De Madrid a Cádiz. 1ª parte.

11 respuestas
    #1
    jose

    De Madrid a Cádiz. 1ª parte.

    Hay dos tipos de personas: Los de Dromedario y los de Catunambú. Ah, ¿que no sabén lo que es? Les falta sur, entonces; sumergirse en él. Están en ese curioso limbo previo a su definición. O se es de uno o se es de otro. No hay más. Y si usted no toma café no tenemos más que hablar.

    He estado estos días, unos días, por el sur del sur. Podría dejar unos simples apuntes de lo comido, lo bebido, los lugares... No sé. ¿Tiene sentido? El contexto lo es todo. Sin contexto no somos. Guste o no (guste y no), prefiero contextualizarlo. Una suerte de Cuadernillo (Rubio) de viaje: De Madrid a Cádiz.

    Cádiz. Sí, esa Cádiz a la que mi abuela siempre se refería como "La Tacita de Plata" en cuanto la oía nombrar. Cádiz de historia milenaria. Historia de una enormidad tal, que no se puede uno aburrir de ella.

    Cádiz. La saudade. La tristeza que me transmite pese a tantas pequeñas cosas. La sonrisa del avío pal puchero. De la pequeña cadena de tiendas "El Desavío". La Cádiz llena de gente tan extraordinariamente amable que me cogía del brazo para acompañarme al lugar por el que les preguntaba y cuando se cruzaban con un amigo suyo le espetaban: "Compadre, acompaña a este chico a tal sitio, que yo tengo que ir a tal otro." Y su compadre me cogía del brazo y me acompañaba. A mi, al chico. Ya ven ustedes; peinando canas y de un modo paternal, maternal y fraternal me ayudaban a llegar a destinos que tampoco tenían mayor importancia. Cádiz y sus gentes son así.

    El contexto; mi contexto. La saudade y la tristeza que os decía. En cierto modo sentía como si hubiera lugares que se están dejando morir. Abandonando. Lugares que se ignoran, pese a la importancia histórica, pese a la belleza que aun conservan... y se están cayendo, literalmente, a pedazos. Así lo he sentido muy especialmente en la ciudad de Cádiz y en El Puerto de Santa María. En menor medida en Barbate y Sanlúcar de Barrameda. Puesto a pensar, a sentir, es como si Cádiz y El Puerto de Santa María siguieran muriendo por el imperio que hace siglos fue España,  mientras que Barbate y Sanlúcar se mantuvieran en otro nivel distinto, sustentados, quizá, por un imperio más económico que de administrativo estado. Lo sé, puedo estar profundamente equivocado. Apenas ha llegado a una semana el tiempo que allí he estado. No me he informado. No he estudiado su historia, ni su realidad. Es sólo como lo he sentido. Y lo que he sentido me apena. Sinceramente, me apena.

    Cádiz es, también, ese lugar en que los lugares que se publicitan para tomar algo después del trabajo lo hacen indicando 'post trabajo' y no 'after work'. Y un lugar que respeta así el idioma es un lugar que hay que querer. También es ese lugar en el que en los semáforos hay un cartel en el que piden al peatón que cruce sólo si tiene verde. Porque allí el verde se tiene o no se tiene.

    El viento. ¿Os han hablado del viento en Cádiz? ¿No? Pues mirad, en Cádiz no hace aire; no hace viento. En Cádiz se fabrica el viento que luego exportan al resto de España. Sí, esto me lleva de nuevo a la saudade. Cádiz podría ser un lugar de generación energética de primer orden. Sí, Cádiz tiene también una riqueza paisajística y faunística excepcional. Mar, marismas, esteros, salinas, monte... Excepcional y todo ello podría (debería) ser una fuente de riqueza para la zona y sin embargo, tristeza. La fauna, ¡qué maravilla! Especies limícolas, flamencos, vuelvepiedras, garcillas bueyeras, cernícalos cazando a diario, en el mismo lugar, cada cincuenta metros. Bosques tan cerrados que es plausible que en ellos se refugien los últimos linces. Pero también me creería que se podría esconder la última pareja reproductora de pterodáctilos. Mires donde mires es una maravilla realmente emocionante para los que gusten de la naturaleza expresándose.

