Vino de nombre tan pomposo como enorme es el vino en sí mismo. Dorado brillante. Nariz espectacular, de miel, cera de abeja, ajonjolí tostado, hierba fresca; aireado presenta una cremosidad inolvidable, y la madera se expresa con dulces notas de vainilla en perfecta armonía con acentos intensos de flores, lácticos y miel. En boca es esbelto y sensual, con un ensamblaje bárbaro entre pera, guayaba y flores. Pero lo mejor es su terminado eterno de miel, néctar floral y membrillo.
Un tremendo vino, seductor, un gran logro de la enología mexicana que no sé definir como maestría o como magia.
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