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VIGNERON La traducción al castellano de la palabra francesa “vigneron” varía

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in vino veritas

¿Qué es un vigneron?

VIGNERON

La traducción al castellano de la palabra francesa “vigneron” varía a menudo según los diccionarios empleados. Dando un paseo por la red de consultas, encontramos como traducción de “vigneron” (según sensagent) la palabra “viticultor”; “vinicultor” aparece como sinónimo en castellano en wordreference, “viñatero” en ultralingua e, incluso, “viñador” en el diccionario Larousse. Me resulta doblemente peculiar si además intentamos traducir todas estas palabras castellanas en los mismos diccionarios al francés ya que, a menudo, no encuentran ninguna traducción y muy pocos son los diccionarios consultados que traducen al francés como “vigneron” alguna de las palabras anteriores. Está claro que ninguno de estos nombres refleja las labores de un “vigneron”, que quizá en castellano sería una mezcla entre “viticultor” y “vinicultor”, porque son dos cosas distintas: practicar el oficio de cultivar la viña y el de elaborar vino.



Un “vigneron” es el artesano que controla todos los procesos de la elaboración en un vino, pero que, sobretodo, trabaja la viña. En zonas de Francia donde desde hace siglos impera el minifundio hace cientos de años que se utiliza esta palabra, teniendo tradicionalmente más relevancia en estas que en otras como Burdeos donde el concepto château abarca grandes viñedos de un solo propietario y, son los aristócratas del vino los que tradicionalmente elaboran las grandes marcas. La champaña, aunque está repleta de pequeños viticultores, históricamente ha estado dominada por las grandes casas con un estilo “maison” diferente en cada una de ellas y basado en la mezcla de vinos de distinta procedencia para obtener un vino mejor (cuvée).

Es en los últimos años cuando ha habido una profunda revolución “vigneron” que en Francia ha impregnado también la champaña e incluso salpicado burdeos. Ya son muchos los hijos de aquellos viticultores que vendían todas las uvas a las grandes “maisons” de champagne, los que en la actualidad elaboran ricos vinos llenos de personalidad y, muchas veces, incluso de precisión si Dios los dotó de talento. Nombres como Egly Ouriet o Selosse se encumbran ya en el pódium de los champagnes cuando ésto no ha hecho más que empezar y, muchos viticultores jóvenes como Charles Dufour con su respeto a la tierra y sus vinos con bajas dosis de sulfuroso, se encaminan al éxito sin remedio. Si vamos a Burdeos, donde parece imposible cambiar la estructura, es impresionante ver aparecer a “vignerons” como Michel Théron, que nos ofrece unos burdeos de carácter más elástico y personal, propio de quien cuida unas pocas cepas con talento y esmero.
La revolución “vigneron” ha hecho que incluso cambie la connotación de esta palabra sobre el significado que tenía hace unas décadas. Después de pensar mucho qué diferencia sustancial había entre viti-vinicultor y “vigneron”, me vino a la cabeza el movimiento triple “A” creado hace 10 años en Italia por el gran Lucca Gargano. Mientras que un viticultor o viti-vinicultor es un doble “A”, es decir, Agricultor y Artesano, el “vigneron” es Agricultor, Artesano y Artista. Cyril Fhal, Lyonel Gauby, Marie Lapierre, Didier Barral, Tom Lubbe, Jean Foillard, Philippe Delesvaux y un largo etcétera, tienen en común un estilo intimista, una necesidad de agradarse a sí mismos con sus vinos más que de satisfacer a un público que impone unos cánones de belleza determinados. Mientras que un bodeguero (tradicional, se entiende) tiene la obligación de responder a la demanda de público y crítica, un “vigneron” se permite una visión más interior y por lo tanto más Artística de su obra. Se la juega cada año, aunque a veces sólo sea por la libertad del que tiene poco que jugarse. El “vigneron” actual como cualquier gran artista está abierto al mundo, se ha quitado la boina para mirarlo con detenimiento y tras contemplarlo y ampliar sus miras, vuelve al origen de sus viñas, a su vida interior. Hace unos días visité a Richard Leroy, el “vigneron” más “vigneron” que he conocido jamás. Su credo y su vida es la Chenin blanc y en sus etiquetas ha pasado de poner “Anjou” a poner “Chenin Blanc”. Lejos de aferrarse a ninguna apelación, el único núcleo que defiende son sus dos parcelas que suman tres hectáreasa y sólo se considera ciudadano de sus viñas y del mundo, sin ninguna patria ni bandera por medio que pueda despistarle hacia la mediocridad.



Por suerte y como no podía ser de otra manera, el boom “vigneron” está atravesando los Pirineos y ya se empiezan a vislumbrar los primeros vestigios de este movimiento. En un país donde tradicionalmente el vino ha estado en manos de majestuosas bodegas a menudo incluso firmadas por el último arquitecto europeo de moda, o de bodegueros de boina que en nombre de la tradición nunca pasaban de elaborar vinos mediocres, un grupo de jóvenes empieza a despertar al más puro estilo “vigneron” aunque a veces empleando algunos “spanish tic’s” con algún precio desorbitado o con horteras ventas en primícia que no van nada con su estilo. Nombres como Fernando Garcia (Marañones), José Luís Mateos (Muradella), Violeta Gutierrez de la Vega, Daniel Jimenez Landi, Josep Mas (Massuria), Dominik Huber (Terroir al Límit), y algunos más, colorean el panorama vinícola español con una visión más abierta y viajada, y ya empiezan a deleitarnos con vinos mucho más personales y artísticos. Gentes que desde la prudencia trabajan con humildad todos los procesos de la viña hasta el vino, a la vez que impregnan con su esfuerzo de personalidad y terruño el resultado final. Llena de satisfacción ver vinos brillantes con inversiones pequeñitas, viñas trabajadas con verdadera maestría que ofrecen vinos honestos, vinos artísticos elaborados por personas sencillas.

Creo que lo mejor sería hacer caso a la acertadísima propuesta que leí hace unos días en un artículo del eno-escritor Joan Gómez Pallarés: “propongo ya de una vez que la palabra vigneron, que se conoce en francés desde finales del siglo XII, sea adoptada por el esperanto enófilo mundial. Nos sentiremos mucho más cómodos todos y todos sabemos de qué estamos hablando cuando usamos el palabro. Sin comillas, pues”. O quizá también podríamos traducirlo sin pudor al castellano “viñerón”, al gallego “vineron”, al catalán “vinyeró”, o al euskera “biñeroia”. Que se yo...

Joan Valencia

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