Mucho tiempo en cartera esperando ocasión de visita porque los comentarios de @ANTONI_ALICANTE son "palabra de Dios". Se plantea viaje relajado a Alicante así que es el momento: desvío para el esmorzar valenciano. No comentaré nada más del local porque no mejoraría los datos del anterior comentario; solo decir que sigue afortunadamente todo igual de bien tanto en el exterior como en el interior.
Nos sentamos en el interior porque fuera hace algo de viento en una amplia mesa para los cuatro para dilucidar que vamos a tomar: unanimidad en que aquí hay que tomar cocas artesanas y nos advierten que la de cordero no hay con lo que casi nos hacen un favor porque hay tantas cosas buenas en la carta que se hace difícil pero ahí va
. 2 x Rectoría: coca de cabrito desmigado y cebolla confitada: sobre una coca recién hecha que ya de por sí merece un monumento, se agolpan rodajas de carne de cabrito (como si fueran cortes de un redondo de ternera) y la cebolla es un puro caramelo. Imprescindible comerlo una vez en la vida.
. 2 x Señoret: coca de manitas queso de cabra y manzana: las manitas deshuesadas y caramelizadas quedando como una lámina gruesa crujiente que con los contrastes de texturas y sabores del resto de ingredientes se convierte cada bocado en una experiencia. Asombroso.
Para beber 3 del clásico vino con gaseosa y uno de cerveza de presión; el resto del gasto incluye una buena ensalada valenciana (tomate, cebolla, aceitunas y piparras -bastante valientes de vinagre-), cacaos garrapiñados en sal y altramuces, todo en buen nivel.
Pero lo mejor estaba por llegar y aunque la cabeza decía no seguir, la oportunidad puede tardar en volver, así que al menos una coca dulce de postre para compartirla: con la misma masa recién hecha se corona con chocolate, espuma de flan, helado, hojita menta... y más cosas que se quedan en el secreto de cocina. Imprescindible.
Unos correctos cremaets o cafés para acabar la fiesta y un poco de reposo antes de volver a la carretera. Tiene premio Cacau d´Or 2023 por su especialidad en las cocas y para mi pasa a estar en el número 1 del esmorzar; lástima que esté tan lejos de casa pero nos dió tiempo a hacernos una foto con el trofeo.
Varios consejos si vas a por este tipo de almuerzo: ves con gente y comparte experiencias porque hay demasiadas cosas buenas para probar una sola (nosotros comimos media coca de cada y se quedaron en el limbo como 4 más que no tuvimos fuerzas para seguir); pide la coca dulce antes de acabar con la salada porque las hacen en el momento y eso requiere algo de tiempo; ves con tranquilidad para disfrutar de una cocina de alto nivel, incluso sin ser platos sofisticados porque aquí se busca la perfección de lo sencillo, de lo casero, de lo que se hace en la zona.
¿Caro? Hay también almuerzo clásico de tortilla, embutido.. por menos de 7€, pero en cocas es otro mundo y ahí es el top, es la estrella Michelín de los almuerzos. Quizás la estrella que compartieron en Valencia y que se llevaron en el corazón tanto Miquel a su baret de Denia como Julio a su bar de la piscina en Sagra.
coca cabrito 1
coca cabrito 2
coca manetas 1
coca manetas 2
coca dulce
cremaets
Las conversaciones con Julio Vargas se producen de forma casual. Son breves, escuetas, cuasi accidentales. Él oficia exclusivamente en la cocina, durante todo el servicio, de principio a fin, y confía plenamente en su personal de sala cada vez mejor preparado y que, visita tras visita, muestra una mayor implicación en el proyecto. No es del tipo de cocineros que les gusta salir a sala para recibir el aplauso fácil y unos elogios que tiene prácticamente garantizados en la mayoría de mesas. Eso dice mucho de su forma de ser. Realmente él es así: un tipo sencillo y humilde, muy reservado, pero, sobre todo, un trabajador incansable y un grandísimo cocinero.