    ¿Qué me ha llevado a Cádiz? Los sabores. La necesidad (entre comillas) de probar determinadas cosas, allí donde son y cuando son.
    Los sabores son importantes. Los olores. Los olores. Los olores y los olores. El viento que viene del mar a Cádiz huele a mejillones. El de Sanlúcar a berberechos. Sí, ya sé que todos nos ponemos a mirar el mar y nos sale el asunto de que esta noche puedo escribir los versos más tristes. Que nos ponemos a escribir y nos salen, al menos, veinte poemas de amor y alguna canción desesperada. Pero yo llego al mar y lo primero que hago es meterme en él como si fuera un cachorro que lo ve por vez primera. Lo segundo, oler. Y a mi el mar de Cádiz me olía a mejillones y el de Sanlúcar a berberechos.

    El contexto, les decía. Mi contexto estos días ha sido el agua; la lluvia. Exageradamente torrencial. Me gusta caminar bajo la lluvia, pero también os digo que he llegado, literalmente, al punto del sufrimiento. Jamás antes me ha llovido de una manera tan fuerte, tantas horas, tantos días. Hasta el punto de tenerme que refugiar, en demasiadas ocasiones, en portales de viviendas durante una barbaridad de tiempo. Extenuante todos los días. No puedo decir otra cosa.

    Una pregunta, ahora que estamos intimando. ¿Alguien sabe qué le ocurre a los andaluces con el asunto del paté? Intento explicarme. Siempre que he ido a Andalucía he observado el asunto de la zurrapa y la manteca colorá, pero en esta ocasión me ha sobrepasado. Zurrapa, manteca colorá, paté de chorizo, de jamón ibérico, de jamón york, de queso, de queso con zurrapa (sic), sobrasada, mantequilla de cacahuete, mantequilla, margarina... Ciertamente había más de una de docena de elementos untables en el mollete de por las mañanas en los bares. Puedo tener una visión muy sesgada, pero no recuerdo haber visto algo así en ningún otro lugar. También he de decir que los lugares que parecían más puristas se limitaban a zurrapa, manteca colorá, sobrasada y mantequilla. ¿Alguna idea, estimado lector, acerca del origen de este fervor andaluz hacia el universo untable y que llaman, comunmente, paté?

    Hasta aquí, estimados (e)lectores (pues eligen leer o no leer). En los siguientes capítulos entraré en materia de los lugares, lo comido, lo bebido y lo sentido.

    Saludos,

    Jose

    #2
    jose

    Re: De Madrid a Cádiz. 2ª parte.

    Cádiz y El Puerto de Santa María

    La ciudad de Cádiz fue el lugar elegido para alojarme. Me parecía lo más razonable dado que cada día iba a ir a un lugar distinto y estar en un lugar moderadamente equidistante y bien comunicado me facilitaría el asunto. Me preocupaba ligeramente el asunto del aparcamiento. Tras mucho buscar no tenía claro si en los lugares a los que iba a ir había zona de estacionamiento regulado, parcial, total o todo lo contrario;  e idem con la propia ciudad de Cádiz. Lo cierto es que hay algunas zonas concretas en que sí hay estacionamiento regulado y cada vez que le preguntaba a algún habitante local por una dirección me describía el asunto del aparcamiento como una tarea poco menos que imposible. Veamos, Cádiz es un istmo (he esperado desde octavo de EGB para poder volver a utilizar esta palabra) y es pequeño, esto es, el tráfico puede complicarse y el aparcamiento más, pero os aseguro que no es nada, realmente, comparable para lo que un madrileño está acostumbrado. Todos los días aparqué en la calle y encontraba sitio en apenas cinco minutos. No había sitios por doquier, desde luego, pero en vuelta y media siempre se encontraba un lugar donde aparcar. Esto es, que si vais en coche no aparcaréis en la puerta de vuestro hotel, y desde luego esto no ocurrirá si estáis en el casco antigüo, pero a poquito que miréis podréis dejar el coche en algún lugar sin problema.

