La primera vez que probé un vino de Luis Pato fue en 2003 en Quinta das Lágrimas, una botella bastante cara para mí en aquel entonces. Recuerdo que me dejé aconsejar por el sumiller, quien lo decantó muy despacio con una vela encendida como acompañamiento. Una parsimonia que me dejó boquiabierto en mi Pleistoceno Vinícola. Y tengo que reconocer que no me gustó mucho, que me pareció complicadísimo de entender, con esos toques animales, especiados, terrosos y tánicos tan pronunciados. Pero, como los gustos cambian y nos vamos volviendo más “masocas” le he ido siguiendo la pista y bebo diferentes cuvées de vez en cuando, constatando, en primer lugar lo rico que está, pero sobre todo lo alejado que se encuentra de ser un tinto globalizado: balsámico, oxidativo, con toques cárnicos, a hierro y a sangre, aguanta el aire como un campeón y cuanto más grande sea la copa, más arriba se viene, astringente, fluido, con una gran acidez, algo alcohólico, mineral… Muy bueno.