Julio podría alardear de haber sido la mano derecha de Miquel Ruiz, de haber revolucionado junto a éste el panorama de la alta cocina en la Comunitat, de haber “valencianizado” la gastronomía de nivel en La Marina, influenciada en exceso hasta no hace demasiados años por la nouvelle cuisine y por un carácter marcadamente afrancesado. Allá en La Seu pasaron cosas muy grandes, ideas y pensamientos que han dejado huella en la cocina de esta tierra. Una pequeña pero importante revolución. Si a eso le añadimos, además, la importante labor divulgativa que ambos hicieron en las escuelas de hostelería de aquella época podremos llegar a entender con facilidad hasta qué punto su filosofía llegó a calar entre la hornada de jóvenes cocineros que, a día de hoy, regentan locales de éxito a lo largo y ancho de todo el territorio valenciano. Alguno de ellos, incluso, ha superado a sus maestros en repercusión mediática y galardones.
Pero todo ello pasa prácticamente desapercibido para la gran mayoría de clientes que se acercan hasta la piscina de Sagra para sentarse a comer en “ese sitio del que les han hablado tan bien”. Y es que Julio hace años que decidió bajarse del barco, alejarse de proyectos faraónicos y de la presión constante de la crítica, olvidarse de andar cada otoño el corazón en un puño por saber si todos esos grandes logros que sin duda alguna se estaban llevando a cabo contarían, además, con el reconocimiento de la más prestigiosa guía gastronómica de cuantas se editan en el planeta tierra. No puedo presumir de conocerle profundamente, pero, por lo poco que hemos compartido, se deduce fácilmente que ese frenesí no iba con él, que aquello no era lo suyo y que encaja muchísimo mejor en este estilo de restaurante que en aquel otro del que tanto aprendió, sí, pero que supo dejar a tiempo.
Cuando en los pequeños círculos de aficionados a la gastronomía de la comarca se comentó la apertura de “Un cuiner a l’escoleta de Sagra”, pocos o muy pocos fueron los que apostaron por una vida tan duradera. Un cocinero de la talla de Julio Vargas en el bar-restaurante de la piscina municipal era ciertamente un anacronismo. Se corría el riesgo de que la clientela habitual del lugar, muy diferente a aquella que había disfrutado de su cocina hasta ese momento, no supiese entender la propuesta culinaria de éste. O también a la inversa. Era necesaria una buena dosis de astucia y conocimiento por parte de Julio para que, sin renunciar a su estilo, supiese adaptarlo a aquello que iba a demandarle su nueva tipología de cliente.
Los inicios no fueron fáciles. La concesión de dependencias municipales, en general, resulta muy ventajosa económicamente, pero, irremediablemente, va ligada a otros condicionamientos y exigencias que todo arrendatario debe asumir. El sueño de Julio era ofrecer una gastronomía de cierto nivel en el bar de la piscina, lugar éste que goza desde siempre de la simpatía y respaldo de la ciudadanía del pueblo. El bar era ese sitio donde muchos se acercaban a almorzar, a tomar un café o simplemente a comprar un helado para los peques de la casa. Se partía desde la premisa que aquellos rasgos eran irrenunciables. Habérselos cargado hubiese supuesto el fin de la aventura. Pero, por otro lado, resultaba complicado y hasta agotador poder compaginarlos con el servicio de comidas y cenas y con el tipo de cocina que Julio quería desplegar.
Fueron años de mucho stress, de un costoso proceso de cambio en los paradigmas iniciales, tanto por parte la clientela como del propio cocinero. Algunas personas del equipo que arrancó aquella aventura no pudieron aguantar tanta carga laboral y emocional y se apearon del viaje. Pero los años no pasan en balde y, con el transcurso de ellos, llegó la estabilidad, la comunión absoluta entre el restaurante y el contexto en el que se enmarca y, a pesar de los malos augurios iniciales, “Un cuiner a l’escoleta” se ha consolidado como una de las propuestas culinarias más atractivas de la comarca y, además, una de las que mayor unanimidad despierta entre la clientela de cualquier edad, procedencia o bagaje gastronómico. Y ahora todo el vecindario de Sagra habla con orgullo de su bar de la piscina y de su gran estandarte: Julio Vargas.