    Solventado el asunto logístico, ¿qué quedaba? Caminar y caminar y caminar Cádiz. Me gusta caminar por las ciudades y pueblos a los que voy. No me gusta ir de monumento en monumento, seguir rutas turísticas fijadas o tener que recorrer todos y cada uno de los puntos significativos, mirando carteles, leyendo paredes. Lo que suelo hacer es marcarme algún lugar, un par de lugares, que me interesen y lo demás es dejarme ir con las gentes de la ciudad. Ver qué hacen, cómo hacen y sentir el pulso real de la ciudad, y cuando sea posible integrarme en ella; no verla como un escaparate turístico. Los lugares me los encuentro y me encanta hacerlo. Sorprenderme en cada esquina. Admirar la Catedral de Cádiz y un segundo después mirar a los pies de la misma, y de los mios, porque un gurriato está pidiendo comida. Sonreir. Eso es contexto. La vida.

    El Pópulo, La Viña, La Caleta, Castillo de San Sebastián arreando un viento lateral que me hacía desandar un paso de cada dos y los vuelvepiedras que no sabían si ignorarme o reirse de mi. Los enormes (pero enormes de verdad) árboles del Parque Genovés, la Candelaria... De punta a punta, calle a calle, Cádiz hay que caminarlo para intentar comprenderlo. Sentir esa saudade que a cada paso te acompaña en una suerte de dopplegänger.

    Y en fin, ¿en esta casa no se come? Al menos un par de noches pude hacerlo con tranquilidad. Ya sabéis las inclemencias meteorológicas acababan por vencerme al finalizar el día.

    Un par de sitios: El Faro. Un lugar majo para tomar algo. Camareros de esos que cuando hace tiempo que no vas al sur, y te reencuentras con ellos, piensas que ¡carajo lo que echas de menos estas cosas de vez en cuándo! Esos camareros que te explican que para ser de Cádiz no hace falta nacer, basta con querer. Sur.
    Otro lugar en el que repostar es el Bar Sopranis. Junto al restaurante del mismo nombre. 

    Me habría gustado ir a más lugares en la ciudad de Cádiz. Especialmente lugares a los que van los locales. Lugares de botellín en mano y tal, que aquí todos nos entendemos, pero no pudo ser.

    Vámonos ahora a El Puerto de Santa María.

    Comencemos con el asunto logístico. Desde Cádiz se puede llegar a El Puerto en barco (catamarán) y viceversa, claro. Esa era mi intención, pero debido al estado de la mar salada el servicio estaba suspendido casi todo el tiempo. Había alternativa vía autobús, pero ciertamente para irme en autobús, me voy en mi coche. Es un trayecto corto, de apenas media hora transitando por una excelente autopista y rodeado de un entorno natural bien bonito.
    Sin conocer la ciudad aparcar se hace bastante complicado, item más con el diluvio que me acompañó durante toda la jornada. No pasa nada, en la zona histórica hay varios aparcamientos públicos. De pago, eso sí, pero sin problema para aparcar. Esto sólo me ocurrió el primer día, aprendo rápido y el segundo día ya tenía claro dónde aparcar.

    Pese a la lluvia el plan estaba claro: Mercado de Abastos,  Bodegas Gutiérrez-Colosía y Taberna del Chef del Mar. Eso y pasear por la ciudad y sorprenderme con los rincones. Un buen plan, si no fuera por el diluvio que dificultaba muy mucho... todo.
    En mi caminar por la ciudad tenía la misma sensación, el mismo sentimiento, que en la ciudad de Cádiz: Tristeza. Sentía, igualmente, que el tiempo, las décadas, los siglos, habían ido pasando, pero el reloj se había parado sin, por ello, obviar los efectos que el paso del mismo tiene en todo. Me resultaba triste ver la cantidad de edificios antigüos, si no históricos, en mal estado de conservación algunos, en ruina otros.

