Bebiendo ahora mismo un cabernet de Napa

Mis dos lectores saben bien (porque son los únicos que sufren de mi lectura, ya muy de tanto en tanto en estos tiempos que corren) que, contrariando a un juicio que parece más o menos popular, yo aprecio un buen número de vinos de California y si son de los distritos de Oakville o Rutherford, Stag’s Leap o Bien Nacido, tanto mejor.

Ahora mismo (GMT -6, ¡ojo!) estoy dándole trámite a un cabernet de Oakville, el ’Old Red Bull’ 2003 de Turnbull Wine Cellars, y como estoy estrenando mi red inalámbrica quise aprovechar para dedicar unas líneas al asunto, desde mi sala de lectura--que es en realidad un triste y desvencijado sillón con más manchas de las travesuras de mi hijito, que resortes de la mueblera que lo armó.

Desde el primer sorbo, el vino es una pasada. Tiene dos horas descorchado y sigue creciendo. Se preguntarán a dónde quiero llegar, qué tiene esto de meritorio. Nada, en realidad. Buen vino hay en todos lados. (Que los precios lo reflejen o no, es otro tema.) A lo que quiero llegar es a que este vino de cabernet sauvignon californiano no se parece a un pauillac, a un saint-julien, o un bolgheri italiano; menos se parece a un maipo chileno o un stellenbosch sudafricano. No quiero decir que en una cata ciega sea inconfundiblemente reconocido como un cabernet de Napa y para más señas, de Oakville. Sí quiero decir que a botella vista, y con un buen ejercicio de honestidad en un paladar medianamente experimentado, el vino se distingue por su personalidad. Sí; carece de la austeridad y grandeza de los buenos burdeos, el tanino de ceniza de un bolgheri o el virtuosismo exhibicionista del mejor cabernet del valle del Maipo chileno. Pero sí que tiene el famoso ";polvo"; del terruño de Oakville, la fruta potente y una acidez comedida. También, ha llegado a su cenit y no creo que permanezca ahí por mucho tiempo. Y es eso mismo, la individualidad, lo que hace a este vino una compra respetable.

Constantemente leo en varios blogs y revistas que un vino es comparado con otros de regiones diferentes. Que un cabernet de no-sé-qué-región es menos meritorio que un pauillac porque no sabe igual que éste. ¡Canastos! Si quiero un cabernet de Pauillac, voy y compro un cabernet pauillac. Si quiero un riesling estilo mosela, voy y compro un mosela. Si quiero un nebbiolo que tenga la acidez de espada samurai de un barolo, pues me compro un barolo. Punto.

Sé que no estoy descubriendo el hilo negro. Sé que muchos aquí nos hemos planteado este tema que a estas alturas del partido, nos puede parecer trivial. Pero me preocupa sobremanera que en la ’educación vinícola’ que algunas revistas impulsan, en la ’cultura del vino’ que algunos restauranteros o gurús tratan de difundir (quizá de buena fe...), las comparaciones ridículas salgan a relucir con frecuencia y encuentren una caja de resonancia entre los neófitos y los no tan neófitos.

Y hay quienes dicen, con buena medida de razón, que un cabernet de Oakville a 23 dólares no compite, ni puede competir, con burdeos reputados como un Potensac, un Pontet-Canet o un Chasse-Spleen que andan en precios no tan dispares. Bien, santo y bueno. La cosa es que estos vinos rara vez emocionan y menos seducen (¿sonó esto a La Mission-Haut Brion, versus Chateau Haut Brion? si es así, ha sido mera coincidencia). Y sin embargo, es el hecho mismo de descubrir un vino di-fe-ren-te, con per-so-na-li-dad, lo que amerita pagar el precio --obviamente, en tanto no sea desorbitado. Vamos, que en ocasiones y no pocas, la búsqueda de una buena relación precio/calidad no nos deja los mejores vinos en la copa. POrque la elección obvia sería quizá un Potensac, pero ¿debe por eso ser la mejor? Bien, la respuesta a esta pregunta es también obvia. Lo que no es tan obvio es quitarse los tapujos. Que Wine Spectator le ha dado (o pudo haberlo hecho; no lo sé ni me importa) 90 puntos al dichoso Old Red Bull cabernet de Oakville y eso mismo nos da pie para sospechar que es una duela de roble sumergida en mosto de uva --¡porqué así le gustan los vinos a los yanquis!, ¡seguro!--, perdón pero eso es un error, mes enfants. Peor aun: es un prejuicio.

Que conste: no defiendo al Spectator, me parece una publicación de los más perniciosa. Y también que conste, si alguien me ha leído hasta este punto, que en esta cavilación bizantina he dejado fuera el abordar el tema de los precios.

¿Cómo pueden o deben los vinos posicionarse en el mercado? ¿contra quienes compiten? ¿quien los compra? ¿en qué condiciones?. ¿Cuántos vinos quedan en el anonimato porque no se les da una oportunidad? Este mismo Old Red Bull, que por lo demás trae un nombre que parece de cerveza de a 3 dólares por 24 latas, pudo haber sido uno de ellos.

Mejor continúo en mi ¿sala? de lectura con ’El otoño del patriarca’ de García Márquez, ahora que queda aun media botella y resta un tercio de la novela.

DPW