Evocador de sensaciones, de recuerdos nostálgicos, de paisajes volcánicos con el mar rompiendo con fuerza, de un cigarro disfrutado con la brisa en la cara, del sol que castiga y cuida la vid. Su mayor virtud en la corta cata que hice es la mezcla en el paladar de su malvasía con la madera, un alcohol que se nota desde el principio hasta un poco después de tragar, pero que no hace daño, gusta y prepara el cuerpo para el siguiente trago, un bocado dulce y borracho. No es un dulce de los que te cansas de beberlo, es un dulce diferente a todos, los habrá claro que no lo entienden, y más con el precio que tiene, pero es un señor vino. Y además es el mejor amigo de los buenos cigarros palmeros.
Para curiosos, apasionados de cualquier buen vino: un vino para llevar a una montaña soleada después de un largo ascenso y brindar con los amigos. La Malvasía.

Estoy a vueltas con él. Interminable, Ya más medido y fajado pero con una prestancia larga que acompaña muy bien la tarde...
Fabuloso, apabullante, caótico de belleza y una nariz dulce, punzante, eléctrica, con ese alcohol perfumando, hiriendo los nervios, dulcemente deshaciendose en la boca, con el ácido clavado como un recuerdo todo el recorrido y los toques de cedro, maderas, puros, tabaco y humo, especias negras, esa acidez en los labios, esa pureza de paso, concentración, cáscara de nuez moscada, ahumados, finos tostados, hinojo y matorral, es rítmico y con ese final de atisbos del paso breve por madera y el toque final de tal vez pomelo o piña. Un anclaje en boca de pasas e higos, el gusto malvasía, graso y excitante. Todo en equilibrio, largo, pensativo, goloso y pleno de brandy borracho y calidez, es para estar allí otra vez