Como decidí donde pasaré mis vacaciones...

Anoche, mientras cenábamos, hablaba yo con Josie de las enovacaciones que siempre me tomo en noviembre (detesto el verano; soy del Caribe, pero la playa, ni fu ni fa para mí, y encima, no me gusta ir de vacaciones al mismo tiempo que todo el mundo). Este año ella se va conmigo y estábamos tratando de reducir la lista de posibilidades.

Como últimamente he sucumbido a una especie de ennui potentísimo en cuanto al 99.9% de los vinos (y los productores de vino) españoles, y como ya le he dedicado tres de mis últimos viajes de placer (y algún par más de negocios) a España, toca buscar suerte en otros lugares de Europa.

Pues para la cena había preparado un filete de cerdo recubierto de romero, perejil, tomillo y semilla de anís con una salsa de balsámico de doce años. Eso lo serví sobre un sauté de calabacines, alubias, guisantes verdes y espárragos verdes (estamos tratando de adelgazar, así que de un tiempo a esta parte voy en modalidad ";Spa Cuisine";). El vino surgió fortuitamente...

Entré a la bodega buscando otra cosa (un gamay de Clos Roche Blanche del 98), pero de repente ví una caja que parecía no haber abierto en varios años, pues estaba precintada (las sello y les pongo la fecha estimada de apertura en el lado visible antes de ";archivarlas"; bajo otras). Dentro habían nueve botellas de un vino que no recordaba haber comprado en cantidad (aunque sí tenía memoria de que había sido muy tánico el primer par de veces que lo probé, el Brovia, ";Brea";, Barbera d’Alba 1999.

Decidí que era un buen momento para probarlo y que la comida me agradecería un vino con el perfil de este barbera.

Resulta que no me esperaba que iba a estar tan impresionante. Bellos aromas de frutas rojas y cereza negra, muy puros y perfectamente enfocados, con un seductor dulzor y sutilísimas notas de malagueta, salvia y punta de lápiz. Hay un toquecito de volatilidad, pero mínimo. No es defecto, sino que sirve para subirle el tono al vino. En boca, lo mismo. Una fruta generosa, neta, acentuada por una acidez vibrante redolente de cáscara de naranja. Posgusto largo y limpio, con taninos bastante resueltos, pero presentes y una carnosidad que me recuerda a melocotón maduro. Además, hay un delicado hilo mineral corriendo por el fondo que amplifica el sentido del conjunto.

Un bello vino, de uno de mis productores favoritos en Piamonte. Viene a sumarse a una fila larga de excelentes caldos que he bebido ultimamente provenientes de esa región: Barolos (particularmente barolos viejos), barbarescos, freisas, grignolinos, pelavergas (el 2003 de Terre Rosse es un fenómeno de pureza, increíble para la añada), barberas, dolcettos... Vino a vino, me he ido enamorando de Piamonte sin darme cuenta. Y no estoy hablando de vinos hipermaquillados en plan ";moderno"; (esa enfermedad ha llegado a todo el mundo), sino de vinos piamonteses tradicionales, que respetan tanto el terroir como el ";saber hacer"; ancestral y no se andan con barriquitas bordelesas nuevas, rotofermentadoras, microbullages y otras porquerías de esas que nos aquejan hoy.

En resumidas cuentas, en noviembre Josie y yo nos vamos a Piamonte. Me ha tomado mi tiempecito, pero debo declarar con Nicolas Belfrage, que en realidad me parece la región que hace los vinos más excitantes en el mundo ahora mismo (reitero, no hablo de los Gaias, los Altares y otros fabricantes de puntos y carnaza para la prensa; hablo de los vinos piamonteses de verdad). Hay que beber más vino de Piamonte.

Tras una semanita por el área, nos iremos a Venecia, a ser románticos (bueno, y si posible, lograré desprender a Josie de los tesoros de esa increible ciudad acuática para irnos un día a visitar a Quintarelli...)

Y a quien dude del encanto de Piamonte, que piense que tiene que ser un lugar muy especial en este mundo aquél en que se da una variedad de uva con el nombre ";pelaverga";.:-)

M.