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Diario de un sumiller 2ª parte día 1: amor por todas partes

Martes 10:05 Nuestras vacaciones  en Tailandia fueron una pasada. Yo estaba con la mujer de mis sueños en un lugar idílico con sol y playas de un cuento de hadas. Dedicamos seis semanas haciendo nada más que conocer a este país y el uno otro. Con nuestra suite en el hotel The Sarojin, estábamos a pie de una de las mejores playas del país. Estuvimos una semana conociéndonos mejor. Un festival de Cristal, Don Perignon y durante otros días y noches más ligeras, la cerveza Singha. Evidentemente con tanto sol y alcohol de vez en cuando, como mínimo diariamente,  hicimos el amor durante nuestra estancia. A veces caí a la cama agotado de tanto sexo. Atena me llevó a ver combates de Thai Boxing cuando pasamos al principio de nuestro viaje a Bangkok. Su conocimiento en la materia y su pasión por este deporte era bestial. No era nada normal que ella, una mujer tan elegante y de su pasta, tuviera interés en un deporte aparentemente tan brutal. Me di cuenta de vez en cuando que algunas preguntas que le hacía nunca tendrían respuestas. Aún así este aire misterioso me hizo amarle más. Si no quería contestar era porque quería protegerme pensé. La verdad es que el viaje nos mostró lo poco que valoramos nuestras vidas, nuestros valores y nuestra riqueza interior. El vuelo en primera clase por supuesto me hizo ver y apreciar el arte y el servicio a un nivel que en España no llegaríamos ni en 20 años. Las azafatas eran bellas objetas que servían y cuidaban sus clientes como si fueran unos dioses. Servirles era un honor y agradecimiento de su existencia. Las seis semanas de vacaciones eran las más bonitas de mi vida. No sé todavía si Atena pensaba lo mismo. El tiempo pasaba de forma lenta pero rápida a la vez. Era todo muy intenso, porque Atena es una persona que requiere tu atención al cien por cien. Justo cuando estabas pensando en algo y no estabas conscientemente prestandole atención, te lo hizo saber con un golpe o un gesto desagradable y de repente volviste a la realidad. Ahora teníamos un proyecto juntos. Nos unía nuestro amor, nuestro amor por el buen vino y por la buena gastronomía. El restaurante que se iba a rehacer gracias al dinero que Atena “encontró” sería nuestro. Yo el sumiller del año según las revistas del sector, la Nariz de Oro que es capaz de oler una buena oportunidad y oler al perfume de la mujer más bella y elegante de todo España. Mi cuenta personal ingresaría cantidades que jamás podría haber imaginado. Dentro de poco sería el hombre más feliz de la restauración española. También sería rico financieramente, culturalmente y amorosamente. ¿Qué más querría yo? Martes 10:54 Atena con su cara bronceada me miraba con enfado. Hace nada que llegaba a su piso, después de hacer un poco de footing para hacer algo de ejercicio. Yo estaba sudando, tenía mucho calor y me salía humo de los hombros: la evaporación del sudor. Me fijaba en ella. Su silueta sentada en el sofá con la ventana grande soleada detrás, era un obra de arte. Mi Mona Lisa. Mi  Mona Lisa que no estaba nada contenta conmigo y mientras me sacaba las bambas me acerqué a ella. Se levantó del sofá y me gritó “¡No me toques!” y se fue para el baño. Cuando salió en su albornoz y sus zapatillas blancas, su actitud había cambiado. Seguramente era el efecto del agua de mi ducha que previamente había pasado por el filtro que desmineralizaba y lo purificaba. El resultado: agua que daba masajes mientras te duchabas sin darte cuenta. ¡Mágico! Atena estaba muy relajada y mejor aún, arrepentida por el trato hacía mí. “Mario lo siento” “Estás perdonada, pero que te pasa” le pregunté “Es que hay muchas cosas que pasan de repente después de nuestras seis semanas en el paraíso. Ahora tenemos que llevar al cabo este proyecto tan chulo. El restaurante. Todo ha sido tan rápido y mi vida ha cambiado tanto” empezó a llorar y yo le abracé “Vamos a ir poco a poco Atena. Muchos cambios también para mí. Es como nos vamos a casar en todos los sentidos y tendremos que ser fuertes para que funcione. Me prometes que lo harás?” “Si Mario, si” nos besamos. Eso es lo que quería oir.  Atena con sus manos elegantes me empezó a sacarme la ropa mientras su lengua me hizo bailar las papilas, el estómago y los pies, la sangre corria más rápido que Usain Bolt los cien metros.  Mi corazón estaba batiendo el ritmo de la noche mientras mis manos  empezaban a masajearle los brazos y la espalda con una maniobra que terminó quitándole el albornoz. El perfume de Aloe Vera llenando mi nariz y dándome el efecto de la Valeriana: relajante. Mi cuerpo cogía calor, mi cabeza estaba dando más vueltas que las ruedas de un coche. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué sería de nuestra relación y el restaurante que dentro de unos días estaba a punto de reabrir? Al mismo tiempo pensaba en las llamadas secretas que hizo Atena durante nuestras vacaciones en Tailandia. No sé a quien llamaba casi cada día. Cuando le pregunté no quiso decírmelo. Todo era bonito, pero a la vez sentía peligro por ella. Un peligro que me encantó. Le dije a mi cabeza que se callará mientras intentaba a mantener el ritmo que marcaba Atena, un ritmo que era demasiado para mi salud fisica y mental.

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