Al menos queda el mercado central. No obstante, ¡qué barbaridad! Tenemos la

Al menos queda el mercado central. No obstante, ¡qué barbaridad! Tenemos la fortuna de tener el mar y las huertas que tenemos. Presumimos de la cocina española, presumimos de productos y productores, presumimos de vinos y panes; de aceites, de carnes, de pescados, de platos... Nos damos golpes en el pecho y nos batimos en duelo a segunda sangre con quien ose hacer apreciación alguna sobre nuestra cocina...

... no cocinamos. No vamos al mercado. Las cocinas colectivas se han vendido al mejor postor que da comidas de mierda al menor precio. Geriátricos y niños, los eslabones más débiles y que más habrían de cuidarse.

Cedemos el terreno de cultivo para que sea recalificable como urbano. En aras de la modernidad, del futuro... de la nada. No lo son.

A la hora de la verdad, y la verdad está en nuestro diario vivir, nos vendemos al mejor postor. Comida rápida que no tengo tiempo, supermercado que no tengo tiempo. Todo facilito que esque-esque-esque-esque. La vida edificada sobre un castillo de naipes; cascada de excusas.

Cada barrio debe tener una panadería, una pescadería, una carnicería. ¡O varias! Tantas como sean necesarias en cada barrio. Productos frescos. Productos que vengan de lugares lo más cercanos posibles y a precios justos para todos.

Los alimentos frescos no pueden ser una rareza, una commodity, un capricho. La alimentación, con productos frescos, es un derecho.

Saludos,

Jose