Tras 24h de nevera y oxigenación se ha presentado calmado y tranquilo, reposado, más decidido y expresivo. Ha perdido parte del verdor herbal que destacaba al abirlo, pero a cambio ha ganado en matices puramente frutales, y en persistencia.

Mejora.

No era la primera vez que quedaba con este vino, pero entonces, en aquella primera cita, igual que un ciego yo no veía, igual que un tonto yo no miraba. Por eso en esta ocasión todo fueron sorpresas y descubrimientos.

Nada más llenar la copa me sorprendio por su color y su apariencia, como esas golosinas de fresa que los niños se echan a la garganta cual porrón políticamente correcto. Mis vinos preferidos son mujeres delicadas que llevan a un hombre dentro, oscuros, densos y afrutados, poderosos e indescifrables, y suelo mirar con suspicacia a lo que se sale mucho de ahí. Sin embargo éste, al primer trago, ya me gritó que si me interesaba me tenía que olvidar de todo porque no era nada de eso, ni hombre ni mujer, y que dejara de tener expectativas, porque las expectativas suelen traer consigo decepciones.

Al beberlo lo percibí muy cerrado, parecía enfurruñado, como enfadado. Tampoco era lo que yo recordaba. De modo que a mí que me falta poco para coger el canasto de las chufas me sentí como si me dieran un portazo en las narices, esa situación tan desagradable en la que llamas a una puerta y no te abren, cuando sabes que quien buscas está al otro lado. De modo que me fui, airado, dejando la copa llena, hasta que acabé de hacer la comida. Durante ese tiempo el vino juguetón, divertido y con ganas de broma me estuvo mirando desde su posición tomada, riéndose de mi rebote, esperándome.

Cuando volví a la media hora larga me encontré con que la puerta ya no estaba cerrada, que el habitante de esa casa que siempre es un vino se había preparado para mí y que ahora me ofrecía, al fin pero tímidamente, lo que guardaba dentro, sin obligarme a tener que llamar de nuevo (no soy cartero, a veces pienso que ojalá lo fuera)

Y de este modo, durante toda la comida, no dejó de evocarme la imagen de un parque en primavera, las zonas más escondidas del Retiro de Madrid, con la hierba fresca, verde y húmeda acumulada en montoncitos tras haber sido cortada, y la visión de una pareja enamorada paseando de la mano, sin hablar, tan sólo respirando ese frescor y llenando sus rostros de la luz de la que este vino proviene.

Licoroso sin perder sus matices frutales, singular y diferente, lleno de toques minerales y cacao, y un chocante fondo ahumado, un vino que te llena de sensaciones de frescura y calma, relax y dicha, y que te anima a sentarte con él, a solas, para que te lo cuente todo a lo largo de una sobremesa larga y refrescante.

Un vino, sin duda, de primavera.