Hoy, muy para mi más profunda depresión (es que me bajan mucho la moral días

Hoy, muy para mi más profunda depresión (es que me bajan mucho la moral días así) se cumplen 37 años de mi llegada a este mundo.

Anoche, para ";celebrar"; este acontecimiento (que si por mí fuera todos lso años debiera pasar completamente advertido) Josie hizo reservaciones en Veritas para cenar.

Veritas es uno de esos prodigiosos restaurantes que frecuento en Manhattan donde la lista de vinos es un volumen del grueso de un Quijote o una Moby-Dick. El chef, Scott Bryan, es un verdadero artista. El servicio es esmerado y el ambiente dicreto y chic, como a mí me gusta (mi pareja me conoce muy bien) Siempre que he ido he salido muy, muy satisfecho.

Pues ante la monumental lista gravité instantáneamente hacia lo que suelo beber en mi cumpleaños, o borgoña grand cru o rioja del de verdad (ambas categorías de vino so ideales para paliar cualquier depresión). Estaba considerando selecciones de Drouhin-Laroze, Mugneret, Bertágna, Jayer-Gilles, etc. (todas demasiado jóvenes), un Marqués de Riscal 1936 o un muy atractivo Paternina Gran Reserva 1928 (que por $750 la botella, en un rapto de locura, no hubiese estado nada mal). Pero de repente pensé, al ver la palabra ";barolo"; en la descripción de la carne que iba a pedir de plato fuerte, que precisamente por barolo debía decantarme, para romper con mis propias tradiciones.

Y pedí el F.lli Brovia, Barolo ";Rocche"; 1982, tras una breve consulta conYoshi, el amable y enteradísimo sommelier del restaurante. Tenían el 90 también en carta, y quizás hubiese sido un vino más directo, goloso y amigale en plan 97, pero el 82, una añada piamontesa muy clásica, me llamaba.

El vino fue decantado y durante tres horas que duró la cena, estuvo desplegando una infinidad de sutilezas. Comenzó con sándalo, cuero viejo y hojarasca. Luego se sacó de la manga una ";uvosidad"; de lo más juvenil. Luego se puso serio y los aromas pasaron a ser cárnicos y térreos, con algo de plomo derretido y un intrigante aspecto de cera de abeja. Luego daba frambuesa negra, ciruela, lavanda, tierra, pintalabios caro (del que usaban novias mías con quienes nunca me hubiese casado, por más que las adorara) y algo de laurel.

Estaba este barolo aún sumamente primario e impenetrable, la verdad, pero el infanticidio sirvió de mucho al hacerme reflexionar sobre la cantidad de tiempo que he perdido. Mi resolución desde ahora es buscar más de esos barolos tradicionales, tan infinitamente complejos, estructurados y longevos. Su belleza es elegante, seria, austera en comparación con lo que se concibe hoy como un ";gran vino";. Tiene mucho que decir y, ocmo exquisita ciratura, hace lo que debe hacer, susurrándotelo al oido.

Aunque me esté sintiendo viejo, la vida puede ser muy bella. Si uno la deja...

M.