¿Cuál es el vino que más os ha sorprendido este verano?

Inevitablemente yo me voy al sur y aunque en principio pudiera parecer que me sería difícil escoger por la variedad y singularidad de los vinos que probé durante mis días en el Marco, sí hubo uno que se me ha quedado grabado, posiblemente de por vida, posiblemente en el alma, y lo peor de todo es que tendré que regresar al sur para volver a probarlo. ¿Lo peor? No sé, quizás sea lo mejor...

Es un oloroso del 2013 elaborado con palomino viejo en suelo de barajuelas -una de las mejores albarizas del Marco- que fermenta en bota jerezana. Se ha criado -y sigue- en bota de 511 litros llenada hasta arriba para evitar la crianza biológica; el tiempo estimado de crianza oxidativa será de dos años a partir de los cuales pasará a botella.

Lo elabora Willy Pérez en Bodegas Luis Pérez y todavía no tiene nombre, tuve la enorme suerte de catar una muestra de barrica. Intento recordar detalles que os pueda trasladar aquí para describíroslo pero sólo puedo articular sensaciones: una nariz arrebatadora, llena de matices, continuamente cambiante, embaucadora, sensual, frutal y floral, intensa, provocadora... ¿Y qué le puede seguir a esta embriaguez aromática? Un baño de sensaciones en boca, una exquisitez en sabor indescriptible, un tacto que ni el más fino terciopelo podría igualar, una frescura inconcebible en tanta profundidad, un viaje en relieve por tu memoria gustativa, un desplegar alas y volar.

Hace unos meses que abrí un hilo sobre "el vino con el que vimos la luz" que versaba sobre nuestra infancia vinícola, sobre esa botella que nos hizo darnos cuenta del papel fundamental que juega el vino en nuestras vidas.

Pues bien, este oloroso sin nombre para mí es el vino de la madurez, el vino con el que el ya sabe, conoce, y busca sorprenderse, es inefablemente desarmado por... la belleza.

El oloroso sin nombre de Bodegas Luis Pérez