El primer saludo inmóvil es de fruta negra y tierra arcillosa.
El baile dentro de la copa incrementa la intensidad de los aromas de tal manera que consigue una precisa definición que casi los talla, como un maestro joyero a un diamante: mora, cassis, arcilla de modelar…
El contacto con la boca es de dulzura y tanicidad a la par. Fuerte esqueleto, musculatura fibrosa, hermosa piel y paso ligero.
El camino está salpicado de chocolate amargo en polvo sobre yogur cremoso y ácido, sin nata.
El regaliz negro y la tinta china pintan con pincel grueso una ancha película sobre la lengua que deja una sensación placenteramente secante tras su paso.

18 horas
La seca mineralidad de la arcilla se ha esfumado para dar paso a la tierra humedecida tras la lluvia. La fruta negra se agolosina y los arbustos donde anteriormente había bayas frescas y maduras ahora están bañados de sirope de frutas del bosque.
Los taninos se han amalgamado con el dulce y se diría que casi han desaparecido si su tactilidad en boca no te recordara su presencia. El yogur ha perdido acidez y se ha convertido en lo que no era ayer: nata, nata en la que se funde el sirope negro, dejando regueros morados sobre los surcos.
Pasan los minutos y el cacao pierde amargura, el regaliz y la tinta china tornan en menta dulce. Es un vino más amable pero añoro el brío, la alegría y el agarre de ayer.
Aún así, la despedida es dulce y cariñosa.