Un vino insolente

Insolente porque es un adolescente chulito que nos vacila y nos da la espalda cuando creemos que ya le conocemos y porque cambia constantemente y sin motivo aparente.
Color dorado, con reflejos luminosos, limpio y brillante. La lágrima es tan densa y ordenada que forma una especie de corona de garras que invade toda la copa.
La nariz no la definiría como completa, sino como inestable sin que este adjetivo sea usado de forma peyorativa. Es como un niño alterado que cambia cromos sin cesar, pero que no mantiene ninguno, todo viene y se va: en tres horas hemos visto piel de manzana verde, mandarina, lima, tonos herbáceos, barro, mantequilla, notas oxidativas, salinas, amieladas, a frutos secos, ahumadas, pedregosas... a veces parecía una manzanilla, otras un Tondonia sin muchos años y otras un Champagne blanc de blancs; una locura.
En boca notamos los 15º alcohol (!!!) y su esqueleto. Hay una medido balance, que es de lo poco que se mantiene, entre dulzor y acidez desgarradora: con cada sorbo se saliva el doble de lo que se ha bebido. Identificamos todo lo que hemos comentado antes, resaltando el carácter oxidativo y mineral.
Final frutal, licoroso y ahumado.
He probado muy poco de Joly, y además siempre han sido vinos relativamente jóvenes. No creo que sea un productor fácil, ni con el que siempre salgas satisfecho, pero hay un aspecto que capté desde el principio, y es que sus elaboraciones no dejan indiferente a casi nadie.