Harto de Lavinia

Mi paciencia se agotó con Lavinia. Ya se que por aquí algunos han alcanzado el privilegio de ser tratados de maravilla en dicha tienda, pero yo, al parecer, no soy lo suficientemente chic para comprar en dicho establecimiento sin sentirse maltratado. Como cliente, hasta ahora, la cosa había oscilado entre la indiferencia y la displicencia, siempre con la sensación de que los dependientes te estaban haciendo un enorme favor vendiéndote sus por otra parte estupendos vinos. Llevaba el asunto con resignación hasta el pasado viernes. Ya se acabó. Paso a relatar los hechos.

Allá por Abril de este año, en Lavinia-Barcelona, fui a comprar unas copas y, si no recuerdo mal, una botella de la manzanilla de Gaspar Florido que, por cierto, no estaba en la mejor de las condiciones. A la hora de pagar exhibí mi tarjeta de socio y me comentaron que me la tenían que cambiar, a lo cual accedí dándoles mi nueva dirección barceloní. No se quien es el culpable, pero lo cierto es que nunca llegó la tarjeta. Curioso, porque a mi ex-domicilio madrileño sigue llegando la propaganda de Lavinia…

La cosa se iba solucionando hasta la fecha con la presentación de mi DNI, y los dependientes comprobaban que mi existencia como socio era real. Todas las veces, a lo largo de sucesivas compras en Madrid y Barcelona, les conté mi triste historia, y nadie tuvo los reflejos de ofrecerme una solución. El último episodio kafkiano tuvo lugar el pasado viernes en Madrid, cuando iba a comprar unas botellas para unos queridos amigos y una dependienta me monta la escenita de que ahora no vale el DNI (documento que recuerdo vale para la policía e incluso para cruzar fronteras). Todo ello sin una disculpa, sin ofrecerme una solución, y con un tono más propio de negociado del DNI de los años 60 que de una tienda. Decido al rato pedir la hoja de reclamación. Ahí, uno de los dependientes, de manera bastante más educada y sensata me dice que no debieramos llegar a ese punto. En cuanto a lo del DNI me aclara que son normas de arriba (me pregunte entonces que si del propio Altísimo, dada la absurda falta de flexibilidad). Finalmente, y en vista de que yo y mi amigo Javier no nos dejábamos torear tan fácilmente, aparece alguien que debía ser el jefe de tienda. Desgraciadamente seguía en la misma línea de justificar lo injustificable y no ofrecer una solución. Todavía me pregunto el porqué de tanto torpeza. Con lo fácil que es disculparse, comprometerse a arreglar lo de mi tarjeta inmediatamente, ofrecerme el descuento que me corresponda como socio, y afirmar que no se volverá a repetir. Claro que eso es precisamente lo que haría un profesional, y la profesionalidad ese día en ese lugar al que no volveré, estaba tristemente ausente.

Conclusión. Estamos en una peligrosa pendiente en que en algunos lugares se subvierte –o más bien pervierte- la relación entre tienda/restaurante y cliente. Yo no digo eso de que el cliente siempre tiene razón, pero seguro que se le debe una atención exquisita. Bien que lo cobran.