El pasado sábado mi pareja y yo aprovechando el certamen "Menús Gastronómicos maridados con cerveza Turia" y, tras lo mucho oído y leído acerca de este restaurante que cuenta con un cierto nombre y prestigio en Valencia, así como de su cocinera que de un tiempo a esta parte no para de recibir premios y reconocimientos a su labor en la cocina, nos decidimos a ir por fin a conocer dicho restaurante y probar lo que, a priori, parecía un delicioso menú. Lo dicho, íbamos cargados de ilusión y de buena voluntad de disfrutar de una suculenta cena envalentonados por las muchas críticas positivas que había leído con anterioridad tanto del local como de su chef. Pues bien, mi gozo en un pozo y de ahí el titulo de esta crítica pues a pesar de que soy un empedernido buscador de nuevas sensaciones, platos y lugares y de mi vieja costumbre de no repetir nunca sitios en esa búsqueda constante e insaciable de nuevos restaurantes, lo que me ha deparado más de una mala experiencia, sin embargo nunca había tenido una decepción tan grande como la que sentí el pasado sábado después de cenar en dicho local. Pero bueno, vayamos a la crónica de los hechos.
Respecto al local en si he de decir que fue lo que más me gustó: bien situado, espacioso, con la adecuada separación entre mesas y con la luminosidad y decoración típica de este tipo de restaurantes de cocina de autor, esto es paredes blancas sin excesiva decoración, tan solo algún cuadro de pintura abstracta (como no)y poco más. Todo muy minimalista y pulcro aunque lo prefiero a los sitios excesivamente recargados de elementos decorativos. Las mesas perfectamente vestidas con manteles de tela al igual que las servilletas y la cristalería y cubertería (que nos renovaban con cada pase de platos)la adecuada para un sitio de esta categoría.
Lo peor vino con la comida del menú propuesto. Vamos a ello,el menú se componía en su totalidad de seis platos repartidos en cuatro entrantes, plato principal y postre. Todo pintaba de maravilla, en la teoría,hasta que los platos fueron apareciendo por la mesa. Todo empezó ya con los entrantes:
- Bombón líquido de granada. Primera decepción de la noche. Se trataba de un pequeño bombón de unos 2cm de diámetro (vamos para que se hagan una idea era más pequeño que una de esas aceitunas gordas que suelen rellenar con un pepinillo dentro) recubierto de chocolate blanco y en cuyo interior se encontraba el líquido de granada que, por cierto, no llegué a probar pues intenté hacer caso a la recomendación de la joven e inexperta camarera que nos recomendó comerlo de un solo bocado, pero claro se le olvidó advertirnos de un importantísimo detalle: que no lo debíamos pinchar con el tenedor, que fue justo lo que hice, desparramándose automáticamente todo el licor en el plato y quebrándose el chocolate blanco en decenas de virutas imposibles de comer. La verdad es que todavía me pregunto que pinta un bombón en toda regla, es decir un elemento puramente dulce, como entrante en una cena cuando quizás tendría algo más de sentido si lo sacaran al final como un pre o post postre a modo de petit fours como en otros sitios hacen.
- Rape marinado con cítricos y fruta del dragón. Sin duda el mejor plato de toda la cena. Era una especie de ceviche pero caliente, donde apreciabas el buen sabor y textura del rape junto con los toques cítricos y picantes que a mi personalmente me encantan. Aunque no tengo ni idea de lo que es la "fruta del dragón" y la verdad es que los nombres estos tan rebuscados y exóticos me empiezan a cansar un poco, he de decir que el plato estaba muy bueno aunque pecaba de algo que se fue repitiendo como una constante durante toda la cena: la cantidad del plato era realmente escasa y ridícula.
- Quisquilla, garrofó, aceite de guindilla y jugo de quisquilla. Un nombre muy aristocrático y pomposo para un plato que era un despropósito en si mismo y que pasó por la mesa sin pena ni gloria aunque produciéndonos, eso si, una tremenda decepción y que contribuyó a aumentar el malestar general (podemos llamarlo "mosqueo" perfectamente)que a esas alturas empezábamos ya a sentir .
- Brioche al vapor de rabo de toro especiado. Último y "glorioso" entrante de la noche, nueva decepción al canto. Aquel "brioche" venia a ser como una especie de crepe, aunque considerablemente más pequeño para no hacer un feo a los platos que le precedieron, relleno de rabo de toro pero que más que rabo de toro el relleno parecía estar hecho de las sobras de la carne del cocido de lo insípido y falto de sabor que tenia por más que su apellido fuera "especiado" pues las especies no se las notabas por ningún sitio.
Todo esto en cuanto a los entrantes. Pues bien terminadas estas "delicias" gastronómicas y con más hambre que Carpanta afilamos el cuchillo dispuestos a deleitarnos con el tan esperado plato principal vistos como eran los entrantes. Nuevamente el destino que aquella noche no estaba de nuestra parte nos depararía una nueva decepción y la mayor de toda la cena.
Plato Principal- Presa de Black Angus con chutney de ruibarbo. Este, que se presentaba como el plato principal, no era un plato sino una tomadura de pelo en toda regla. Se componía de cuatro lonchitas de no más de 4cm de largo por 2cm de ancho de lo que se presuponía que era presa de Black Angus, aunque con esa exigua cantidad podía haber sido cualquier cosa y no lo hubiéramos notado, que además llegaron frías a la mesa y se acompañaban (bueno es un decir) con una manchita a un lado del plato de lo que se suponía que era el dichoso "chutney de ruibarbo". En definitiva el resultado del plato eran 4 tristes lonchitas de carne frías, insípidas y secas pues la poca cantidad de salsa no era suficiente para poder mojarlas y sin ningún tipo de guarnición ni acompañamiento.
