De las cuatro añadas catadas (2006, 2002, 1998 y 1995) este fue el vino que más me gustó. Tal vez por esa nariz sutil y delicada, a la que le costó algo abrirse pero que, cuando lo hizo, dio unos matices muy ricos. Es de esas narices tan sumamente integradas que es difícil reconocer aromas por separado, pero lo cierto es que huele a lo que tienen que oler los ángeles. Es una mezcla de bizcocho almibarado, notas de membrillo, de naranja amarga, de corteza de mandarina confitada, miel y azúcar glass.
En boca es sedoso, es amplio, denso, con cuerpo, dulzor exquisito y una acidez excelente que vertebra el conjunto y le da estructura, frescura y sentido.
Una verdadera maravilla. El único que puntué en la cata.
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