dioses.

Interesantes los vinos croatas, chilenos y uruguayos. Formidables los trockenbeerenauslesse, beerenauslesse o eiswein de la firma familiar Anselmann. Los austríacos de la familia Josef Hillinger o de Josef Lentsch. El Domain de la Bongran 94 de Borgoña, una uva chardonnay con una botrytis elegantísima, muy mineral, con recuerdos a pera en almíbar y membrillo, delicioso. Les Guerches del 97 un vino dulce natural de la variedad chenin blanc, soberbio, con recuerdos a flores secas, agua de manantial y miel, perfectamente ensamblados.

En los Oportos, unos vintages que, aunque aún muy jóvenes para su pleno disfrute, prometen un magnífico futuro en la oscuridad de la botella. El magnífico Crusted de Dow’s, un tipo de Oporto escasísimo con un fondo de resinas, fruta y alcohol muy armonizados. O los Quinta do Vesubio, Churchill’s, Sandeman, Ferreira, Niepoort o Casa de Santa Eufemia.

El moscatel de Setúbal, con esos recuerdos a endrinas, fruta desecada, orejones o almendra garapiñada. El Olivares 2000 nos vuelve a sorprender. ¿Cómo un vino de monastrell dulce puede enamorar? Ya nos enamoró la cosecha del 96, y en el 2000 lo ha conseguido de nuevo.

No es casualidad que haya dejado para el final los jereces. El jerez es el vino más glorioso y a la vez el más olvidado del mundo. Entre todos tenemos que intentar recuperar estas joyas del ostracismo y la desidia, pues nos estamos cargando un elemento imprescindible de nuestra propia historia vinícola, tan rica e irrepetible. Basta con recordar que el vino de Jerez es único, como todos los grandes vinos de terruño, que sólo se puede concebir en la zona del Marco de Jerez, que las levaduras que se forman en la superficie de las botas donde se crían sólo se pueden desarrollar en esta zona geográfica, y que los intentos de otros países por imitarlo sólo han producido burdas copias sin personalidad alguna.

Prueben como yo probé, sueñen como yo soñé con un buen amontillado en la mano, el vino que sin duda reúne toda la sabiduría jerezana acumulada durante generaciones. El Fino Imperial de Bodegas Paternina, el amontillado 51-1ª de Domecq, Baco Imperial de Bodegas Dios Baco, El Maestro Sierra, Oñana de Garvey o el de Bodegas Hidalgo son amontillados de auténtica primera categoría. Personalmente creo que estos vinos no empiezan a ofrecer todo su esplendor hasta pasados quince o veinte años de vejez.

¡Y qué decir de los finos, con esos aromas salinos tan característicos que los hacen verdaderamente únicos! Con el fino Pavón, La Ina, Tío Pepe o San Patricio como representantes destacados de los mejores finos. Y los Olorosos, prodigios de la vejez, de la persistencia en boca y el saber enológico, representados por el inalcanzable Millenium, de Gonzalez Byass, que es un cabeceo de las mejores añadas del siglo. La añada 1981, que se encuentra en ese perfecto equilibrio entre la vejez, el alcohol y la armonía, es un vino sin aristas, diría que perfecto. El Sibarita, de Domecq, indescriptible. El Covadonga, de Marqués del Real Tesoro, el Alamo prestige, los de Pilar Aranda, Lustau o los magníficos olorosos 1780, Ochavico o Puerta Real de Garvey.

¡Y el Palo Cortado!, la indiscutible rareza de Jerez, con la finura en nariz de los buenos amontillados y el poder en boca de los olorosos. Destacaría los tres que tiene Barbadillo -el Obispo Gascón, el VORS y las reliquias-, el Capuchino de Domecq o el De Bandera. Se caracterizan por sus aromas a ceniza, algarroba, frutos secos o incienso y una persistencia en boca grandísima, con recuerdos a almendra tostada y buenas maderas en el postgusto.

Jerez me ha vuelto a cautivar. Voy en tren de regreso a Madrid, escribiendo estas páginas, todavía con el sabor y el embrujo de esa ciudad inacabable, reflexiva y mágica que ya voy dejando atrás. Nos volveremos a ver en al año 2004.


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