Una de las primeras cosas que me enseñaron cuando comencé con el tema de los

Una de las primeras cosas que me enseñaron cuando comencé con el tema de los vinos antiguos es el acusado descenso que se produce, en la calidad de este tipo de vinos, a partir de 1970 y que no se remedia hasta mediados de los 90.

En ese cuarto de siglo, y dejando a salvo las añadas del 73, 81 y 82, se produce, para mal, un auténtico terremoto que hoy, cinco décadas después, vengo comprobando, una y otra vez, cuando uno se acerca a vinos de esta época, incluso en añadas, como la 75 o la 78, que teóricamente eran muy buenas.

En el vino que se adjunta quizá no se nota tanto como en otras bodegas -que tiraron por la senda de las grandes tiradas y cuyos nombre no mencionaremos-, pero no cabe comparar este, no ya con su homónino del 28, sino con el 58/59 o 64, e incluso el 70. Evidentemente, habrá quien no piense así, pero las sensaciones que viví no fueron otras que a poco que subía la temperatura -es un gran reserva, no lo olvidemos- el vino languidecía, adquiriendo algo de alegría y vitalidad si la misma retornaba a los 14º. Y la botella, desde luego, no fue, pues estaba impecable.

No es que no se pudiera beber, que la botella se acabó íntegramente. Es que, pese a un descorche inicial prometedor, faltó lo que nunca puede faltar en este tipo de vinos: la emoción. El resto lo hizo el recuerdo de sus hermanos mayores.