    Tiene, como la ciudad de Cádiz tiene y a mi juicio, una riqueza histórica y arquitectónica destacable. No sólo eso, en los alrededores hay bosques frondosos y cerrados, junto al mar, esto es, tiene una riqueza natural muy destacable y que, sin embargo, me parece que pasa desapercibida. Una lástima. Tienen bodegas notables y, sin embargo, no hay ni una sola indicación relativa a su situación. Quizá haya alguna razón para ello, pero creo que promover un poco más ese elemento cultural tan inherente a la zona redundaría en un beneficio común para la ciudad. Otra lástima.

    Nombres. Qué importantes son los nombres. Bajamar. Galeras Reales. Puerto Escondido. ¡Qué preciosidad de nombres tienen muchas de aquellas calles! ¡Y qué llenas de significado las más de las veces!
    Gutiérrez-Colosía. Uno de esos nombres que había leido decenas de veces, desde que hace unos dieciséis años comencé a beber vino. Uno de esos nombres que uno sólo conoce por lo que lee y si ha tenido suerte, por haber bebido algunos de sus vinos.
    En Bajamar y junto al río. Cuando llegué a ella me quedé mirando la pared. Con esa extraña sensación de haber llegado a un lugar que de tanto haber leído su nombre, no acabas de comprender su existencia; su realidad.

    En la visita coincidí con un numerosísimo grupo. Resultaban ser todos ex alumnos del colegio gaditano San Felipe Neri y esa visita formaba parte de los actos de celebración del quincuagésimo aniversario desde su graduación. ¡Qué se dice pronto! Un grupo simpático al que me adapté y me adoptó.

    Visita básica, pero siempre interesante. Siempre hay algo que aprender y ciertamente, para alguien que, como yo, no está familiarizado en absoluto con este tipo de bodegas cada rincón y cada momento tiene algo sorprendente. Era, además, bien gracioso como algunos de los componentes del grupo de la visita, con raíces bodegueras, me llevaban aparte del grupo para indicarme que todo eso estaba muy bien, pero cuando ellos eran jóvenes el trasiego de camiones de unos pueblos a otros con uva o mosto era habitual y alguno todavía se encontraba ofendido, ya que eso de delimitar el marco había partido viñedos (ehem... suyo) sin más criterio que el administrativo. Bueno, ya sabéis, lo mismo que en todas las zonas productoras, pero era gracioso el tono de confidencia que empleaban conmigo. Con ese "chaval" que se había unido a su expedición. Y tras la visita, una cata de sus vinos con su correspondiente explicación. Es una visita básica, pero me pareció bastante didáctica en su conjunto. Por supuesto algo de vino compré, pero muy especialmente compré vinagre de Jerez. ¡Lo dificil que es conseguir vinagre de Jerez decente a un precio asumible en Madrid! No sé todavía si me fui más contento por haber conocido la bodega, por los vinos o por el vinagre. Quizá el énfasis de otro parroquiano a la hora de glosarme la bondad de esos vinagres y lo estupendo que es para el gazpacho termina de inclinar la balanza. Aun más por su sorpresa, cuando me dijo que le dijera yo a mi señora que se lo añadiera al gazpacho, sin miedo a su acidez, y riéndome le dije que el gazpacho me lo hacía yo.

    Me sorprendía su sorpresa cuando les decía que desde Madrid había ido para conocer la bodega y para comprar sus vinos y su vinagre. Se sorprendían ellos, a su vez, cuando les contaba que realmente esos vinos suyos son realmente apreciados más allá del marco de Jerez.

