Nariz poderosa, exhuberante y bien definida, de fruta roja y negra de excelente madurez, especias, mentolados que no dominan, tabaco rubio, canela, avelladas y praliné, vainilla tostada y maple, alguna nota yodada. Quizá estas características aromáticas que trato de enumerar no parecen, cada una por separado, nada del otro mundo, pero en su conjunto forman una nariz sumamente personal. En boca es pleno, redondo, lleno de fruta sostenida por una acidez potente, lejos de la austeridad de un Don Melchor o el virtuosismo de un Clos Apalta. De una salida y retronasal de miedo, cargado de especias y suaves mentolados, quizá el único ’pero’ que le pongo es que el tanino, aunque suave y dulce, se vuelve sumamente secante hacia el final de la botella. Un vino de mezcla bordelesa que para nada se parece a uno de por allá y que con 7 años encima, está sorprendentemente primario y si ese tanino se resuelve, este M podría evolucionar hacia una complejidad fascinante.