Opiniones de Chateau D'Yquem
OPINIONES
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El aspecto de este 70 se anunció impresionante ya en la botella, mostrando un bellísimo color ambarino intenso como reflejos casi cobrizos. Sus primeros aromas sorprendieron por carecer de las habituales notas dulces confitadas. Este vino maduro mostró un bouquet como ajerezado, con ciertas notas de evolución que recordaban a la manteca de cacao, a la cera y al azafrán. Aparecían también ciertos fondos casi salinos (como de amontillado). Con la progresiva oxigenación, el vino se abrió hacia la gama aromática dulce y finamente avainillada, apareciendo algún toque ligeramente alcohólico y finísimos recuerdos de maderas nada dominantes.

Transcurrido el tiempo el bouquet se decantó hacia ciertas notas de caramelo de café con leche, recuerdos de frutas (como orejones y manzana seca), unos especialísimos fondos apimentonados y, lo que en el vocabulario de cata de los Cognacs se define como "rancio charentais" (fino toque, delicadamente avainillado, de las maderas limpias y nuevas, suavemente tostadas, que con el tiempo se va volviendo dulce y que sólo aparecen en los grandes cognacs tras décadas de maduración). Un compañero de mesa aportó a la descripción de nariz ciertas notas minerales del "terroir" de Yquem que se pueden completar finalmente con ciertos matices de galletas tostadas, caramelo y mantequilla "noisette". Ya en la fase gustativa, el vino se mostró moderadamente dulce en el encuentro, tostado, casi caramelizado, con finas notas de maderas. Un vino totalmente fundido, con una alianza casi mágica entre los especiados, la Botritys, la delicada acidez, su dulzor y su fresca vinosidad. Su postgusto quedaba delicadamente matizado por aquellos recuerdos de amontillado que aparecieron inicialmente en nariz, haciéndolo largo a la par que complejo.

En su conjunto, podríamos decir que este es uno de esos vinos que deben ser probados para saber de verdad el auténtico potencial de un gran Sauternes. Este dato fue posiblemente pasado por alto por alguno de los catadores que acusaron en él una falta de frescura y frutalidad (posiblemente dada su escasa experiencia a la hora de enfrentarse con vinos maduros) siendo el propio Conde el encargado de corregir tal apreciación reseñando que es muy difícil apreciar la riqueza de matices de la madurez de estos vinos antes de, al menos, veinte años de estancia en botella. Lo mismo que es casi tarea imposible enfrentarse al bouquet complejo y cambiante de un viejísimo Jerez para quien sólo suele beber finos y manzanillas. La extrema complejidad del vino unido a su rareza lo hace merecedor de una degustación en solitario.

Abrimos dos botellas, ambas impecables, pero con ligeras diferencias entre sí. En el color una de ellas era ámbar brillante y transparente, y la otra ligeramente más oscura. Las dos con nariz de ensueño, con notas de miel, caramelo, azúcar tostada, crema pastelera, trufa blanca, notas animales, ámbar, flores blancas, barniz de mueble viejo. En boca tiene una maravillosa acidez que compensa su fino dulzor con elegancia. Final larguísimo, con notas de calabaza asada, higos secos y caramelo de miel. Inolvidable.

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