Cuando uno se apea del vehículo, a medida que se acerca a las puertas de la piscina municipal, queda profundamente impactado por la tranquilidad que se respira en este lugar. A escasos quilómetros de las concurridas playas y ciudades de la Costa Blanca, los pueblos del interior se convierten en auténticos remansos de paz donde la vida transcurre a otro ritmo. Los jardines que rodean la piscina están exquisitamente cuidados, sobre todo en verano, y ofrecen, junto a la cercanía de la montaña, un marco incomparable para la propuesta gastronómica que “Un cuiner a l’escoleta” nos ofrece. Cenar en la terraza, o comer a mediodía cuando la climatología lo permite, es una verdadera gozada.
El comedor interior es sencillo y muy luminoso, como queriéndose aprovechar de esas maravillosas vistas. El mobiliario es simple y funcional, no hay mantel sobre la mesa, y vajilla, cubertería y cristalería cumplen sobradamente con lo esperado pero sin ningún alarde de lujo ni glamur. Apostar por otro estilo más sofisticado supondría una carga extra para la gerencia que, irremediablemente, se vería reflejada en la cuenta final que abona el comensal y, estando donde estamos, ésta no sería la política más adecuada.
Menú ad-hoc para la ocasión
- Aperitivo “melón con jamón”: Se trata de una sopita de melón de textura muy líquida con unos taquitos de jamón y aliñada con aceite y cebollino. Muy refrescante.
- Pa i calentet: Un clásico en la cocina de Miquel Ruiz y de Julio Vargas, tan sencillo como genial. Se dispone una lágrima de un buen allioli casero sobre una rebanada de pan y se marca en una sartén. Bárbaro.
- Ajoblanco de almendras con frutos del mar: El ajoblanco se dispone como base del plato y, sobre éste, encontramos diferentes moluscos desprovistos de su cáscara, lógicamente: mejillones, berberechos, navajas… Excelente el punto de cocción en todos ellos. El conjunto se remata con unos brotes tiernos.
- “Clafolls” de cebolla con salazones: los “clafolls” son las lascas centrales de la cebolla que adoptan la forma de barquillo y se asan sobre las ascuas. Se rellenan con diferentes cremitas (un licuado de remolacha, una crema de salicornia, un chutney de níspero) y se coronan con daditos y rodajas de algunos de los salazones más representativos de la comarca: mojama, hueva, tonyina de sorra…
- Coca vegana de Sant Joan: Excelente la masa de la coca, esponjosa y alveolada. Sobre ella una curiosa combinación de higo, sobrasada vegana y pulpo a la brasa. Delicioso.
- “Figatell” de bonito con espuma de mostaza: El figatell es un embutido muy popular en las comarcas de La Marina y La Safor y, hasta hace relativamente poco, cuasi totalmente desconocido para el resto del mundo. Se usa un velo específico de las entrañas del cerdo que se rellena con la carne picada de éste y algunas especias y hierbas autóctonas. Se cocina a la plancha o a la brasa a modo de hamburguesa. Miquel Ruiz versionó este emblema de la cocina de la Marina sustituyendo la carne por daditos de sepia y el plato se ha consagrado como una de las creaciones más brillantes de la gastronomía valenciana reciente. Muchos cocineros han seguido ese camino y hoy en día se ofrecen figatells prácticamente de cualquier producto. El de Julio está, sin duda alguna, en un nivel superior a los del resto. Nos encantó desde el primer bocado por su intensidad, su textura y la magia que se consigue al combinarlo con la espuma de mostaza y la guindilla encurtida.
- “Rossejat” de cazón: En esta imparable progresión de menos a más, quedamos maravillados por esta elaboración, aparentemente simple, pero que aúna técnica y sabor de modo magistral. Perfecto el punto “rossejat” (palabra con difícil traducción al castellano: agarrado, resquemado sin exceso) e impresionante el fondo sápido que adquiere el fideo. El pescado, usado con generosidad, no deja de ser un secundario ante la magnificencia de la fideuà.
- Caldereta de cabrito confitado: Ya son varias las ocasiones en las que he oído confesar a Julio que, en caso de dejar la cocina, seguramente se haría pastor de cabras y ovejas. Aprovecha cualquier momento que le permite su ajetreada vida en la cocina, para salir al monte y cuidar de su propio ganado en compañía de Patricio, el pastor que se hace cargo de ellas la mayor parte del tiempo. De ahí procede el cabrito que degustamos y esa proximidad, esa cría cuidada y controlada, irremediablemente se notan en el resultado final. Jamás había probado cosa igual. Una ternura extrema, un sabor latente a monte, a naturaleza… una verdadera obra de arte.
