Dorado, limpio, brillante y con grasa.
Al principio unas marcadas notas cremosas lo invaden todo. Tenemos que darle mucho aire para que aparezcan otros matices que tímidamente van desfilando: uva blanca, dulce de membrillo, melocotón, manzana asada, canela y madera húmeda. En esta fase el toque mineral no es muy pronunciado.
En boca, los lácteos son los claros protagonistas. Nata montada, mantequilla, brioche... El paso es barroco y ancho, con una madera presente y una acidez integrada. Afortunadamente el alcohol no hace casi acto de presencia.
Final largo que deja recuerdos similares a los ya mencionados.
Un Albariño atípico, después de la fermentación alcohólica, se cría 30 meses en depósito de los que 7 los pasa sobre lías con sucesivos bâtonnages. Pese a su innegable calidad, nos lo hemos bebido demasiado joven, sin duda deberá afinarse aún más.
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