    Dejé al multitudinario grupo de ex escolares y me dirigí a La Taberna del Chef del Mar. Ángel León es un tipo que me cae muy bien. Sigo su carrera desde hace bastantes años. Me gusta la evolución que ha tenido y cómo ha llegado a ella. Me gusta, también, el cómo lo comunica y su actitud. Dicho esto, el ver dónde estaba situado el anterior Aponiente, actual Taberna del Chef del Mar, así como su tamaño; que consiguiera ahí dos estrellas Michelín, me dejó totalmente descolocado. Quienes me conocéis, o me leéis de hace tiempo, sabéis de mi desafección hacia sistemas de puntuación, categorizaciones o premios del tipo de Michelín, pero eso no significa que no comprenda su significado para ellos.

    Si sorprendido me quedé con el antigüo Aponiente aun más con el actual. No, no he ido a comer a él. Me refiero a dónde está situado, a lo que arriesga en el envite y a su compromiso con esa zona y lo que él defiende. Señores, señoras, sencillamente está en una suerte de polígono abandonado. Si alguien me pregunta cómo ir a Aponiente le diré que vaya en el tren de Cercanías. De verdad, está en la parte de detrás de la estación de Cercanías y entre dos naves abandonadas. Me quedé absolutamente estupefacto. Un par de días después le veía en Canal Sur y definía la situación del actual restaurante de una manera sincera y directa: "Estamos abiertos en canal." Es así. De nuevo, contexto. Si antes me caía bien, ahora aun más.

    En lo que respecta a la Taberna, ¿cómo de bien comí? Pues por la noche estaba anotando en mi cuaderno lo comido y bebido y finalizaba escribiendo que era un lugar al que volvería. ¿Cuándo? ¿Este año? ¿El año que viene? ¿Nunca?  Me quedé pensando en esa tontería. Estaba ahí, apenas a unos kilómetros y, si no había nada raro, el último día todavía tenía tiempo de pasarme de nuevo. Merecía la pena volver y volví. Es decir, fui dos veces en cinco días y es raro que yo repita en un lugar en tan poco tiempo.

    Hasta aquí Cádiz y El Puerto de Santa María. Nos quedan Barbate y Sanlúcar de Barrameda.

    Jose

    #3
    jose

    Re: De Madrid a Cádiz. 3ª parte.

    Barbate y Sanlúcar de Barrameda.

    Llegó el día de ir a Barbate. Atún, atún, atún, atún… ¿Ustedes también oyen esas voces? Atún, atún, atún, atún… Ir a Barbate y a El Campero sencillamente a comer atún, en temporada de almadraba, era uno de los motivos de este viaje. Atún, atún, atún, atún…

    Llegó el día. Carretera y manta… de agua. Sí hasta ahora me había llovido, ese día tuve que buscar un término para definirlo que ni siquiera estaba inventado. Se abrieron los cielos y durante todo el día estuvo cayéndome agua y viento como nunca antes. Estoy seguro de que por la autopista pasé dos veces por la ola de izquierdas de Mundaka. Homérico.

    El trayecto abunda en la riqueza natural y paisajística referida en los capítulos precedentes, a los que hay que añadir el paso por algunas zonas de denso bosque mediterráneo. Una preciosidad. Pasar a los pies de la montaña en la que se emplaza Vejer. Un pueblo que emana luz y que se ve precioso, aun a kilómetros de él. Me habría encantado caminarlo, pero la climatología lo hacía, sencillamente, imposible. Y tras el bosque, el mar: Barbate.

    Lamentablemente no pude brujulear tanto como habría querido. Apenas pude situarme un poco en el mapa, visitar el mercado, asomarme a la mar (sólo eso, asomarme) y dirigirme a El Campero. Me pareció, no obstante, un lugar muy agradable. Un cierto aire al recuerdo que tenemos de pequeño pueblo costero de los años 70. Limpio, blanco y luminoso. Ahí donde El Puerto de Santa María y Cádiz tienen aire porteño, Barbate lo tiene pesquero.

