Muy, pero que muy peculiar

Dorado cobrizo. Anublado. Limpio y con una ligera turbiedad.

Tras un comienzo tímido, comienza a dar señales de vida. Aún así, es un vino muy mesurado en esta fase: delicadeza, contención y templanza aromática. Cítricos maduros, manzana reineta, higos secos, membrillo, canela, flores marchitas, pintalabios, pólvora y piedras al sol.

No tan solo influenciados por su color, sino además por su carácter oxidativo, por su inconfundible huella biológica y también por su escaso grado alcohólico, 11.5, la boca nos recuerda a los vinos naranjas del Friuli. Buena acidez. Notas a sidra, a fruta escarchada (melocotón y ciruelas), a especias dulces y a carmín.

Final muy perfumado, de intensidad media.

Si me preguntaran sobre cuál me parece la zona vinícola más desconcertante, probablemente diría que Sicilia. Parece mentira que en las faldas del Etna se puedan elaborar esos tintos tan frescos, sutiles y profundos o que ya casi en la zona más pegada a África, donde más azota el calor, encontremos blancos tan femeninos.

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