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Cádiz y El Puerto de Santa María La ciudad de Cádiz fue el lugar elegido para

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jose

Re: De Madrid a Cádiz. 2ª parte.

Cádiz y El Puerto de Santa María

La ciudad de Cádiz fue el lugar elegido para alojarme. Me parecía lo más razonable dado que cada día iba a ir a un lugar distinto y estar en un lugar moderadamente equidistante y bien comunicado me facilitaría el asunto. Me preocupaba ligeramente el asunto del aparcamiento. Tras mucho buscar no tenía claro si en los lugares a los que iba a ir había zona de estacionamiento regulado, parcial, total o todo lo contrario;  e idem con la propia ciudad de Cádiz. Lo cierto es que hay algunas zonas concretas en que sí hay estacionamiento regulado y cada vez que le preguntaba a algún habitante local por una dirección me describía el asunto del aparcamiento como una tarea poco menos que imposible. Veamos, Cádiz es un istmo (he esperado desde octavo de EGB para poder volver a utilizar esta palabra) y es pequeño, esto es, el tráfico puede complicarse y el aparcamiento más, pero os aseguro que no es nada, realmente, comparable para lo que un madrileño está acostumbrado. Todos los días aparqué en la calle y encontraba sitio en apenas cinco minutos. No había sitios por doquier, desde luego, pero en vuelta y media siempre se encontraba un lugar donde aparcar. Esto es, que si vais en coche no aparcaréis en la puerta de vuestro hotel, y desde luego esto no ocurrirá si estáis en el casco antigüo, pero a poquito que miréis podréis dejar el coche en algún lugar sin problema.

Solventado el asunto logístico, ¿qué quedaba? Caminar y caminar y caminar Cádiz. Me gusta caminar por las ciudades y pueblos a los que voy. No me gusta ir de monumento en monumento, seguir rutas turísticas fijadas o tener que recorrer todos y cada uno de los puntos significativos, mirando carteles, leyendo paredes. Lo que suelo hacer es marcarme algún lugar, un par de lugares, que me interesen y lo demás es dejarme ir con las gentes de la ciudad. Ver qué hacen, cómo hacen y sentir el pulso real de la ciudad, y cuando sea posible integrarme en ella; no verla como un escaparate turístico. Los lugares me los encuentro y me encanta hacerlo. Sorprenderme en cada esquina. Admirar la Catedral de Cádiz y un segundo después mirar a los pies de la misma, y de los mios, porque un gurriato está pidiendo comida. Sonreir. Eso es contexto. La vida.

El Pópulo, La Viña, La Caleta, Castillo de San Sebastián arreando un viento lateral que me hacía desandar un paso de cada dos y los vuelvepiedras que no sabían si ignorarme o reirse de mi. Los enormes (pero enormes de verdad) árboles del Parque Genovés, la Candelaria... De punta a punta, calle a calle, Cádiz hay que caminarlo para intentar comprenderlo. Sentir esa saudade que a cada paso te acompaña en una suerte de dopplegänger.

Y en fin, ¿en esta casa no se come? Al menos un par de noches pude hacerlo con tranquilidad. Ya sabéis las inclemencias meteorológicas acababan por vencerme al finalizar el día.

Un par de sitios: El Faro. Un lugar majo para tomar algo. Camareros de esos que cuando hace tiempo que no vas al sur, y te reencuentras con ellos, piensas que ¡carajo lo que echas de menos estas cosas de vez en cuándo! Esos camareros que te explican que para ser de Cádiz no hace falta nacer, basta con querer. Sur.
Otro lugar en el que repostar es el Bar Sopranis. Junto al restaurante del mismo nombre. 

Me habría gustado ir a más lugares en la ciudad de Cádiz. Especialmente lugares a los que van los locales. Lugares de botellín en mano y tal, que aquí todos nos entendemos, pero no pudo ser.

Vámonos ahora a El Puerto de Santa María.

Comencemos con el asunto logístico. Desde Cádiz se puede llegar a El Puerto en barco (catamarán) y viceversa, claro. Esa era mi intención, pero debido al estado de la mar salada el servicio estaba suspendido casi todo el tiempo. Había alternativa vía autobús, pero ciertamente para irme en autobús, me voy en mi coche. Es un trayecto corto, de apenas media hora transitando por una excelente autopista y rodeado de un entorno natural bien bonito.
Sin conocer la ciudad aparcar se hace bastante complicado, item más con el diluvio que me acompañó durante toda la jornada. No pasa nada, en la zona histórica hay varios aparcamientos públicos. De pago, eso sí, pero sin problema para aparcar. Esto sólo me ocurrió el primer día, aprendo rápido y el segundo día ya tenía claro dónde aparcar.

Pese a la lluvia el plan estaba claro: Mercado de Abastos,  Bodegas Gutiérrez-Colosía y Taberna del Chef del Mar. Eso y pasear por la ciudad y sorprenderme con los rincones. Un buen plan, si no fuera por el diluvio que dificultaba muy mucho... todo.
En mi caminar por la ciudad tenía la misma sensación, el mismo sentimiento, que en la ciudad de Cádiz: Tristeza. Sentía, igualmente, que el tiempo, las décadas, los siglos, habían ido pasando, pero el reloj se había parado sin, por ello, obviar los efectos que el paso del mismo tiene en todo. Me resultaba triste ver la cantidad de edificios antigüos, si no históricos, en mal estado de conservación algunos, en ruina otros.