    En el mercado se habla atún. En El Campero se habla atún; y una vez metido en viaje atunero la idea era probar cualquier corte del ronqueo que no fuera habitual encontrar en Madrid. Eso es fácil, ya que en Madrid sólo se encuentra lomo y alguna ventresca si te esfuerzas. Mormo, contramormo, morrillo, tarantelo, facera, galete, corazón y montones de cortes más que sólo se conocen viendo La 2 o yendo allí. Digo esos nombres, como si realmente supiera de lo que estoy hablando. No es así. En todo momento tenía  que preguntar qué parte era y dónde se encontraba en la fisonomía del pececillo en cuestión. Al viajar siempre se aprende.

    Llegaba la tarde y la lluvia me dio una mínima tregua. Lo justo para poderme acercar a la orilla del mar. El mar de verdad es el que se ve con este tiempo y no el azul turquesa de los panfletos vacacionales. Un mar que pelea con el viento por ver quién ruge más fuerte; nubes y playas absolutamente solitarias. Los misántropos somos así. Nos sobra el mundo tanto como nos falta el mar.

     … y el cielo se abrió de nuevo.

    Otro día. Otro lugar. Sanlúcar de Barrameda.

    Ahí donde en Barbate sentías ambiente pesquero, en Sanlúcar lo sientes bodeguero. Si en El Puerto de Santa María os contaba la extraña sensación de real irrealidad que sucede al encontrarte frente a la bodega de Gutiérrez-Colosía, multiplicad esto por mucho en Sanlúcar. Cada dos calles me tropezaba con una bodega. Con bodegas de las que he bebido vinos, de las que he leído y oído hablar pero que nunca he podido beber algunos de sus vinos. Pasear por Sanlúcar era como volver a la infancia y estar en Disneyland o algo así. Los nombres. ¡Los nombres tantas veces leídos! Nombres como Bajo de Guía o Banda Playa. Barbadillo, Solear, La Gitana, Argüeso... A cada paso.

    Nueve bodegas marcadas en el plano turístico y sin embargo ¡hay muchísimas más! A la entrada, a la salida, en la parte alta, en la parte baja. ¡Bodegas por doquier!

    Por otro lado, y siendo algo tan vinculado a la cultura de la zona, no existe señalización alguna al respecto. O las buscas en algún mapa tras informarte o vas preguntando a quienes te parezcan locales en un continuo brujulear.

    Hay tantas que alguna había que elegir para visitar. Esta fue Barbadillo. Descomunal. Varios edificios albergan sus instalaciones en la parte alta. Miles y miles de botas. El olor de la bodega, la piedra ostionera y soltar un exabrupto al entrar en su catedral. Visita, no obstante, en demasía comercial y mercadotécnica, pero si uno se abstrae de ello, impactante por su tamaño.

    Hora de comer y tenía marcado el ir a la Taberna der Guerrita. Sólo decirles que desde ahora, cuando lea o escuche la palabra tabanco, este lugar vendrá a mi cabeza.

    Algún vino comprado en Barbadillo, así como vinagre de Jerez. ¡No quiero volver a tener que penar para tener un vinagre de Jerez decente con el que cocinar!  Seguro que quienes cocinen, me entienden. Y más que compra, acopio en la Taberna der Guerrita. Supongo que mi estampa sanluqueña debía ser curiosa. Cruzar Sanlúcar de punta a punta con la mochila llena, una bolsa (sí, del Carrefour) con botellas y en el otro brazo otra caja llena de botellas. ¡Si es que es muy difícil ser de Córdoba y no llamarse Rafael!

    En una segunda ronda por Sanlúcar (tuve tiempo para acercarme otro día) hubo más tranquilidad, más pasear, más tomarse un café con hielo bajo un cielo azul radiante, un helado de la heladería Toni; que es cuando uno se da cuenta de lo mayor que está. Cuando uno es joven va de cabeza a los helados de chocolate, o a los más pintones por su color o los más novedosos, o los que más tropezones tiene o los que... A estas edades uno no está para fuegos de artificio y se refugia en el recuerdo: Helado de leche merengada y sonreir.

