Tio Pepe en rama, ya esta aquí.

Uno tiene ya cierta costumbre de echar a pelear finos y manzanillas de cierto fuste no ya con vinos internacionales que están en la gama de los 20-30 euros, sino más bien con los de la gama que supera ampliamente los 100-200 euros. Pocos vinos he visto, en esas exigentes condiciones, que le puedan hacer hincar la rodilla a La Panesa, por poner un ejemplo conocido por todos (lo mismo podríamos decir de Antique, o de la gloriosa saca de primavera de 2004 de la en rama de Barbadillo). Y desde luego La Panesa no es inferior, en absoluto, a los grandes vinos jerezanos en que la crianza dominante es la oxidativa. Simple y llanamente se trata de animales completamente distintos.

Sucede que los vinos de crianza biológica arrastran una contradicción que -hasta ahora- parece difícilmente superable. Son vinos de enorme complejidad y originalidad, cuya elaboración y crianza es extremadamente costosa, pero cuyo origen y mercado es básicamente popular. O lo que es lo mismo, son rehenes de una historia que hace muy difícil cualquier ajuste razonable entre los costes reales de su producción y el precio al que se venden. Cualquiera que esté familiarizado con la realidad de las bodegas sabe que son productos "subvencionados", es decir que se les sostiene artificalmente con aquellas actividades de las bodegas que todavía son rentables: los destilados, los vinos blancos de mesa, los jamones, el agua mineral, la biblia en verso. Lo que acaba por suceder es que los financieros de las grandes casas se van deshaciendo de los activos que tienen que ver con el vino -viñas, cascos bodegueros- y enfocan su actividad a cosas más rentables. Siento decir que toda esta historia del bag-in-box tiene más que ver con este modelo de negocio periclitado que con otra cosa: hay que pensar en un negocio autosostenido, no en buscar maneras más o menos llamativas de dar salida a los excedentes y que además prestigian muy poco al producto.