- Petit suise de gin tónic: En un vaso se dispone, una base de yogur, un bizcochito al estilo Fabiola, como se le conoce aquí en La Marina, “emborrachado” con Licor 43, un granizado espumoso de limón, ginebra infusionada y trocitos de fruta (manzana con miel y fruta de la pasión). No fue ésta la primera vez que lo probé, pero jamás me canso de repetirlo.
- Coca de Aitana: El fondo del plato se recubre con una coca María de patata (apta para celíacos) sobre la que se dispone un crujiente a modo de galleta fina que aporta todo el dulzor al postre. Sobre éste, un helado de almendra garrapiñada y trocitos de fruta que dotan al conjunto de una frescura muy apetecible en esta estación estival.
Cocina quilómetro cero. Mucho se ha hablado estos últimos años de esta corriente. Muchísimo, quizás en exceso. En pocos lugares come en “Un cuiner a l’escoleta” he visto una apuesta tan clara por los axiomas que ello conlleva. Aquí nada de lo que llega a la cocina, absolutamente nada, proviene de lugares que se alejen más de una docena de quilómetros de Sagra. Es más, exceptuando los pescados que abastecen la despensa desde la cercana lonja de Xàbia, todo lo demás me atrevería a decir que llega del mismo municipio. El pan se hornea en el propio restaurante, las verduras provienen de las huertas cercanas, los salazones se elaboran en la comarca, etc. Y la carne, el cordero y el cabrito, son el máximo exponente de esa apuesta por cuidar todo el proceso de producción de principio a fin.
Se dice de algunos vinos que nos hablan por sí solos del terruño. La cocina de Julio, de modo similar, nos habla de esta tierra, de sus productos y sus sabores, de platos ancestrales pero con una justa y acertadísima revisión para adaptarlos a la época que nos ha tocado vivir. Alejado de posturas radicales, de la verborrea mediática de otros cocineros, desde la discreción y el trabajo concienzudo, Julio Vargas y su “Un cuiner a l’escoleta” se merecen unos de los puestos más altos en el escalafón de los cocineros que han apostado por la cocina de proximidad y por la actualización del recetario tradicional valenciano. Bravo.
Podéis leer el post ilustrado con imágenes en: https://www.vinowine.es/restaurantes/un-cuiner-a-la-escoleta-autentica-cocina-de-proximidad.html
Un fin de semana de relax en un coqueto hotel rural de Alcalalí me pareció la oportunidad estupenda para acercarnos a Sagra y a este restaurante que ya había despertado mi curiosidad por lo que había leído y por el anterior comentario de Antoni Alicante, perfecto embajador gastronómico de la Marina Alta, como le definía otro forero.
El restaurante está ubicado en las instalaciones de la piscina municipal de Sagra, un pueblecito de la Marina Alta que cuenta con una población de 450 habitantes. La tranquilidad que se respira en el pueblo se traslada a la terraza del restaurante, rodeada de un césped impecable que le proporciona una agradable frescor, ideal en las calurosas noches veraniegas. Ni que decir tiene que el restaurante se había trasladado por entero a la terraza.
Llegamos muy pronto, lo cual todavía nos proporcionaba mayor sensación de tranquilidad y bienestar. No disponen de carta y algunos de los platos y tapas están escritos en una pizarra, pero sólo algunos ya que no están todos lo que son. Al no tener carta, ni la pizarra actualizada, te cantan los platos. El problema de este sistema es que cuando hay bastantes platos tienes que tener bastante capacidad de retención o pedir que te lo repitan más de una vez, algo que también me incomoda. Me acaba generando estrés saber que el camarero está esperando tu decisión y tú todavía estás procesando la mitad de lo cantado. El resultado es que al final tuve la sensación no haber acertado en la elección de los platos por no disponer de una carta donde tranquilamente poder detenerme y entretenerme para elegir.
Para empezar nos preguntaron si nos apetecía tomar unas clóchinas y empezamos con una generosa ración. Estaban cocinadas al vapor y con apio, nunca las había probado así y en este caso he de decir que prefiero las recetas tradicionales ya que tampoco es que sea una gran fan del apio.