    La Rondeña. Una pastelería sin espacio para la tontería. Nada de cupcakes, muffins ni modernidades sin sentido. Tradición de lado a lado. Riquísimos bollos sanluqueños, buenérrima la masa real y ¿las tortas de aceite? Oigan, las tortas de aceite de este lugar merecen un desvío si pasan por la zona, pero si me apuran casi que merecen el viaje entero por sí solas.

    Pesca y bodega. Esto fueron para mi Barbate y Sanlúcar. ¿Qué nos queda? Hablar de los mercados.

    Saludos,

    Jose

    #4
    jose

    Re: De Madrid a Cádiz. 4ª parte y final.

    Los mercados.

    Caracoles y cabrillas. Patatas de Sanlúcar y tomates de Conil. Retinta. Novillo de lidia. Zurrapa. Manteca colorá. Herreros, loros, borriquetes, niñas, tapaculos (lenguaditos), lenguados de lunar (San Pedro), tintoreras, lulas (¿calamares? ¿voladores?), chocos dibujados por Julio Verne y sus huevas por cajas. Rayas, marrajos y cazones enteros. ¿Cortes de atún? Todos. Camarones saltando en las cajas. Almejas tan llenas de vida que sueltan un chorro de agua y te sacan la lengua. Acedías y boquerones, claro; y te cuenta el pescadero que los tiene por tener, ya que apenas les saca beneficio. Los avíos pal puchero. Chacinas. Mojama. Conservas. Galeras de coral y de carne. Rábanos de un tamaño que hace que importen. Lobitos, urta y preciosas caballas. Lubinas y doradas de estero. Michirones, naranjas "guachi"... De tal o cual lugar, de la Bahía o de Rota o de... Todo tenía su apellido. Sabores, colores y aroma a especias. Mercados.

    Saludos,

    Jose


    P.S. Sí, el título de este Cuadernillo (Rubio) de Viaje es una referencia directa al "De París a Cádiz" de Alejandro Dumas.

    P.S: II No, no he tenido la oportunidad de leer este libro. ¡Dadme tiempo!

    #5
    jose

    Re: De Madrid a Cádiz. 5ª parte.

    Tierras de mil colores. Campos que verdean, mientras otros ya amarillean. Tupidos tapices de amapolas. Molinos al viento . Mar de olivos y abubillas en Andújar. Océanos de girasoles. Brilla Lebrija.

    ... y por fin, el mar. La mar.

    Me gusta entrar en Cádiz por el norte, por el Puente de la Constitución de 1812. Me gusta que se llame así: Puente de la Constitución de 1812. Una constitución tan chula que tenía artículos como este:

    "Art. 13. El objeto del Gobierno es la felicidad de la Nación, puesto que el fin de toda sociedad polí­tica no es otro que el bienestar de los individuos que la componen."

    Cuando salgo lo hago por el sur, por el puente de Carranza. Sí, puente de José León de Carranza, pero tantos años viendo torneos veraniegos de fútbol dan un poquito más de confianza: Puente de Carranza.

    Entras en Cádiz por el norte y es como si ese puente te diera la bienvenida. Siempre igual. Siempre distinta.
    Sales de Cádiz por el sur, en la mañana, y las gaviotas vuelan junto a ti; a unos pocos metros. Y es como si te despidiesen diciéndote que esperan tu vuelta.

    ... asuntos pendientes en Cádiz. Vuelvo a Cádiz.

    Jose

    #6
    jose

    Re: De Madrid a Cádiz. 6ª parte.

    Es dura la vida de un gorrión en Cádiz. Todos los demás pájaros son más grandes, más fuertes y más gruñones. Además, el viento. Son poquito más que una pelusa. No tienen mejor vida las palomas; un penar también lo suyo. Son las gaviotas y los vencejos los que se enseñorean del cielo. Por otro lado, si Nueva York es la ciudad que nunca duerme, Cádiz es la ciudad en la que los vencejos nunca duermen. Noche cerrada y siguen chillando a pleno pulmón.