Tiene, como la ciudad de Cádiz tiene y a mi juicio, una riqueza histórica y arquitectónica destacable. No sólo eso, en los alrededores hay bosques frondosos y cerrados, junto al mar, esto es, tiene una riqueza natural muy destacable y que, sin embargo, me parece que pasa desapercibida. Una lástima. Tienen bodegas notables y, sin embargo, no hay ni una sola indicación relativa a su situación. Quizá haya alguna razón para ello, pero creo que promover un poco más ese elemento cultural tan inherente a la zona redundaría en un beneficio común para la ciudad. Otra lástima.

Nombres. Qué importantes son los nombres. Bajamar. Galeras Reales. Puerto Escondido. ¡Qué preciosidad de nombres tienen muchas de aquellas calles! ¡Y qué llenas de significado las más de las veces!
Gutiérrez-Colosía. Uno de esos nombres que había leido decenas de veces, desde que hace unos dieciséis años comencé a beber vino. Uno de esos nombres que uno sólo conoce por lo que lee y si ha tenido suerte, por haber bebido algunos de sus vinos.
En Bajamar y junto al río. Cuando llegué a ella me quedé mirando la pared. Con esa extraña sensación de haber llegado a un lugar que de tanto haber leído su nombre, no acabas de comprender su existencia; su realidad.

En la visita coincidí con un numerosísimo grupo. Resultaban ser todos ex alumnos del colegio gaditano San Felipe Neri y esa visita formaba parte de los actos de celebración del quincuagésimo aniversario desde su graduación. ¡Qué se dice pronto! Un grupo simpático al que me adapté y me adoptó.

Visita básica, pero siempre interesante. Siempre hay algo que aprender y ciertamente, para alguien que, como yo, no está familiarizado en absoluto con este tipo de bodegas cada rincón y cada momento tiene algo sorprendente. Era, además, bien gracioso como algunos de los componentes del grupo de la visita, con raíces bodegueras, me llevaban aparte del grupo para indicarme que todo eso estaba muy bien, pero cuando ellos eran jóvenes el trasiego de camiones de unos pueblos a otros con uva o mosto era habitual y alguno todavía se encontraba ofendido, ya que eso de delimitar el marco había partido viñedos (ehem... suyo) sin más criterio que el administrativo. Bueno, ya sabéis, lo mismo que en todas las zonas productoras, pero era gracioso el tono de confidencia que empleaban conmigo. Con ese "chaval" que se había unido a su expedición. Y tras la visita, una cata de sus vinos con su correspondiente explicación. Es una visita básica, pero me pareció bastante didáctica en su conjunto. Por supuesto algo de vino compré, pero muy especialmente compré vinagre de Jerez. ¡Lo dificil que es conseguir vinagre de Jerez decente a un precio asumible en Madrid! No sé todavía si me fui más contento por haber conocido la bodega, por los vinos o por el vinagre. Quizá el énfasis de otro parroquiano a la hora de glosarme la bondad de esos vinagres y lo estupendo que es para el gazpacho termina de inclinar la balanza. Aun más por su sorpresa, cuando me dijo que le dijera yo a mi señora que se lo añadiera al gazpacho, sin miedo a su acidez, y riéndome le dije que el gazpacho me lo hacía yo.

Me sorprendía su sorpresa cuando les decía que desde Madrid había ido para conocer la bodega y para comprar sus vinos y su vinagre. Se sorprendían ellos, a su vez, cuando les contaba que realmente esos vinos suyos son realmente apreciados más allá del marco de Jerez.

Dejé al multitudinario grupo de ex escolares y me dirigí a La Taberna del Chef del Mar. Ángel León es un tipo que me cae muy bien. Sigo su carrera desde hace bastantes años. Me gusta la evolución que ha tenido y cómo ha llegado a ella. Me gusta, también, el cómo lo comunica y su actitud. Dicho esto, el ver dónde estaba situado el anterior Aponiente, actual Taberna del Chef del Mar, así como su tamaño; que consiguiera ahí dos estrellas Michelín, me dejó totalmente descolocado. Quienes me conocéis, o me leéis de hace tiempo, sabéis de mi desafección hacia sistemas de puntuación, categorizaciones o premios del tipo de Michelín, pero eso no significa que no comprenda su significado para ellos.

Si sorprendido me quedé con el antigüo Aponiente aun más con el actual. No, no he ido a comer a él. Me refiero a dónde está situado, a lo que arriesga en el envite y a su compromiso con esa zona y lo que él defiende. Señores, señoras, sencillamente está en una suerte de polígono abandonado. Si alguien me pregunta cómo ir a Aponiente le diré que vaya en el tren de Cercanías. De verdad, está en la parte de detrás de la estación de Cercanías y entre dos naves abandonadas. Me quedé absolutamente estupefacto. Un par de días después le veía en Canal Sur y definía la situación del actual restaurante de una manera sincera y directa: "Estamos abiertos en canal." Es así. De nuevo, contexto. Si antes me caía bien, ahora aun más.

En lo que respecta a la Taberna, ¿cómo de bien comí? Pues por la noche estaba anotando en mi cuaderno lo comido y bebido y finalizaba escribiendo que era un lugar al que volvería. ¿Cuándo? ¿Este año? ¿El año que viene? ¿Nunca?  Me quedé pensando en esa tontería. Estaba ahí, apenas a unos kilómetros y, si no había nada raro, el último día todavía tenía tiempo de pasarme de nuevo. Merecía la pena volver y volví. Es decir, fui dos veces en cinco días y es raro que yo repita en un lugar en tan poco tiempo.

Hasta aquí Cádiz y El Puerto de Santa María. Nos quedan Barbate y Sanlúcar de Barrameda.

Jose

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