Al margen del sentido que pueda tener la marca Cava (que no DO), es indudable

Al margen del sentido que pueda tener la marca Cava (que no DO), es indudable que para los pequeños productores de espumosos de calidad se trata, más que de un distintivo, de una pegajosa mancha de grasa difícil de quitar cuando salen a vender fueran de nuestras fronteras. Los comerciales de estas bodegas tienen que hacer grandes esfuerzos para defender precios por encima de los 2,50€ a los distribuidores internacionales, que no comprenden cómo bajo un mismo distintivo (con idéntica crianza y variedades de uva incluso) una botella pueda costar al consumidor final 4€ ó 25€. Nos guste o no, a nivel internacional la marca Cava es sinónimo de vino espumoso barato, ideal para la spanish sangria.
Ahora se ha ido Albet i Noya, como antes Loxarel, Raventós i Blanc (que ya dejó en su día Codorniu) o Colet. Parece que también se irá en breve Can Ràfols dels Caus, y otros les seguirán. Se quedarán las cuatro grandes familias controlando el cortijo como ahora, pagando precios miserables (menos de 30 céntimos el kilo) y produciendo como fábricas que son (200 millones de botellas al año la que más). No me extraña que se produzca esta lenta sangría de deserciones. Y por si no fuera suficiente con estos cuatro caciques, desembarcó García Carrión a producir cava y ahora lo hará el grupo Solís. Queda por ver dónde se posiciona Torres.
La pregunta, si acaso, no es por qué se han ido estos, sino por qué todavía no lo han hecho los que siguen.