    Asuntos pendientes. Tenías lugares pendientes y asuntos pendientes del año pasado. Aquel pueblo en la cima de una montaña. Aquel pueblo del que surgía una enorme luz blanca, pese a que apenas se veía a dos pasos entre la cortina de agua. Este año sí, tenía que ir a Vejer de la Frontera.

    Marco de Jerez. Marco de Jerez. Jerez. Ir al Marco de Jerez y no haber paseado por Jerez. Había que ponerle solución a esto. Tenía que ir a Jerez.

    Años leyendo. Años viendo; años aprendiendo. El año pasado lo decidí: Molino de mareas.

    Esto y brujulear, como siempre, sin orden y con desconcierto. Luz. Mar. Viento. Cádiz.

    Saludos,

    Jose

    #7
    jose

    Re: De Madrid a Cádiz. 7ª parte.

    Parque Natural de La Breña y Marismas de Barbate.

    Qué preciosidad. Qué naturaleza tan expresiva y vibrante. Una de las carreteras más bonitas por las que he transitado.
    ... camino de el faro de Cabo Trafalgar. Salir de la arboleda y aparecer el mar; la mar. Todo el universo azul rodeado de naturaleza y ante tus ojos.

    Abrir las alas. Alzar el vuelo.

    Vejer. Un pueblo blanco, limpio, brillante. Un pueblo que emite luz. Un pueblo rodeado de vegetación exuberante. De nuevo una maravilla de entorno natural. Un pueblo en el que, por momentos parece, sólo hay cuestas hacia arriba. Subir. Subir. Subir. Subir. Molinos de viento. Mirando al mar no tan lejano. A sus pies los campos de cereal.

    Abrir las alas. Alzar el vuelo. Un buen puñado de buitres apenas a unos pasos. Abren las alas. Alzan el pueblo.

    Vecinos que paran a intercambiar impresiones. Lógico. Lo que en cualquier pueblo es normal aquí es necesario. Hay que recobrar el resuello.

    Suena la sirena del recreo y salen los chiquillos al patio del colegio como una bandada de gorriones. Un pueblo en el que la práctica totalidad de la chavalería se come un bocadillo y no tonterías industriosas es un pueblo al que se le coge ley.

    Un vencejo expulsa a un halcón apenas a unos metros sobre mi cabeza. Miro alrededor. Parece que sólo yo he sido consciente de lo particular de la situación.

    El mercado ha sido gentrificado. Lástima. ¿Dónde harán la compra ahora? Yo en Paco Melero. Oigan, qué material hay ahí. El material del que están hechos los sueños. Un lugar en el que te dan un calendario con qué hacen cada día de la semana es un lugar que merece visita.

    Bromear con ellos y acaban indicándome que me pase por La Hoya, la panadería; que trabajan por la noche y usan trigos de la zona. Personas encantadoras que a las doce del mediodía tenían prácticamente todo vendido. Persona encantadoras que al preguntarles si les importaba si hacía una fotografía del obrador desde la parte de tienda me invitan a entrar dentro y hacer todas las fotos que quiera; y a probar unos picos que están entibiandose antes de ser empaquetados. Me quedé con ganas de probar el pan moreno, que me recomendaron en la tienda de Paco Melero, pero sí probé un rico bollete de miga nívea y los picos y regañas.

    Hora de comer. Tenía anotado algún lugar, pero mi intención inicial (y que cumplí) era comer en Venta Pinto, en Barca de Vejer.

    Abrir las alas. Alzar el vuelo. Hora de comer.

    Me fijé en Venta Pinto el año anterior. Por un lado lo peculiar que me resultó la población de Barca de Vejer, por otro que había un buen número de vehículos estacionados. Igual era interesante comer ahí. Era uno de mis asuntos pendientes.

    Saludos,

    Jose

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