Estoy al 100% con lo que dices Jesús. En mi caso, parto de una base: yo hubo

Estoy al 100% con lo que dices Jesús.

En mi caso, parto de una base: yo hubo un momento que odie la garnacha por un concreto vino aragonés -cuyo nombre no diré y que, a mi juicio, sacan siempre verde- que tenía que toomarme, sí o sí, en determinadas reuniones y eventos. Pero pronto la cosa cambió.

Así la aparición de vinos como el Veratón, Alto Moncayo, Secastilla o similares me hicieron cambiar de opinión. Ciero que son vinos potentes, muy extraídos (de color y sabor) llegando a su culmen con el Aquilón. Más fino y elegante el Fagus, que, a mi juicio, se queda casi a medio camino entre las garnachas antes citadas y las madrileñas.

De ahí a la aparición de las madrileñas, más livianas, menos extraidas, frescas, En la línea de las del Rodano sur e igualmente agradables pero con un registro totalmente distinto, hasta el punto de que, en ocasiones, algunas de las madrileñas me han recordado -y no poco- apuntes de pinot noir.

Partiendo de lo anterior, creo -al menos ese es mi caso- que la opción por una u otra viene determinado por dos factores claves: maridaje y precio.

Comenzando por este último, creo que en ambos ambitos geográficos (Aragón/Madrid) se puede conseguir muy buenas cosas en el entorno de los 20 e/30 e -e incluso menos-. Pero es cierto que mientras que las aragonesas no se disparan a partir de ahí -con la excepción del Aquilón-, existiendo algunas con una RCP acojonante (aldeya garnacha -mi vino tipo cuando como de menú-), unas cuantas de las madrileñas (voy a meter también las de la zona de Ávila) sí, llegando a precios ciertamente importantes, cosa lógica debido a la limitada producción de los mismos. Ahora bien, esto se soluciona con bolsillo y no plantea mayor problema que éste (que, de por sí, ya lo es).

Más interesante me parece el tema del maridaje (extrapolable incluso al período del año en que se toman). Me explico.

Dado el carácter fresco y más ligero de las de Madrid, creo que son vinos muy adecuados para la primavera/verano y las fechas de septiembre/octubre, acompañando comidas propias de esas épocas. Por ejemplo, un buen pisto o una empanada de lo que quieras creo que es genial para este tipo de vinos. Frente a ello en platos de la época en que nos movemos (cucharas potentes y similares) creo que estos vinos no le van. De hecho el otro día me tomé un guisote con un Tumba del Rey moro y el vino se me quedo corto. Como es ilógico, asimismo, meterte un aquilón en verano con un gazpacho o con un asado (de ahí, a la cama a dormir).

En definitiva, como bien dices, cada una tiene su publico -yo me sumo a los dos-, pero también, creo, su momento y su combinaciones gastronómicas, que es, al final, en donde se encuentra el disfrute pleno en la mesa.

Cuestión distinta ya -puestos a escribir, para qué parar- es el tema de los coupages con otras uvas. Aquí los catalanes son los maestros, tanto que son los únicos que me hacen probar, con inmenso deleite, una de las uvas que menos me gusta: la syrah, consiguiendo unos vinos de una calidad impresionante. De hecho, en su día recopilé 12 garnachas catalanas de alta gama del 2009 y me estoy haciendo este año una horizontal de ese año bebiéndome uno cada tres semanas -Dofí muy bueno y un fantástico Mogador-, ahora le toca a L'Obac-.

Y concluyo: cierto es, como se ha dicho, que en cataluña los monovarietales de garnacha son excepción. Pero no puedo acabar citando una que, a mi juicio, es, sencillamente, el mejor vino monovarietal de garnacha que se hace en España: Les Manyes. Cara sí, mucho, pero cuando lo pruebas ya las demás garnachas no te saben igual :-)

Un abrazo.