Postre- Calabaza, cacahuete y galanga. Otro plato que no tenia pies ni cabeza. Se componía de una pequeña porción de helado de un sabor indefinido que flotaba cual isla desierta en medio de un plato enorme y rodeado de un pequeño mar que habían hecho con la calabaza asada convertida en polvo (con lo buena que está una buena porción de calabaza asada) y a la que habían esparcido por encima ralladura de cacahuete. Un verdadero despropósito de plato que no aportaba nada ni en cuanto a sabor ni textura ni emplatado pues además venia servido en una fuente rectangular y completamente plana lo que dificultaba bastante poder comer el helado con comodidad.
Supongo que a estas alturas podrán imaginarse que grado de decepción y cabreo le entra a uno cuando acude a un restaurante guiado por las buenas criticas y referencias que ha leído previamente y sale de él decepcionado, con la sensación de que ha sido víctima de una tomadura de pelo y lo que es peor, con la misma hambre con la que entro.
Soy un firme defensor de la cocina en general y de la llamada cocina "de autor" en particular, pero creo que no todo el mundo es Ferrán Adrià ni Joan Roca, que no todo el mundo sabe crear platos con cierto criterio y que además la innovación en un restaurante no debe nunca estar en contra de su primera y fundamental misión que es dar de comer (esto es alimentar) al cliente que se sienta a su mesa. En este sentido creo que a algunos cocineros se les ha ido un poco la mano con sus platos innovadores y excesivamente minimalistas. Quizás va siendo hora de separar a los genios de los que solo son malos imitadores. Quizás ha llegado también ya la hora de empezar a llamar a las cosas por su nombre y de que retomemos todos un poco el sentido común (que como muy bien dijo alguien una vez por desgracia es el menos común de los sentidos) que también debe de existir en la cocina. Así alguien tendría que decirle a la cocinera que perpetró el menú anteriormente descrito la diferencia entre lo que es un simple aperitivo de cortesía como el que ponen en algunos restaurantes y que suele ser unas aceitunas, almendras, un gazpachito andaluz, etc de lo que son propiamente los entrantes que suelen ser platos de una mayor entidad, tanto en su elaboración como en la cantidad. Así pues, un simple bombón del tamaño de una aceituna gorda no es un entrante sino un aperitivo (aunque vuelvo a decir que como aperitivo creo que un elemento dulce como este no pinta nada). También habría que decirle que tres quisquillas medianas (juro que yo en casa las he comido mucho más grandes) y tres "garrofons" (una especie de judía grande muy típica en Valencia que se pone siempre a la paella) por si mismos y por mucha salsa o caldo que pongamos no pueden nunca conformar un plato medianamente coherente y con criterio a menos que se le quiera tomar el pelo al comensal, como dice el viejo refrán "con tan poco mimbre no se hace un cesto". Y habría que explicarle también que el "plato principal" es quizás el más importante de todo el menú (de ahí su apellido) y por ello se debe de diferenciar claramente de los entrantes por calidad, elaboración, emplatado y cantidad.
En definitiva son muchos los "axiomas" de la cocina de autor que hemos aceptado como verdades absolutas cuando no lo son y creo que seria bueno hacer una revisión total de todo el corpus teórico de este tipo de cocina para volver a recuperar los valores, la esencia y el fundamento de esta forma de entender la cocina para que no se desvirtúe ni se pierda por caminos que no le llevan a ningún sitio.
Volviendo a la cena del pasado sábado, en cuanto al servicio he de decir que fue correcto pero un tanto distante y frio para mi gusto, me gusta la educación y las buenas maneras en el servicio pero nunca me gustó la figura del camarero autómata desprovisto de cualquier atisbo de cercanía y empatía. Por lo que respecta a la bebida bebimos las 2 cervezas Turia con las que se maridaba el menú. La verdad es que aunque hubiéramos querido pedir vino después como la cantidad de comida fue tan escasa y los platos tan exiguos con una cerveza tenias más que suficiente para toda la cena.
En cuanto al precio fueron los 2 menús (25 euros cada uno) más 2 euros por la cesta de pan que pedimos y que he de decir que, junto al rape marinado, fue de lo mejor de toda la cena y nos salvó de desmayarnos por inanición allí mismo.
Reconozco que me permití una pequeña ironía cuando el maître vino a preguntarnos si queríamos café y le contesté muy serio y tocándome la tripa un "no gracias, la verdad es que estamos tan llenos que ya no podemos con nada más". Aún recuerdo su cara de estupefacción al oír aquellas palabras y su mirada cómplice con la que me dio a entender que había captado perfectamente mi ironía.
Para terminar quiero decir que no pongo en duda los reconocimientos profesionales que ha recibido esta cocinera aunque no comparto su línea de trabajo. Así mismo respeto las opiniones de aquellos que hablan maravillas de este restaurante (para gustos colores) pero yo tengo claro que no volveré jamás, pues más allá de comer/cenar bien o mal, cosa que puede pasar y entra dentro de lo previsible, lo que creo que no es de recibo en ningún restaurante es que salgas del local con la misma hambre que entraste. Un saludo.