Equilibrio, tipicidad, madurez y frescura mediterráneas

Tiene este vino un precioso color granate, con una gama de tonalidades limpias y francas que recuerdan los colores de los frutos maduros, con las ligeras pinceladas violetas de una juventud reciente. La capa es media, casi baja, demostrando en esta característica los deseos de sus creadores de no forzar a la naturaleza con sobre-extracciones severas, buscando solo la pureza elegante que procede de un viñedo bien tratado y mimado durante el año, que es capaz de transmitir, sin vehemencia, la esencia misma de la syrah rondeña.

La nariz es tremendamente aromática. La fruta negra y roja, ambas maduras, se mecen por igual en un perfil aromático primario y profundo a la vez, con recuerdos de grosellas y moras de zarza en sazón, arándanos y frambuesas silvestres maduras, adornados con pinceladas florales de violetas y enmarcados en aromas lácteos, de yogur de frutas del bosque, y apuntes de regaliz rojo. Hay frescor en los efluvios intensos que provienen de la copa, con el envolvente aroma balsámico de la salvia y el regaliz, el punzante recuerdo de la cáscara de naranja amarga y una afilada y sutil nota metálica que aporta un ligero contrapunto mineral y profundo. La madera aparece perfectamente ensamblada, siempre respetuosa con los aromas primarios y de vinificación, como esa ligera pátina que solo puede embellecer un cuadro perfectamente ejecutado, aportando finísimos aromas de vainilla que abundan en el perfil amable de este vino mediterráneo, sureño, rondeño...

En boca, es un vino amable, goloso y fresco a la vez, fiel a sus orígenes en la presencia franca de los sabores de las frutas maduras, los lácteos de yogur, y los recuerdos de regalices y hierbas de monte, pero increíblemente equilibrado en aromas, en textura, en concentración y sapidez. Tiene una trama muy fina, que discurre fluida, alejada de cualquier exceso, constituida por refinados taninos, maduros y dulces, transportados por una finísima acidez pefectamente integrada, con esa pincelada justa de alcohol, inherente a la madurez frutal de la tipicidad meridional, que, en este vino, no hace sino aportar un esquisito dulzor, contribuir al volumen en boca y permitir que el vino se abra en amplitud. Los aromas se despliegan con viveza y permanecen, por mucho tiempo, en un final de recuerdos de regaliz, violetas y frutas maduras... siempre frutas maduras.

En un momento excelente de consumo.

Cookies en verema.com

Utilizamos cookies propias y de terceros con finalidades analíticas y para mostrarte publicidad relacionada con tus preferencias a partir de tus hábitos de navegación y tu perfil. Puedes configurar o rechazar las cookies haciendo click en “Configuración de cookies”. También puedes aceptar todas las cookies pulsando el botón “Aceptar”. Para más información puedes visitar nuestra Ver política de cookies.

Aceptar