Un fin de semana de relax en un coqueto hotel rural de Alcalalí me pareció la oportunidad estupenda para acercarnos a Sagra y a este restaurante que ya había despertado mi curiosidad por lo que había leído y por el anterior comentario de Antoni Alicante, perfecto embajador gastronómico de la Marina Alta, como le definía otro forero.
El restaurante está ubicado en las instalaciones de la piscina municipal de Sagra, un pueblecito de la Marina Alta que cuenta con una población de 450 habitantes. La tranquilidad que se respira en el pueblo se traslada a la terraza del restaurante, rodeada de un césped impecable que le proporciona una agradable frescor, ideal en las calurosas noches veraniegas. Ni que decir tiene que el restaurante se había trasladado por entero a la terraza.
Llegamos muy pronto, lo cual todavía nos proporcionaba mayor sensación de tranquilidad y bienestar. No disponen de carta y algunos de los platos y tapas están escritos en una pizarra, pero sólo algunos ya que no están todos lo que son. Al no tener carta, ni la pizarra actualizada, te cantan los platos. El problema de este sistema es que cuando hay bastantes platos tienes que tener bastante capacidad de retención o pedir que te lo repitan más de una vez, algo que también me incomoda. Me acaba generando estrés saber que el camarero está esperando tu decisión y tú todavía estás procesando la mitad de lo cantado. El resultado es que al final tuve la sensación no haber acertado en la elección de los platos por no disponer de una carta donde tranquilamente poder detenerme y entretenerme para elegir.
Para empezar nos preguntaron si nos apetecía tomar unas clóchinas y empezamos con una generosa ración. Estaban cocinadas al vapor y con apio, nunca las había probado así y en este caso he de decir que prefiero las recetas tradicionales ya que tampoco es que sea una gran fan del apio.
Seguimos con unos boquerones en tempura, rebozado crujiente y delicado, una delicia.
El siguiente plato fue bonito con espuma de berenjena. El bonito se deshacía de fresco, muy poco hecho, como a mi me gusta, y dispuesto sobre una base que era como un caviar de berenjena y su espuma, todo ello con el punto ahumado de la brasa, lo mejor de la noche.
Continuamos con un pastel de pimiento rojo, morcilla y provolone. No estaba mal pero a mí no me entusiasmó, tal vez porque el queso fundido tampoco es muy de mi agrado. Lo que me sorprendió fue la morcilla, creo que la mejor que he probado nunca. Me pareció percibir como un gusto a menta. Le pedí a la camarera que preguntase en cocina dónde la compraban pero con el restaurante ya a tope, el encargo se le olvidó y a mi también.
Pedimos un postre cada uno pero ni el uno ni el otro me parecieron interesantes, de hecho sólo tengo un vago recuerdo.
La carta de vinos con bastantes referencias de la zona. Pedimos una botella de cava, Adernats Brut Nature, servido en unas correctas copas de flauta.
La conclusión es que me parece un sitio, que si lo tienes cerca, es de repetir y repetir probando las diferentes y apetitosas propuestas. De hecho la mayor parte de la clientela parecía gente de la zona. Yo, por el motivo que ya he contado, al final tuve la sensación de que en su oferta había platos muy interesantes, pero la presión de tener que elegir en esas condiciones los dejó fuera de carta.
Además me encantan estos descubrimientos, aunque ya iba siguiendo un rastro, de encontrarte en el restaurante de la piscina municipal de un pueblo minúsculo a un cocinero con ilusión, que ofrece una cocina más que digna, en un ambiente relajado e informal.