Seguimos con unos boquerones en tempura, rebozado crujiente y delicado, una delicia.
El siguiente plato fue bonito con espuma de berenjena. El bonito se deshacía de fresco, muy poco hecho, como a mi me gusta, y dispuesto sobre una base que era como un caviar de berenjena y su espuma, todo ello con el punto ahumado de la brasa, lo mejor de la noche.
Continuamos con un pastel de pimiento rojo, morcilla y provolone. No estaba mal pero a mí no me entusiasmó, tal vez porque el queso fundido tampoco es muy de mi agrado. Lo que me sorprendió fue la morcilla, creo que la mejor que he probado nunca. Me pareció percibir como un gusto a menta. Le pedí a la camarera que preguntase en cocina dónde la compraban pero con el restaurante ya a tope, el encargo se le olvidó y a mi también.
Pedimos un postre cada uno pero ni el uno ni el otro me parecieron interesantes, de hecho sólo tengo un vago recuerdo.
La carta de vinos con bastantes referencias de la zona. Pedimos una botella de cava, Adernats Brut Nature, servido en unas correctas copas de flauta.
La conclusión es que me parece un sitio, que si lo tienes cerca, es de repetir y repetir probando las diferentes y apetitosas propuestas. De hecho la mayor parte de la clientela parecía gente de la zona. Yo, por el motivo que ya he contado, al final tuve la sensación de que en su oferta había platos muy interesantes, pero la presión de tener que elegir en esas condiciones los dejó fuera de carta.
Además me encantan estos descubrimientos, aunque ya iba siguiendo un rastro, de encontrarte en el restaurante de la piscina municipal de un pueblo minúsculo a un cocinero con ilusión, que ofrece una cocina más que digna, en un ambiente relajado e informal.
Cenar en verano aquí es un auténtico placer. El entorno en el que se enmarca el restaurante, la piscina municipal de Sagra, tiene cierto encanto: zona ajardinada, luz tenue… Además, el hecho de estar ubicado a cierta altura respecto a quienes subimos “del llano” permite cenar más fresquitos un gran número de noches en el tórrido verano alicantino. Allá que nos dirigimos, pues, un grupo de 10 amigos con ganas de juntarnos todos y de disfrutar, además de la buena compañía, la propuesta gastronómica de Julio Vargas (una vez más).
El hecho de estar hoy más pendiente de la conversación y de los amigos que de la comanda, unido al tiempo transcurrido, hace que no recuerdo algunos de los detalles de los platos. Intentaré relatar lo más fidedignamente lo comido y bebido aquella noche. Pedimos todo al centro de la mesa y eligiendo entre las propuestas que nos “canta” la persona encargada de tomar la comanda. Ignoro si existe carta escrita.
- Pan con allioli gratinado al horno: Se trata de un aperitivo sencillísimo pero muy rico cuyo éxito radica en el excelente allioli casero con el que se unta el pan.
- Ensalada de brandada de bacalao: Mézclum de lechugas y brotes de cierta calidad, torta crujiente muy fina y “lágrimas” de una brandada en textura más líquida de lo habitual que permite la fusión con las hierbas.
- Ensalada de capellà: Misma base que la anterior y porciones generosas de este pescado. Se trata de la bacaladilla preparada en salazón y seca. Es un producto típico de la comarca que se consumía en cantidad, dado el precio económico de este pescado.
- Croquetas caseras de jamón: Deliciosas. De esas que se merecerían las alabanzas de Alberto Chicote en “Pesadilla en la cocina”: Tamaño considerable, textura perfecta (crujientes por fuera y cremosas en el corazón) y de sabor intenso y a la vez delicado. Muy buenas, de verdad.
- Bocadillo de calamares: Presentación muy original en el que el pan es sustituido por un calamar de gran tamaño preparado a la plancha (o parrilla, tengo mis dudas) y el “relleno” son patitas de calamares rebozadas y fritas. Aspecto vistoso y sabor conseguido.
- Pulpo a la brasa sobre meloso de patata: Plato muy recurrido últimamente pero que siempre resulta exitoso si se combina el buen producto con un puré de sabor acertado y textura adecuada. En este caso se daban todos los requisitos.
