El café más caro del mundo: Kopi Luwak ¿Dónde está el límite...?

Hoy me ha sorprendido el título de la columna de Pilar Rahola en La Vanguardia: Café con caquita. No suelo leer a esta señora, pero ha picado la curiosidad...

Aparte de la sonrisa que ha conseguido arrancarme (tarea nada fácil últimamente) con sus referencias a un Caldo ecológico de Sudáfrica, coloreado, gustoso, tan ecológico que "lo recogen desnudos los trabajadores, para que no haya contaminación textil" y a que ...el café resulta derivar de los granos casi intactos que expulsa, con sus excrementos, un animal de Sumatra llamado luwak (civeta), que los come verdes y luego hace lo propio..., no he podido dejar de pensar si, bajo la apariencia de buscar la excelencia, a veces caemos en el ridículo, valorando más la excepcionalidad de un producto que sus características organo-lépticas. ¿Ansiamos más un vino a sabiendas de que hay muy poca producción? ¿Merece la pena gastarse lo que cuesta un kilo de cerezas cherry glamour?

Mi experiencia me dice que, mayoritariamente, se disfruta más alardeando que saboreando. Las catas ciegas de vinos me han enseñado que la gente bebe mucho por la etiqueta. Y mi madre me enseñó que el paladar de una gran mayoría no es capaz de distinguir el jamón de bellota del de recebo, y menos dentro de las croquetas.

Ahí dejo la pregunta... Y vuestro límite, ¿dónde está? :-)