La excelencia del vino dulce español

Cuando descorchas una de estas maravillas siempre tengo la sensación de estar abriendo la tumba de algún faraón egipcio. 10 años de este vino dulce son muchos años, las etiquetas castigadas por el paso por el paso del tiempo, el corcho que empieza a degradarse y esos posos que ya se ven antes de abrir la botella.
Decantamos por recomendación de la bodega y fue todo un acierto. Tras ello se mostró de tono miel, con reflejos dorados, denso a la vista, glicérico. En el fondo del decantador y la botella quedaron los posos más turbios.
En nariz sorprende por sus notas de miel, como si se hubiera autobautizado él mismo. Notas de jazmín, de pan tostado y croissant recién hecho, de jalea real y confitura de níspero muy maduro, de membrillo en conserva.
En boca tiene buena acidez, lo que hace que la densidad y el dulzor del mismo no sean empalagosos, llena la boca, la envuelve de una capa suave y sedosa y es largo, afortunadamente, puedes relamerte tras beberlo.

Uno de esos vinos que te dejan una buen recuerdo.

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