Me encanta el diseño de la botella, despejado y cristalino, que permite deleitearse sin intereferencias de su intenso color frambuesa limpio y claro, brillante como la granadina. Las grandes letras que tan sólo tienen dibujados los bordes blancos, se fusionan así sin estridencias ni marcados contrastes con el vídrio y el líquido que contiene.
Sin mover la copa, te arrancan la primera sonrisa intensos aromas a sirope de fresa de ése que acompaña la nata de las tortitas. Cuando lo haces bailar, soplos de brisa de bosque te acarician.
La fresquísima fruta roja inunda tu boca y cuando se ha fundido en ti posa sobre lengua y paladar finas notas mentoladas.
Es de paso firme y consistencia carnosa, permitiéndose un guiño de ligera efervescencia antes de iniciar el descenso. Una elegante tanicidad secante en el final de su recorrido te recuerda que no es un pasatiempo, que es un vino con vocación de transcendencia aunque sobre todo lo que quiere es complacerte y hacerte disfrutar de esa sencillez que ni consigue ni pretende esconder su marcada personalidad.
Brillante y cristalina granadina
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