- Lomos de salmonete sobre verduras: Ciertamente me duele no poder especificar más sobre los ingredientes secundarios. No los recuerdo, lo siento. Sí tengo bien presente la frescura de los lomitos y lo generoso de la ración. Muy buen plato.
- Cordero asado con couscous: Combinación acertadísima con una carne cocinada de manera excelente y una sémola sueltecilla que evita la ingesta abusiva de pan.
- Postres variados al centro de la mesa: Algo saciado de comida (había tenido celebración familiar a mediodía) y entregado completamente a la conversación y al disfrute de los amigos con quienes hace tiempo que no me reunía, siento nuevamente no poder dar detalles sobre los mismos. Mis acompañantes comentaron que estaban muy ricos.
En el apartado de bebidas tomamos abundante cerveza y tres botellas de vino: Boca Sauvignon blanc, un coupage interesante de varietalis atlánticas (godello, albariño) cuyo nombre no recuerdo y un Enrique Mendoza Pinot Noir con el cordero. Varias aguas, cafés y licores y algún combinado para terminar.
En resumen: una propuesta muy interesante (no hay que obviar que Julio estuvo trabajando al lado de Miquel Ruiz que lo está “rompiendo” en Denia – hoy mismo me han dado mesa para el 29 de noviembre allí), un servicio atento y diligente, un entorno agradable y una RCP muy buena.
Noche de futbol pero yo, futbolero de siempre aunque no precisamente de ninguno de los finalistas, me sineto un poco saturado ya a estas alturas de temporada y me declino por no verlo. Mejor salir a cenar. Tenía ganas de volver a este sitio pero los posibles controles de la benemérita siempre nos echan para atrás. Hoy no pensamos beber mucho y marchamos para allá.
Como se comenta, se trata del típco bar/restaurante de la piscina municipal, situ en las viejas escuelas. Por tanto, no esperen un salón acogedor ni elegante. Más que un salón, podríamos hablar de un espacio con mesas, luminoso, limpio, bien climatizado, eso sí. No se usa mantelería y, en esta ocasión, un limón decora todas y cada una de las mesas.
No existe la carta. Nos cantan los platos (sin ver precios: a mi no me importa; a otras personas tal vez sí. Eso sí, al llegar a las carnes sí que se comunica el precio) y nos sugieren que lo mejor es compartir todo, incluso las carnes. Hemos pedido:
- Pan horneado con allioli casero suave: la exquisita sencillez (o una sencilla exquisitez).
- Clòtxines al vapor: El mejillón típico valenciano, de pequeño tamaño, pero de intenso sabor. Muy frescas. Salsa con un puntito de... comino? hinojo?
- Ensalada de brandada de bacalao: ración grande de mezclum de brotes y lechugas entre dos obleas finísimas y crujientes (paralelismos con Miquel Ruiz) y lágrimas de una brandada riquísima. Plato simple donde los haya pero de resultado plenamente satisfactorio.
- Pulpo a la brasa con espuma de patatas: El pulpo se sirve ya cortado a diferencia de la mayoría de locales "chic" donde es moda presentar la pata entera. Sabroso, un pelín pasado, pero rico. La patata en textura intermedia entre el puré y la espuma. Una crema, podríamos decir.
- Solomillo de ternera: Cortado en forma de círculo quasi perfecto, sobre un lecho de patatas y con un punto acertado a nuestra petición.
- Postre de manzana: especie de crepe enrollado con crema pastelera, daditos de manzana y helado. Nuevamente, cierta similitud a la tarta de manzana del compañero de Julio, Miquel Ruiz.
Hemos tomado Dominio de Tares Cepas viejas. La carta de vinos se ha ampliado respecto a mis visitas anteriores. Todo un gustazo para mí. Espero que mantengan la apuesta. Copas dignas, temperatura de salida correcta, dan a probar y dejan la botella en la mesa...
También hemos tomado una caña, agua y cafés. La RCP a mediodía, con su oferta de menú, es todavía mejor, excelente. Por las noches, el tiquet sube un poco más. Muy aconsejable la terraza en verano.
El cocinero se llama Julio Vargas y fuè compañero de Miquel Ruiz en La Seu,cuando este rte. tuvo una estrella Michelin.
Ahora, a los dos les ha dado por cocinar en sitios màs distendidos,pero sin disminuir su buen hacer.
