Tengo la noche "tonta".
Busco algo para abrir en la bodega y, como no me decido, husmeo en un estante de esos que uno olvida por el desinterés que le provoca lo que hay en él, y me fijo en este Saint-Émilion Gran Cru. Me sorprende verlo ahí. ¿Lo he puesto yo?... ¿Quién si no?. Me pregunto de dónde habrá salido, intento recordar, pero no, no tengo referencias de él, y un poco con desgana (confieso que mis experiencias con tintos franceses por lo general no han sido muy satisfactorias) y otro con curiosidad, me decido a abrirla. Imagino que es nada del "otro jueves" porque en caso contrario recordaría su procedencia.
Al ir a descorcharlo veo negro, negro el tapón por su parte superior. Una vez abierto compruebo con alegría que, entre la zona superior ennegrecida y la inferior, con la mancha de vino muy avanzada, queda una mínima franjita incólume, limpia, no afectada por el paso del tiempo.
En la copa observo un bonito rubí con menisco ligeramente asalmonado (¡buena señal!) de capa media.
No lo decanto, y en nariz el primer golpe me devuelve al pesimismo, pues lo dan los aromas de reducción. Uy, uy , uy... Agito la copa y poco a poco la reducción va tornándose en bosque umbrío, trufa... Ya encuentro por ahí un tapenade muy intereante.... ¿Y esa flor? ¡Violeta!. El tabaco rubio perfumando el ambiente, ese cuero inglés... Emerge por fin la fruta, pero en forma de licor, de licor de guindas. Y la vainilla siempre ahí, ¿de fondo? ¿o de superficie?. En todo caso, omnipresente la vainilla.
No me canso de nariz. Agitar, nariz, agitar, nariz.
Me cuesta llevármelo a la boca. Me decido... y mis papilas se ven inundadas por algo suave, pulido, aterciopelado, en fin todos esos sinónimos que usamos para definir esa extraordinaria sensación táctil… Qué elegancia. Al paso, sutil, lento, delgado… deja notas vegetales, quizás pimiento confitado, alguna tímida cerecilla y una ponderada acidez. Sale con educación, pero con parsimonia.
Me quedo una ratín disfrutando de su ausencia y me vienen a la cabeza palabras como armonía, equilibrio, sosiego, madurez...
Termino la botella con un queso extraordinaro, un lingote cremoso de cabra de Guadarrama, La Cabezuela. ¡Qué buena pareja y qué dolor cuando murieron!
Decido buscar en internet dónde comprar alguna botellita más de esta maravilla de vino y cuál es mi sorpresa al descubrir que su precio supera holgadamente lo que yo estimaba, sorpresa que, por otro lado me llena de fatuo orgullo y pienso: "Claro, si es que tal como estaba este vino no podía ser de otra manera..."
¿Pero de dónde ha salido? ¿Pero qué alma generosa me habrá regalado esta joyita? Porque yo, desde luego no he pagado eso por él, lo recordaría. ¿Algún lote sorpresa de Verema años ha…? ¿O quizás algún viaje a Andorra cuando este Chateau Belair era un imberbe y coincidió con algún tendero que estaba de buen humor?
Me empieza a gustar la versión rubí de Francia...
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