Vargas se ha puesto a cocinar en el bar del polideportivo de Sagra,que es un pueblecito que està a unos kms. de Ondara.El y su hermana ejerciendo en las mesas,logran que a los que nos gusta comer,les quedemos reconocidos.
Cocina de la zona,realizada con tecnica,pero sin pomposidades;sencilla.
"arros de carn"-se nota que es de Vergel-,perfecto de sabor y cocciòn.Cordero relleno de cus-cus,rotundo.
Como entradas ensalada de "herbes" de la zona con brandada de bacalao y minxos de musola.de postres,crujiente de melocoton con helado de turron y "melò d'Alger" helado con sorbete de hierbas y frutos secos.Vino Enrique Mendoza "pinot noir"-2008 a precio imbatible.
El menù de cordero a 17 euros y el de arroz a 9.5 euros.
Que grato es conocer sitios asì !!!
Hubo un tiempo en el que este restaurante tuvo un comentario aquí en Verema. Después desapareció y, con ello, me olvidé de él (ciertamente aquel comentario invitaba a visitarlo). Hasta que el otro día unos conocidos me volvieron a hablar del lugar y decidí probar. La experiencia mereció la pena.
El establecimientos e ubica en el restaurante de la piscina municipal. Por el nombre, todo indica que, anteriormente, fue el pequeño colegio del pueblo (Sagra puede tener 300 habitantes aprox., no sé). Cenamos el pasado viernes en la terraza. Dentro no era posible pues las mesas de la terraza parece que son las mismas del salón de dentro que se sacan en las noches estivales. Mobiliario práctico, cómodo y funcional. Mesa sin mantel. Sólo salvamanteles. Ocupamos la única mesa que quedaba libre pues la terraza estaba totalmente llena. Había varias mesas grandes, pero dejan una buena distancia entre unas y otras y no llegan a molestar.
No existe carta. La "encargada" (no me gusta llamarla así, pero tampoco podemos decir "jefa de sala") nos explica 6 o 7 preparaciones como entrantes y nos dice que al final se puede compartir un segundo "un entrecot, por ejemplo". Decidimos tomar todo entradas al centro y compartirlas:
- Pan con all-i-oli gratinado: creación de Miquel Ruiz, si no me equivoco. Al menos yo lo probé en La Seu.
- Ensalada con brandada de bacalao: La presentación y "la filosofía" del plato me recuerdan de nuevo a Miquel. Esa misma noche, en otro local de copas, me informan que "el cuiner de l'escoleta" estuvo con Miquel y se confirman todas mis suposiciones. La esnsalada espectacular: los brotes, los tomates (cumato) y la brandada estilo salsa con un punto de "viscosidad" y sabor muy acertado. Me encantó.
- Terrina de verdures amb mussola: Un corte perfecto de molde con tomate, verduras asadas (estilo espencat valencià o escalivada) y unos tacos de mussola seca a la brasa (cazón, creo que se traduce) tal como se prepara aquí en la Marina el capellà (bacaladilla). La mussola queda mucho más tierna y con un sabor más suave.
- Minxos de peix: las típicas cocas de maiz de la comarca con verduras y cachitos de pescado "rebozado". Muy rico también.
- Pulpo a la brasa con espuma de patatas: Pues eso, sin más, pero buenísimo. La espuma, EMHO, puede que esté emplatada con sifón por su textura espumosa, pero un sabor tan contundente como el de las patatas del pulpo a feira.
- Semifrio de Sandia: Un gran cubo de sandia muy, pero que muy dulce con helado, frutas de la pasión, pipas... Muy apropiado para el verano.
En general todo de gran nivel y unas raciones muy abundantes. Con estas 5 preparaciones quedamos saciados.
La carta de vinos es escueta en demasia: predominan los vinos valencianos (6 o 7) y solo hay un Rioja, un Ribera... Los precios de aquellas referencias más conocidas, eso sí, son más que razonable. Tomamos un Biologia servido a buena temperatura (teniendo en cuenta que estamos en agosto). Sugeriría aumentar alguna referencia más e incluir algunos vinos de gama un poco superior aunque sean de los más conocidos (Santa Rosa, Capellanes, LAN...). Este tipo de comida y esta cocina de cierto nivel así lo exigen, EMHO.
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